“Qué bien, plebes, son un orgullo”, “Este es mi Sinaloa”, “Creí que iban a matar a alguien, qué susto, excelentes bailarines”… Entre otros comentarios se pueden leer en la mayoría de ellos en una publicación de TikTok, donde jóvenes estudiantes bailan el son del Ahualulco en una conocida avenida de Culiacán, pero el que más me llamó la atención fue: “Ay, plebes, ¡me encantó! Pero antorchistas, ¡nee! No se dejen llevar por cuestiones políticas nomás, ¡ja, ja! Amo la danza”.
Desde el arte hasta las aulas, los antorchistas impulsan una educación que trasciende las instituciones y desafía los intereses de un sistema que prefiere al pueblo ignorante.
Y bien, querido lector, si hago alusión a dicha publicación es porque no es la primera vez que se aplaude el trabajo artístico de Antorcha queriéndolo separar de su trabajo político. Y no los culpo, al menos no a aquellos que lo hacen sólo por prejuicios y no con la clara intención de malversar nuestro quehacer educativo a sabiendas de sus oscuras intenciones.
Esta es otra de las razones por las que los antorchistas tenemos como objetivo fundamental la educación del pueblo trabajador, y, por ende, nuestro trabajo artístico no se limita a las aulas. Precisamente si Antorcha promueve la construcción de escuelas en todos los niveles, es porque su objetivo es invitarlos a continuar la labor, transmitiéndola a los que carecen de dicha oportunidad, ya que, a pesar de la loable y titánica labor educativa de nuestra organización, sigue siendo un garbanzo de a libra en comparación con lo que falta.
Es por ello que, cual cenzontles, los activistas, artistas formados o no, dedicamos nuestros sueños a llevar el canto a los espacios de la sociedad donde nos sea posible, sobre todo donde no hay ni la mínima intención de las autoridades de que la gente aprenda, por las razones obvias de que un pueblo educado es un pueblo despierto; estos son: colonias marginadas, comunidades olvidadas, fábricas, fraccionamientos, etcétera.
Son esas intenciones, y no otras, las que hay detrás de cada invitación a los jóvenes a que se involucren en la labor artística, con el ejemplo siempre por delante, convenciéndolos de que la situación en la que viven ellos y sus familias no mejorará si no se vuelven parte activa en el proceso de reestructuración social que tanto se requiere.
Así es como se explica que los plebes, y no tan plebes, pongan su granito de arena, no sólo practicando alguna expresión artística, sino transmitiendo su energía y conocimientos, sin limitarse a las aulas. Y porque esta labor no encuentra eco en las autoridades, es que salimos cada semana a solicitar el apoyo del pueblo mexicano y sinaloense. Y en ese sentido, en honor a la verdad, hay quienes no comprenden este esfuerzo, pero la inmensa mayoría, y cada vez más, entiende, se solidariza y se desprende de una monedita, contribuyendo así a esta tarea educativa.
Por todos estos motivos, está muy bien que los jóvenes estudien, se preparen y culminen una etapa en su formación académica, pero está mucho mejor que lo hagan a la par de que promuevan e inviten a todo el pueblo a que lo haga. No es nada sencillo dar ese paso, lo sé: salir de la zona de confort, del núcleo familiar que no pocas veces su llamado es egoísta, es decir, a pensar en el bien personal.
“Piensa en ti. No le hagas caso a esos revoltosos que sólo te quieren explotar para su beneficio”, “Está chido que aprendas danza y canto, pero una vez que salgas te vas a formar tu propia escuela para que ganes algo y no andes sufriendo como los antorchistas”, “No te vayas tan lejos. ¿Qué vas a hacer hasta el noroeste si allá está bien feo?”, y llamados por el estilo.
Aclaro que no condeno los alegatos en torno a dicha percepción; sé que aquellos seres de corazón bueno lo verán tarde que temprano y serán cada vez más indulgentes con los antorchistas, teniendo la decencia de respetar a los que luchan, y algunos quizá se sumen. Nuestro plan es luchar contra la ignorancia y la pobreza. Esos son nuestros enemigos, y en ese sentido sí que no le daremos ninguna tregua al sistema capitalista que los genera.
Termino con una gran historia: en la película Soy leyenda, Robert Neville, un brillante científico que sobrevive a una plaga, trabaja para hallar una cura usando su propia sangre inmune. Reflexiona sobre la importancia de la música para acabar con el racismo. Mientras lo hace, se puede ver La noche estrellada que Van Gogh pintó a partir de las vistas desde su ventana del asilo Saint-Paul-de-Mausole, haciendo a un lado los barrotes que se interponían entre su habitación y el mundo exterior. Así lo explicó a su hermano Theo en una de sus cartas, en 1889: “A través de la ventana abarrotada, puedo ver un campo de trigo, encima del cual, por la mañana, puedo ver el sol salir en todo su esplendor”.
El doctor Neville le dice a su interlocutora: Bob Marley tenía una idea. Era una idea más propia de un virólogo. Él creía que se podía curar el racismo y el odio, curarlo literalmente, inyectando música y amor en las vidas de la gente. Un día, cuando iba a tocar en un concierto por la paz, unos matones se presentaron en su casa y le pegaron un tiro. Dos días más tarde, se subió al escenario a cantar. Alguien le preguntó que por qué, a lo que respondió: “Los que intentan hacer de este mundo un lugar peor no se toman ningún día libre… ¿Por qué iba a hacerlo yo?”.
Hay que iluminar la oscuridad.
Ese es nuestro plan. Vale.
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