El Estado influye en todo, en la vida pública y en la vida privada. Por donde se voltee a ver está presente el Estado. Sin embargo, en una sociedad dividida en clases sociales, con intereses antagónicos, el Estado no es una cuestión aparte del funcionamiento del proceso productivo, sino que se condicionan mutuamente, y quien tiene el poder económico, siempre, salvo en los periodos de crisis, detenta el poder político para que el sistema económico pueda seguir funcionando y reproduciéndose día con día.
Ante este dominio apabullante de la clase dominante en todos los ámbitos de la vida de las personas, fuera y dentro del proceso productivo, condicionados por su realidad material, ¿qué le queda a la clase dominada cuando se ha vuelto asfixiante su sometimiento en México y en el mundo? ¿Qué le queda si de su larga jornada laboral recibe un sueldo miserable como recompensa de todo el tiempo que dedicó para enriquecer a otras personas? ¿Si saliendo cansado le espera un transporte lento, deficiente, siempre atiborrado de gente y donde se tiene que hacer todavía mucho más tiempo para llegar a descansar? ¿Si la violencia que se vive día con día le puede alcanzar en cualquier momento? ¿Si llegando a su colonia impera un ambiente de drogadicción, con las calles sucias, sin parques o lugares donde pueda recrearse?
El día 15 de marzo del año en curso, Hernán Gómez Bruera escribió el artículo "¿Por qué financiar a cierta sociedad civil?". En éste, el académico discute la Circular Uno del gobierno actual, aquella en la que se prohíbe la transferencia de recursos públicos a las organizaciones sociales. Como muchos, protestó ante la acción del presidente de meter a todas las organizaciones en el mismo barco. Para él, quienes no se merecen esa transferencia de recursos son dos tipos de organizaciones de la sociedad civil: 1) las que se pueden financiar sus propias actividades porque son fundaciones privadas y 2) las organizaciones clientelares que negocian tajadas del presupuesto, como Antorcha. Quienes sí se merecen la transferencia de recursos, dice, son las pequeñas y medianas organizaciones que hacen un trabajo serio en la protección de ciertos derechos como trabajo con migrantes, igualdad de género, víctimas de la violencia, embarazo adolescente, conciencia sobre derechos, entre otros (cursivas, GEMS).
Asombra que, sin discusión, este académico no distinga claramente entre dar dinero contante y sonante y la gestoría de obras y servicios, normalizando con ello una mentira para sus lectores. Nosotros hemos defendido nuestro derecho a exigir obras y servicios para las colonias más pobres, y cualquiera con dos dedos de frente sabe que es la misma dependencia, del nivel que sea, la que aplica el recurso, que está debidamente requisitado por las instancias correspondientes. No es este punto lo que me llama la atención; sobre ello han escrito muchos compañeros y de mejor manera. Lo que me interesa es abordar desde dónde escribe el doctor Hernán y cómo se explica que haga este tipo de distinciones sin ningún recato o investigación previa.
El doctor Bruera tiene una carrera académica que podríamos calificar como brillante, en grandes universidades, con toda una vida holgada y sin privaciones. Como él mismo lo dice y acepta en un artículo dirigido a Denise Dresser, él no es pueblo. Cito: "Reconozcamos nuestra extranjería, aceptemos que hemos habitado lejos del México real, segregados en el privilegio; que nuestra manera de vivir y nuestras preocupaciones son muy distintas a las de ese otro país que desconocemos". Exactamente, doctor Bruera, usted no ha visto –y menos sufrido en carne propia– las privaciones que vivimos día a día, usted no sabe de las carencias alimentarias, de cómo dormimos, de cómo nos transportamos, de las enfermedades y la imposibilidad de curarlas, de la violencia de todo tipo, económica, racial, de los condenados de México.
Por eso es posible que pueda calificar de clientelar y señalar con dedo flamígero a la organización de los pobres mejor estructurada y más grande del país. Y contestando a la pregunta que lancé unos párrafos atrás: ¿Qué nos queda a los pobres de México? Estamos convencidos, porque la realidad lo ha demostrado, de que lo único que nos queda es organizarnos para exigir nuestros derechos. Ya somos más de dos millones de mexicanos que militamos en las filas del Movimiento Antorchista, convencidos de que el mal de este país es la pobreza y la mala distribución de la riqueza; que durante más de 45 años la hemos combatido con hechos, luchando por obras y servicios, con cultura para todos aquellos que no tienen la posibilidad de costearla –porque en este país, la cultura también está en unas pocas manos–, por educación y escuelas para nuestros hijos. ¿Que somos muchos? ¡Mejor, para que nos hagamos escuchar más fuerte! ¿O qué, eso le espanta a las almas pudientes?
Nosotros no queremos limosnas, no queremos caridad ni necesitamos de su filantropía. Queremos que se nos dé lo que por ley y por derecho nos corresponde. No queremos moches. Tampoco queremos que el Estado en manos de los poderosos nos financie porque entonces estaríamos traicionando al pueblo, porque nuestra libertad organizativa, de movimiento y de capacidad de lucha serían una farsa, serían ficticias y México está harto cansado de esas prácticas que han marcado su historia. ¿Quiere cambiar la situación del pueblo de México, usted que, como dijo la poetisa, tiene los huesos intactos? Entonces le invito a conocer los resultados del pueblo organizado en Tecomatlán, Chimalhuacán, Ixtapaluca; hable con la gente y empápese. Y cuando haya visto lo que hemos construido, su opinión no estará condicionada por la forma en la que ha vivido.
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