No es una exageración decir que el mundo está cambiando. Quizá muchos no alcancemos a darnos cuenta, pues los medios de comunicación y las redes sociales, controlados por los poderosos, cubren o distorsionan la información de lo que ocurre en los diferentes continentes y, además, la gravedad de las dificultades que se tienen que enfrentar y vencer cada día para tener empleo, comprar alimentos, pagar vivienda, transporte y servicios, además de soportar todo tipo de agravios e injusticias, y sobrevivir amenazados en nuestras vidas y las de nuestros seres queridos en la inseguridad que crece desmesuradamente.
Debemos aprender a juzgar por los hechos y no por los dichos, a descubrir a qué intereses sirven las acciones o la propaganda que siempre nos dicen son “en beneficio del pueblo”.
Toda esta combinación terrorífica del día a día de los trabajadores mexicanos, a lo que se suma la eficientísima maquinaria de entretenimiento y enajenación que nos bombardea y atolondra, dificulta que nos interesemos en buscar —y que seamos capaces de encontrar— las profundas y reales causas de nuestros problemas más cercanos (los personales, los de la familia, la colonia, la ciudad o el país) y mucho menos de los que afectan a nuestros semejantes de otras latitudes y a la humanidad entera.
Cuando sus hijas le preguntaron a Carlos Marx cuál era su máxima favorita, respondió: “Nada humano me es ajeno”. Y, en efecto, toda la obra y la lucha de Marx están impregnadas del espíritu de la frase que originalmente se atribuye a Terencio en el siglo II a.C. (“Soy un hombre; nada de lo humano me es ajeno”). Pero en nuestra sociedad actual priva la idea de que cada uno se rasque con sus propias uñas y que nos interesemos exclusivamente en los problemas y asuntos individuales, cuando mucho los familiares, y que así, con los ojos fijos en la propia miseria, no logremos unirnos con los que sufren problemas similares por las mismas causas.
Los mexicanos agrupados en las filas antorchistas no debemos permitir que nos quieran seguir haciendo comulgar con ruedas de molino. Debemos aprender a juzgar por los hechos y no por los dichos, a descubrir a qué intereses sirven las acciones o la propaganda que siempre nos dicen son “en beneficio del pueblo”.
Concretamente, debemos aprender a distinguir lo que ayuda a terminar con la miseria y la explotación de los trabajadores y lo que refuerza las cadenas que mantienen sujetos a campesinos, empleados y obreros; lo que sirve para reforzar a los imperios que nos han invadido, masacrado y saqueado, y lo que ayuda a la lucha por la emancipación y la dignidad de los pobres del mundo, particularmente de los que han emprendido valientemente la lucha por poner fin a la expoliación y por construir nuevos modelos económicos y de desarrollo donde el progreso y la justicia los garanticen los gobiernos de los propios trabajadores organizados en partidos de clase.
El gran reto, entonces, de los trabajadores mexicanos es, tras el ropaje de las palabras, distinguir la piel de quien les habla, no permitir que los mareen con frases rimbombantes, no permitir el perverso juego de acrecentar su necesidad con salarios insuficientes, mala atención de la salud y la educación, al mismo tiempo que se les ofrecen, como a mascota hambrienta, los apoyos gubernamentales como aspirinas para sus males y como mecanismo de control para que sigan votando por el grupo en el poder.
Educación política para lograr la unidad ideológica de los trabajadores, fortalecimiento de su organización de clase que les permita una coordinación nacional que garantice su unidad organizativa y de acción. Sólo así lograremos un gobierno de los proletarios y al servicio de los trabajadores. Manos a la obra.
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