MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Sobre la indignación selectiva y la causa Palestina

image

En un mundo hiperconectado, donde la información y la desinformación compiten por nuestra atención, se ha hecho más evidente la enajenación social que define nuestra época. Mientras en Gaza se vive una catástrofe humanitaria descrita por tribunales internacionales como genocidio, las calles de numerosas ciudades, incluidas las de México, se llenan de voces que claman por un alto al fuego.

Llamar a esto “legítima defensa” o “erradicación de terroristas” es una grotesca simplificación que ignora el desbalance total de poder y el costo humano, que ya se cuenta por decenas de miles de muertos.

Sin embargo, esta legítima expresión de solidaridad no es bien recibida por algunos sectores de nuestro país, a pesar de que somos víctimas de la opresión de las naciones poderosas. En las redes sociales encontramos señalamientos recriminatorios e incluso ofensivos hacia quienes, como los jóvenes de la Federación Nacional de Estudiantes Revolucionarios de Guerrero (FNERRR), alzan la voz por un pueblo que sufre a miles de kilómetros de distancia.

Esta reacción negativa no es un fenómeno aislado; es el síntoma de una enfermedad social más profunda. Para comprenderla, es imperativo desentrañar no solo el conflicto palestino-israelí, sino también la lógica diseñada por el sistema capitalista para hacernos indiferentes ante el dolor ajeno.

El conflicto en cuestión no nació el 7 de octubre de 2023. Sus raíces se hunden en conquistas y desplazamientos durante milenios. El pueblo judío, tras su diáspora forzada por imperios como el babilonio y el romano, mantuvo un vínculo espiritual con su tierra ancestral.

Este anhelo, potenciado por el terrible trauma del Holocausto, se cristalizó en el movimiento sionista del siglo XIX, que buscaba establecer un estado nacional para los judíos.

El problema fundamental, a menudo omitido en la narrativa occidental, es que esa “tierra prometida” ya no estaba vacía. Palestina era un territorio habitado por una población árabe con siglos de arraigo.

La injusta resolución 181 de la ONU en 1947, cuyo objetivo era sembrar un satélite de las potencias occidentales en el Medio Oriente, que proponía la partición en dos estados, fue aceptada por los líderes judíos y rechazada por los árabes, desencadenando una guerra que Israel ganó, expandiendo su territorio más allá de lo asignado.

Este fue el primer episodio de un proceso continuo de desplazamiento y ocupación que ha encerrado a la población palestina en cantones cada vez más pequeños, culminando en el bloqueo asfixiante de la Franja de Gaza, descrita como la “cárcel al aire libre más grande del mundo”.

De tal forma que lo que hoy presenciamos no es una “guerra” entre dos ejércitos equiparables. Es el bombardeo implacable, con financiación y armamento occidental, sobre una de las poblaciones más densas y jóvenes del planeta, contra un grupo insurgente.

Es la obstrucción sistemática de ayuda humanitaria, condenando a la población civil al hambre y las enfermedades. Llamar a esto “legítima defensa” o “erradicación de terroristas” es una grotesca simplificación que ignora el desbalance total de poder y el costo humano, que ya se cuenta por decenas de miles de muertos.

¿Por qué, entonces, sectores de la sociedad mexicana reaccionan con agresividad ante la solidaridad con Palestina? La respuesta yace en la ideología dominante del individualismo capitalista. Este sistema no solo organiza nuestra economía, sino que moldea nuestra psique. 

Predica que el éxito y la felicidad son proyectos estrictamente personales, medidos por la acumulación de bienes. Nos enseña a preocuparnos sólo por lo que ocurre dentro de nuestro círculo inmediato –nuestra familia, nuestro empleo, nuestra seguridad– y a ver cualquier preocupación por asuntos más allá de nuestro entorno como una pérdida de tiempo o una amenaza.

Bajo esta lógica, los estudiantes que se manifiestan por Palestina son tildados de “vagos” porque, supuestamente, deberían estar preocupándose sólo por “sus” problemas. Se les acusa de ignorar la inseguridad en México, como si la solidaridad internacional fuera un juego de suma cero donde no se puede atender lo local y condenar lo global.

Esta visión miope no comprende que la lucha contra la injusticia es universal. Que el mismo poder imperial que avala el despojo en Palestina es el que históricamente ha menospreciado la soberanía y la dignidad de los pueblos de América Latina.

Pero lejos de ser motivo de escarnio, la movilización de los jóvenes de la FNERRR y de tantos otros colectivos que luchan en favor de Palestina debe ser celebrada. Ellos encarnan una conciencia política que trasciende el egoísmo impuesto.

En su solidaridad late la comprensión de que la lucha por la humanidad es una sola. Su acción no es sólo por los gazatíes; es, en esencia, una defensa de un principio universal: que ningún pueblo debe ser masacrado, desplazado o condenado al olvido.

Unirse a esta causa no es un acto de caridad lejana. Es un acto de autodefensa. Es reconocer que el vecino del norte que provee las bombas que caen sobre Gaza es el mismo que ha intervenido en nuestros asuntos internos y que considera a toda nuestra región su patio trasero. La causa palestina es, en el fondo, la causa de todos los pueblos que resisten frente a la maquinaria imperial.

Por ello, mi llamado no es sólo a la reflexión, sino a la acción. Hay que aplaudir a estos jóvenes, unirse a sus manifestaciones y, sobre todo, comprender que en el desarrollo de su conciencia yace la semilla de un futuro donde la dignidad colectiva se imponga al individualismo feroz. 

En un mundo que nos insta a mirar sólo nuestro ombligo, levantar la vista y gritar por Palestina es, quizás, uno de los actos más revolucionarios y profundamente humanos que podemos realizar. La solidaridad no es un delito; es la última trinchera de la esperanza.

0 Comentarios:

Dejar un Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados *

TRABAJOS ESPECIALES

Ver más

FOTO DEL DÍA