A pesar de que todo el aparato mediático del imperialismo norteamericano y sus acólitos de Occidente ha proclamado el triunfo de Israel y de Estados Unidos en la guerra que se ha librado desde el pasado trece de junio, argumentando que el daño a la población iraní, a la infraestructura de producción de energía nuclear y de producción y refinamiento de petróleo, así como a otras instalaciones militares y civiles, es bastante alto.
El mayor temor de Estados Unidos y los sionistas es que los pueblos de los países del Medio Oriente se decidan por sacudirse el dominio de Estados Unidos y del carnicero Netanyahu y la élite sionista.
Otro argumento para proclamar su victoria: los imperialistas y sionistas aducen que Israel, al tomar por sorpresa al Estado Islámico de Irán, logró asesinar a varios generales pertenecientes a la cúpula castrense de Irán, así como a varios de los principales científicos iraníes que eran las cabezas de las investigaciones y la producción de material nuclear.
Sin embargo, para los sionistas el daño que les propinó Irán a Israel, se puede decir sin ánimo de exagerar, es el más alto que hayan tenido ese ente desde hace varias décadas en la región del Medio Oriente. Veamos algunos hechos relevantes de lo ocurrido:
En primer lugar: Irán, al bombardear a Israel con misiles de última generación como los Fattah (de los cuales el país persa tiene miles colocados en cientos de instalaciones subterráneas y que son desplazados constantemente para evitar ser destruidos), cuyo alcance es de mil 400 kilómetros y cuya velocidad es de Mach quince (que equivale a quince veces la velocidad del sonido, es decir, equivale a 5 mil 145 metros por segundo o 18 mil 522 kilómetros por hora), y, además, este tipo de misiles puede variar su trayectoria para evitar ser interceptado en su recorrido.
Con estas características, los misiles de Irán pudieron eludir la famosa “cúpula de hierro” e impactar todo tipo de instalaciones militares y de infraestructura energética o de importancia económica de Israel. Los sionistas estaban, hasta hace unos días, a punto de quedarse sin suficientes misiles de la “cúpula de hierro” para protegerse de la cascada infernal.
Por ello, si la guerra hubiese durado dos semanas más –calculan los expertos–, el bombardeo iraní hubiese sido mucho más destructivo, lo que supondría poner a Israel al borde de la capitulación.
En segundo lugar, el objetivo del primer ministro israelí, el carnicero Benjamín Netanyahu, de crear las condiciones objetivas y subjetivas para desestabilizar al régimen iraní hasta tal punto de que fuera posible hacer caer al gobierno del ayatolá Alí Jamenei y así lograr dividir a Irán, sumiendo a la nación islámica en el caos y creando con esto las condiciones para la llegada de un gobierno prooccidental (lo cual sería el golpe más duro de los últimos años a las fuerzas antiimperialistas en Medio Oriente y un objetivo estratégico muy importante para Estados Unidos y sus aliados en su lucha contra China, Rusia y los países que integran el bloque Brics), ha fracasado hasta el momento.
Las recientes manifestaciones de cientos de miles de iraníes en Teherán y otras ciudades persas lo han demostrado. Por el contrario, en Israel no han ocurrido manifestaciones a favor del más grande asesino de niños, mujeres y población inerme de los últimos decenios en todo el globo terráqueo –llamado cariñosamente por los fascistas europeos y estadounidenses “Bibi” Netanyahu–; y en muchos países del mundo se siguen realizando manifestaciones de decenas de miles de personas que denuncian el genocidio que comete Israel en Gaza.
Estos ciudadanos exigen a sus respectivos gobiernos el rompimiento de las relaciones diplomáticas y comerciales con los carniceros sionistas.
En tercer lugar, Donald Trump está eufórico porque, según su versión mediática, el bombardeo que ordenó con aviones bombarderos B2 (agresión estadounidense llamada operación “Martillo de medianoche”) fue completamente exitoso en la destrucción de los centros Fordow, Natanz e Isfahan donde se enriquecía uranio, pues se lanzaron varias bombas GBU 57 –que son capaces de penetrar rocas u hormigón hasta una profundidad de sesenta metros–. Pero para la agencia de inteligencia del Pentágono ese éxito es falso, dado que Irán evacuó previamente los 400 kilos de uranio que ha logrado enriquecer, y lo único que lograron los bombardeos estadounidenses fue sellar las entradas de los centros nucleares, quedando intactas las instalaciones interiores.
Por tanto, el país persa está en condiciones de reanudar en poco tiempo su actividad para producir material nuclear (que siempre han señalado los iraníes, no tiene la finalidad de producir bombas nucleares, sino producir material que serviría para plantas de producción energética con fines productivos civiles).
En cuarto lugar, aunque el Occidente colectivo, con sus medios de comunicación y todo el aparato mediático, ha creado la narrativa de que Israel ha ganado esta fase de la guerra y que Irán es el único que ha sufrido severos daños, lo cierto es que las imágenes que se han logrado filtrar sobre los devastadores resultados de los impactos de los misiles iraníes desmienten esta versión.
La narrativa en los medios de comunicación, especialmente en las redes sociales, no ha logrado aplastar la narrativa de Irán; las imágenes de población civil israelí huyendo despavorida, refugiándose en el metro, en túneles y con los rostros reflejando terror, han mellado la imagen “triunfal” del infernal dúo imperialismo-sionismo.
Lo que está ocurriendo en Medio Oriente es un episodio más de esa larga y cruenta lucha de los oprimidos por sacudirse la explotación y control de los imperialistas y sus perros de presa, los sionistas. Irán no es una sociedad socialista, ni en ella el pueblo trabajador ha logrado instaurar un régimen que distribuya con justicia la riqueza social.
Sin embargo, Irán está gobernado por nacionalistas musulmanes, los cuales han impedido el saqueo de las riquezas naturales de su patria por parte de los mayores depredadores y asesinos que ha conocido la humanidad. Irán es parte del grupo Brics y tiene una alianza con China y con Rusia.
Los árabes del Medio Oriente están divididos, pues mientras Irán y sus aliados de Hezbolá del Líbano, los hutíes de Yemen y grupos antimperialistas que existen en Irak, Omán, el grupo Hamás de Palestina y otros grupos están en contra del dominio de Estados Unidos y de las agresiones de Israel a los palestinos, las clases adineradas de naciones como Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Catar y otros países árabes se alinean con los imperialistas (los que abiertamente apoyan a Israel en la región son Baréin, Emiratos Árabes Unidos, Sudán y Marruecos).
El mayor temor de Estados Unidos y los sionistas es que los pueblos de los países del Medio Oriente se decidan por sacudirse el dominio de Estados Unidos y del carnicero Netanyahu y la élite sionista.
Nadie puede creer ingenuamente que las agresiones de Estados Unidos e Israel han terminado en Medio Oriente; las guerras son parte esencial del funcionamiento del orden social capitalista, y esta característica se ha expresado con mucho mayor virulencia y con resultados más devastadores desde que el capitalismo llegó a su fase imperialista.
Desde principios del siglo veinte, los países imperialistas han provocado dos guerras mundiales, las más devastadoras, pues para el capital es necesario destruir parte de las fuerzas productivas existentes para que el capital excedente e inactivo se pueda invertir y vuelva a generar enormes cantidades de plusvalía. Y las guerras permiten a los grandes tiburones del capital imperialista aplicar lo que se ha llamado keynesianismo bélico, que permite reactivar las economías sumidas en las crisis económicas.
La producción y venta de armamento, de uniformes, de implementos militares de todo tipo, el empleo de millones de personas en los ejércitos, la reconstrucción de los países destruidos por la guerra, son el negocio más lucrativo de los señores del gran capital.
Estados Unidos de América, que tiene en estos momentos una gigantesca deuda pública (treinta y seis billones de dólares, equivalente al 122 % de su producto interno bruto), que está sufriendo una profunda crisis por haberse desindustrializado, debido a que las tasas de ganancias –que son el motor que los mueve– se llevaron a sus industrias fuera de Estados Unidos para lograr obtener más plusvalía y amasar más capital, es el principal promotor de guerras; es la nación que ha invadido a muchos países en las últimas décadas y que ha matado a más de doce millones de seres humanos.
Su clase trabajadora, por esa deslocalización industrial, se ha convertido en una clase incapacitada para la producción (por tantos años de inactividad laboral, por no participar en los trabajos que requieren más especialización y capacidad tecnológica, por ser víctima de la promoción de la drogadicción y vicios de todo tipo, por ser alimentada con alimentos llenos de porquerías, lo que ha derivado en que la obesidad sea una pandemia).
En fin, los graves problemas que le están estallando al actual gobierno estadounidense, y como respuesta a estos, los plutócratas y su gobierno recurren a su “medicamento” principal, que es seguir fomentando las guerras, pretendiendo con esto frenar su crisis interna. Y en Medio Oriente, donde se extrae y se procesa más del 50 % del petróleo a nivel mundial, por lo que es un punto estratégico del globo, Estados Unidos agrede a las naciones que no se someten a sus designios; tan solo hay que recordar lo que hizo en Irak, en Libia, en Siria, para entender el viejo dicho popular: “cuando el perro se ha acostumbrado a robar y comer los huevos, ya no se le quita, ni quemándole el hocico”; está pues en su naturaleza ejercer su dominio mediante la guerra, mediante las invasiones y el asesinato de millones de seres humanos, y esto es fascismo puro. Por tanto, la guerra en Irán es la guerra por seguir robando las riquezas del mundo, seguir extrayendo la mayor cantidad de plusvalía de los trabajadores del mundo.
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