MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Inundaciones: entre la ganancia y la hipocresía gubernamental

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Hace algunos días fuimos testigos, y lo seguimos siendo, de las inundaciones cada vez más catastróficas que está sufriendo el país entero y el estado de Morelos. Los medios de comunicación informaron a mediados de agosto: 28 personas atrapadas en Jiutepec, caída de árboles, barrancas desbordadas, 250 viviendas bajo el agua en la zona conurbada de Cuernavaca, once municipios inundados y, hace unos días, 140 viviendas bajo el agua en Zacatepec.

Los gobiernos van y vienen, los partidos políticos llegan y se van, mientras que los temas relacionados a las inundaciones siguen intactos.

El gobierno estatal, por su parte, dijo que, para evitar inundaciones, “no hay que tirar basura en las coladeras ni en las barrancas”, y que “tengan a la mano el 911 para atenderlos de inmediato”.

Es cierto que no tenemos una cultura para separar y tirar la basura. Tirar basura en las calles ocasiona tapones en los alcantarillados o en los sistemas de desagüe de aguas residuales. Pero habría que preguntarnos: ¿y por qué no tenemos una cultura de la limpieza pública? 

¿Por qué nuestra educación familiar y social es tan deficiente en este sentido? ¿No será acaso producto de la educación cultural que nos ha proporcionado esta sociedad en la que vivimos? Y ¿por qué, a pesar de existir leyes y campañas contra esta cultura, se sigue manifestando?

Pienso que la respuesta no sólo radica en este fenómeno individual, sino que, como todos los fenómenos, tiene causas más profundas que las que visiblemente perciben nuestros sentidos. En efecto, según los expertos en la materia, las lluvias cada vez más intensas y frecuentes, las trombas, los huracanes que generan grandes inundaciones se deben al cambio climático, principalmente al calentamiento de la superficie, al efecto de isla de calor en zonas urbanas, entre otros factores relacionados con la acción del hombre.

Un ejemplo es la emisión de gases contaminantes de efecto invernadero, la deforestación indiscriminada, etcétera. Sin embargo, está de más, pues está probado que quienes producen la mayor parte de esos gases y quienes llevan a cabo dichas actividades son, esencialmente, los países capitalistas más industrializados y sus empresas; países que se han negado a firmar protocolos de moderación y disminución de la contaminación mundial.

Esto que pasa con los países pasa también con las empresas en cada uno de los estados. Para nadie es un secreto cómo muchas empresas han ocasionado la contaminación de grandes mantos acuíferos, de ríos, de mares, de suelos y, en muchos lugares, con el respaldo de los gobiernos.

Ahora bien, el daño está hecho y en proceso, y lo que vemos son las consecuencias de la acción anárquica de la empresa privada. Esta anarquía en la producción no es casual, sino fruto necesario del modo en que los hombres están organizados para producir.

El objetivo es obtener la máxima ganancia y acumular riquezas; el consumismo y la contaminación de la atmósfera, de los ríos, de los lagos, de los mares no importan. He aquí la sociedad capitalista.

Pero los más afectados son la gran mayoría de la población trabajadora, es decir, los productores de la riqueza social. En efecto, no son las grandes residencias y fraccionamientos los que se inundan, sino las colonias y pueblos más marginados.

Se inundan las casas de cartón, de lámina, de madera; se inundan los trabajadores: son ellos quienes sufren las calamidades de las intensas lluvias, que no pueden llegar a sus trabajos ni a sus casas; son los trabajadores quienes pierden los patrimonios que con mucho esfuerzo alcanzaron a construir. Así es la vida en este sistema que nos tocó vivir.

Los gobiernos van y vienen, los partidos políticos llegan y se van, mientras que los temas relacionados con las inundaciones siguen intactos: no hay regulación para el desarrollo urbano, no hay un sistema planificado para la construcción de viviendas, no hay un mejor diseño en la planificación de la construcción del sistema de drenajes y de aguas residuales, no hay nadie que ponga freno a la contaminación generalizada de los países capitalistas y de las grandes empresas transnacionales y nacionales, y no hay nadie que ponga freno a este sistema explotador.

Mientras tanto, la suerte del pueblo es la misma: el olvido. Esto es lo que ocurre en Morelos y en el país entero. Por un lado, unos cuantos ricachos que acumulan riquezas sin importarles las consecuencias climáticas; por otro, los gobiernos, a quienes les tiene sin cuidado si los pobres se inundan o no: sólo les interesa acercarse a los damnificados como medio para proyectarse o para dar alguna dádiva que calme un día su sufrimiento.

Por eso se toman la foto o caminan entre lodo o charcos, fingen hacer censos o evaluar las afectaciones para dar alguna ayuda que nunca llega: es la hipocresía política de los gobernantes. Por ello, en cada inundación, el pueblo debe exigir al estado apoyos y recursos cada vez más grandes para cubrir el daño ocasionado en su patrimonio, pero, sobre todo y ante todo, el pueblo debe hacer conciencia de que es urgente construir su verdadera organización partidaria, formar su vanguardia organizada y proponerse cambiar esta sociedad.

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