Es triste y doloroso volver a escribir sobre las recientes inundaciones que golpearon a cientos de familias del centro de nuestro país. Los noticieros no dejan de hablar de la devastación y las pérdidas humanas y materiales, presentando testimonios verdaderamente desgarradores.
Familias de los estados de Veracruz, Hidalgo, Querétaro, Puebla y San Luis Potosí no sólo están viviendo una tragedia histórica, también están padeciendo la ola de omisiones, lentitud y desorganización entre el gobierno federal y los gobiernos estatales ante la tragedia.
La actual tragedia debería ser un punto de inflexión, un llamado urgente a reconstruir las instituciones de protección civil, a reponer mecanismos de financiamiento como el Fonden y a reconocer que los desastres naturales no se enfrentan con consignas políticas.
Al analizar la situación, nos encontramos otra vez con lo mismo, todo parece indicar que las autoridades no aprenden del pasado, pues la respuesta llegó tarde, no hubo alertas oportunas, no se emitieron avisos preventivos claros a la población, no se evacuaron las zonas más vulnerables y, cuando las lluvias ya habían convertido calles en ríos y cerros en cascadas, apenas comenzaban los llamados oficiales para “evaluar la situación”.
Las escenas que circulan en redes sociales y en los medios son el reflejo de un país desbordado por la naturaleza y abandonado por sus autoridades.
Resulta indignante que, en medio de este desastre, la gobernadora de Veracruz haya intentado minimizar los hechos, “se desbordó ligeramente el río Cazones”, declaró quien debería ser la primera en reconocer la gravedad de la situación, como si más de una veintena de muertos y decenas de desaparecidos fueran sólo un detalle meteorológico.
Esa frivolidad política, esa distancia entre el discurso y la realidad, retrata la actitud de un poder que se protege a sí mismo en lugar de proteger a su gente.
Esta tragedia revela lo que muchos expertos y ciudadanos venimos advirtiendo desde hace años: la desaparición del Fondo de Desastres Naturales, el Fonden, ha dejado al país indefenso ante los embates de la naturaleza. Ese fondo, creado en 1996, garantizaba que los recursos se liberaran de manera rápida y automática en caso de emergencias.
Pero en 2021 el presidente López Obrador decidió eliminarlo, bajo el argumento de que era “corrupto” y que su eliminación permitiría un manejo más “eficiente y directo” de los recursos. La realidad ha demostrado lo contrario. Hoy no existe un mecanismo financiero ágil para atender a los damnificados. Cada apoyo depende de procesos burocráticos lentos y de decisiones políticas que retrasan la ayuda mientras la gente sufre.
Desde la desaparición del Fonden, México ha enfrentado más de una docena de fenómenos naturales de gran magnitud: huracanes como Otis, Nora y Grace; inundaciones en Tabasco; deslaves en Guerrero; y ahora esta tormenta devastadora en el centro del país.
En todos los casos, la constante ha sido la misma: lentitud, desorganización y ausencia de recursos. El país no ha logrado crear un sistema de sustitución que funcione con eficacia, y las instituciones encargadas de la prevención, como Protección Civil y el Cenapred, están hoy debilitadas, sin presupuesto suficiente ni personal técnico que pueda anticipar riesgos o responder con rapidez.
El gobierno prometió que sin el Fonden los recursos llegarían “sin intermediarios”, pero lo que vemos es lo contrario: los apoyos llegan tarde, mal y a cuentagotas.
El problema no es sólo operativo, es también moral, ya que tenemos un gobierno que presume cercanía con el pueblo, pero que reacciona con frialdad ante el sufrimiento. La llamada 4T ha demostrado ser rápida para hacer propaganda, pero lenta para salvar vidas.
La actual tragedia debería ser un punto de inflexión, un llamado urgente a reconstruir las instituciones de protección civil, a reponer mecanismos de financiamiento como el Fonden y a reconocer que los desastres naturales no se enfrentan con consignas políticas, sino con planeación, prevención y recursos.
Frente a la parálisis gubernamental, ha sido nuevamente el pueblo quien ha mostrado la cara más noble y solidaria de México. En todas las regiones afectadas, hombres y mujeres se han organizado para abrir caminos, rescatar personas, compartir víveres, levantar refugios y tender puentes humanos donde el gobierno no llega. Organizaciones sociales, iglesias y grupos civiles han puesto manos a la obra.
El Movimiento Antorchista, por ejemplo, ha instalado centros de acopio en distintos puntos en los estados afectados para reunir alimentos, agua, ropa y medicinas destinados a las familias damnificadas. Sin reflectores ni discursos, los ciudadanos demuestran que la solidaridad mexicana es más fuerte que la negligencia oficial.
Mientras las autoridades aún planean qué hacer, el pueblo ya actúa. Esa diferencia lo dice todo.
En medio del lodo, la muerte y la desesperanza, queda en pie lo mejor de este país: su gente. Son ellos, los damnificados y los solidarios, quienes hoy sostienen a México.
Espero que esta tragedia no quede en el olvido y ese coraje e impotencia que hoy sienten miles de familias se canalicen para que se organicen y luchen por la construcción de un mejor estado, un mejor país.
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