La semana pasada conocí Apalani, una población localizada apenas a 31.7 km al este de Acapulco. Fui a platicar con los alumnos del Telebachillerato que fundaron hace ocho años un grupo de profesores, ante la injusticia que significaba para los jóvenes trasladarse a estudiar su preparatoria a la comunidad más próxima o a la cabecera municipal.
Hay cuestiones que parecen obvias pero que, en realidad, no lo son: educarse, rebelarse, liderar a la comunidad y exigir derechos básicos debería ser natural, pero casi nunca sucede así.
Gran parte de la carretera está pavimentada, pero los últimos diez kilómetros son de una accidentada terracería. Al arribar al lugar, me encontré con que la pobreza es tan grande, que la gente vive hacinada en casas que no tienen la delimitación más mínima entre una y otra; la comisaría se está cayendo, los alumnos del Telebachillerato reciben clases en la cancha de la comunidad sin contar siquiera con butacas y, en un maltrato inconcebible hacia el ser humano de nuestros días, se ve desfilar a decenas de habitantes, en su mayoría mujeres, rumbo al arroyo para acarrear agua.
Quienes tienen la dicha de tener un burro lo hacen en garrafas de 20 litros, pero otros no tienen más remedio que ir a lavar su ropa y bañarse en el área comunitaria de lavaderos, o caminar por 25 minutos cargando un recipiente lleno de este líquido vital. Además, la falta de políticas de salubridad e higiene es tan evidente, que la basura está hacinada en las calles y lugares públicos, a tal grado que el asombroso número de cerdos que andan sueltos se la comen a falta de otro tipo de alimento.
Ante el grado de pobreza, abandono, resignación e indiferencia que se respiran, no pude menos que reflexionar acerca del papel de tres sectores sociales que pudieran intervenir en problemas como este: en la clase política de México; en quienes han salido de la pobreza (como algunos profesionistas), y que al cambiar de contexto ya no sienten la necesidad de solidarizarse con los marginados de nuestro país; y, finalmente, en quienes decimos luchar para combatir males sociales como el que aqueja a Apalani.
Sobre el primer sector, considero que una clase política más culta, más trabajadora y nacionalista pudiera encabezar un país donde la riqueza social se distribuya de manera más equitativa, con lo cual garantizaría su propia supervivencia. Sobre el segundo, creo que su alma de ricos en potencia traiciona sus verdaderos intereses, haciéndoles creer que su lugar es con las clases altas y no con los trabajadores, que son quienes producen con sus manos la riqueza que nos repartimos todos en la sociedad.
Y de los últimos, por mucho que pensemos lo contrario, nos mostramos incapaces para contagiar con nuestra verdad a quienes, como nosotros, pudieran entender las contradicciones cada vez más insalvables de la sociedad en que vivimos. Lamentablemente, somos culpables de no haber podido encender la luz de la rebeldía ancestral que se aprisiona en lo profundo del alma de los pobres de México, educándolos, organizándolos y ofreciéndoles una perspectiva verdaderamente revolucionaria, para que luchen por su libertad verdadera.
Y es que en verdad es inconcebible la forma en que viven los habitantes de esta comunidad, que pertenece al municipio de Acapulco, uno de los destinos turísticos más importantes del país.
Apalani está tan olvidado que, a pesar de contar con un sistema de agua potable construido en 2014, que fue dañado tras el huracán “Otis”, hace año y medio, las autoridades no han querido invertir dos millones y medio de pesos para restituir este servicio a mil 500 ciudadanos, que por derecho constitucional debieran contar con agua entubada en sus hogares.
Ello, a pesar de que el gobierno federal anunció que se destinaron 61 mil 313 millones de pesos para los damnificados de ese fenómeno natural y que nadie quedaría sin ser atendido.
Dos días después de mi visita, en la llamada “Mañanera del Pueblo”, el titular de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS), Marath Baruch Bolaños López, resaltó los supuestos logros laborales de la 4T.
De acuerdo con datos presentados por Bolaños, México es el país de América Latina que más redujo la pobreza entre 2018 y 2024, porque, según el Banco Mundial, hubo una disminución de siete puntos porcentuales, lo que representa 9.5 millones de personas que salieron de esa condición. Además, dijo que el programa Jóvenes Construyendo el Futuro ha beneficiado a más de 3.1 millones de jóvenes, y que el apoyo económico pasó de 3 mil 600 pesos mensuales en 2019 a 8 mil 480 pesos en 2025; además, que siete de cada diez beneficiarios han encontrado empleo, o sea, 2.4 millones de personas.
Pues bien, la realidad concreta de Apalani y de las 120 comunidades que pertenecen al municipio de Acapulco desmiente estas aseveraciones triunfalistas. En México no hay una transformación en curso y la 4T no es un gobierno de los pobres, sino que gobierna a nombre de estos, pero está al servicio de los grupos de poder, porque no hay una fuerza social que encabece un proyecto de gobierno que verdaderamente ponga en el centro de su programa a las grandes masas populares.
Vuelvo al tema. En mi conversación con los estudiantes, informé que mis compañeros y yo, en nuestras gestiones para que sus maestros reciban un salario y para oficializar su escuela, no habíamos tenido éxito, pues las autoridades no le habían dado seriedad, ya que algunos funcionarios ni siquiera se presentaron a la mesa de trabajo.
Además, intenté reflexionar con ellos sobre la importancia de educarse para comprender que hay otras formas de vivir y de ver la realidad tan precaria a su alrededor, porque una verdadera educación enseña a vivir dignamente, con orden y pulcritud, apreciando la belleza y los sentimientos más sublimes que anidan en las personas, y que ellos debían aferrarse a recibir educación, a soñar y no resignarse a vivir sin ilusiones de una vida mejor.
Porque tienen maestros con verdadero eros pedagógico, pues de otra forma no se entendería que estos estén dispuestos a irse a vivir a Apalani y educar a los jóvenes, sin un salario digno ni condiciones laborales decorosas. Entonces, comprobé una vez más que hay cuestiones que parecen obvias pero que, en realidad, no lo son.
Parece evidente que alguien que no tiene oportunidad de educarse y aspirar a una vida mejor debiera sentir ganas de rebelarse y luchar contra lo que lo oprime; parece evidente también que quien sí logra estudiar, salir y conocer que hay otra forma de concebir la vida y de vivirla, debiera sentir la necesidad de encabezar a su comunidad para que exija que se hagan efectivos sus derechos constitucionales a una vida verdaderamente humana. Y no sucede así…
Tengo entendido que, después de la plática, los maestros y alumnos de ese y de otros cuatro Telebachilleratos han decidido manifestarse para exigir a las autoridades que hagan efectivo de una vez por todas su legítimo derecho a una educación adecuada.
Por mi parte, hago el compromiso de que los antorchistas respaldaremos no solo su legítima demanda, sino que nos sumaremos, incluso, a exigir que se otorguen los servicios básicos a que tiene derecho su comunidad. Finalmente, invito a los estudiantes del Telebachillerato a que se decidan a encabezar a su comunidad para limpiarla y embellecerla.
Primero, porque esa ha sido siempre la tarea histórica de la juventud: gastarse su rebeldía transformando su entorno; segundo, porque el mejoramiento de las condiciones materiales de la sociedad también requiere del trabajo manual nuestro.
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