La emigración es un fenómeno social que ha existido a lo largo de la historia de la humanidad. Podríamos decir que, desde la aparición del hombre sobre la Tierra, ha habido largos recorridos en los que se buscaba alimento o refugio frente a las inclemencias del tiempo; se buscaba un lugar donde existieran condiciones naturales que permitieran sembrar o que tuviera una fuente de agua para la vida diaria.
Debemos estar conscientes de que quienes dejan su casa y su familia lo hacen por la necesidad que impera, y la pobreza llega cada día a más hogares.
En tiempos modernos, son diversos los factores que orillan a miles de hombres y mujeres a abandonar sus lugares de origen e ir en busca de una mejor vida: la falta de empleo, de vivienda, las guerras o los conflictos entre grupos del crimen organizado han expulsado a la gente de su casa y de su tierra.
Así, con estos ejemplos podemos comprender que, cuando alguien emigra, no lo hace por placer, sino que las circunstancias lo orillan a dejar un pedazo de tierra que le es querido.
En nuestro país se da este fenómeno: miles de paisanos han salido en busca de un empleo donde puedan ganar más; emigran campesinos, amas de casa y también profesionistas y estudiantes que van a vender su fuerza de trabajo a cambio de unos dólares, pero que —a diferencia de lo que ganaban aquí— es un poco mejor y pueden ayudar a sus familias desde el extranjero.
De acuerdo con el Inegi, México ha enviado a Estados Unidos —de manera legal o con los famosos indocumentados— a 11.7 millones de personas nacidas en territorio mexicano.
Las dificultades a las que se enfrentan nuestros paisanos en el extranjero ahora se han agravado, pues la cacería de migrantes del actual presidente Donald Trump ha causado indignación debido a que el trato hacia las personas, además de insensible, es inhumano.
El gobierno de Donald Trump no esperó mucho y, una vez ascendido como mandatario, puso en marcha las deportaciones masivas a través de una red de campamentos de procesamiento en bases militares, 100 aviones militares y un ejército para realizar arrestos.
Las historias que se han vivido con los paisanos mexicanos y latinos son de toda índole y dolorosas: quienes no han sido deportados viven escondidos, trabajan a escondidas, pues están siendo cazados como si fueran animalitos peligrosos que atentan contra la vida de los norteamericanos.
Los paisanos nayaritas no son la excepción a este problema, que se torna difícil toda vez que han salido de su tierra buscando otras opciones de trabajo. La secretaria general de Gobierno, Rocío Esther González García, informó que durante el mes de junio 170 nayaritas fueron deportados, de acuerdo con información del Instituto Nacional de Migración.
La cuestión aquí es qué les espera a los deportados: ¿regresarán a su casa o se quedarán en la frontera buscando nuevamente ingresar a territorio estadounidense? Y si regresan a su casa con su familia, ¿el gobierno del estado está preparando opciones de trabajo para que, al llegar, puedan trabajar? ¿Sería un trabajo bien remunerado?
Los migrantes se encuentran ahora en una encrucijada peligrosa: si se quedan en la frontera o si corren con suerte y reingresan a territorio de Estados Unidos, el futuro para ellos no será tan distinto al que les espera en su tierra.
¿Qué debemos hacer al respecto quienes no emigramos? Debemos estar conscientes de que quienes dejan su casa y su familia lo hacen por la necesidad que impera. La pobreza llega cada día a más hogares.
Debemos, por lo tanto, apoyarnos y formar un frente de lucha para exigir al gobierno federal y estatal que haya creación de empleos bien remunerados, con las prestaciones de ley a las que se tiene derecho.
Organicémonos, luchemos y caminemos juntos por un camino creado por el pueblo, uno diferente al que ya existe y que sólo nos muestra que no han sido capaces de retribuirle al pueblo las necesidades básicas.
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