Tienen nombre e historia propia, ocupan un espacio, unos de ellos tuvieron y conocen un oficio, algunos desempeñan y realizan servicios útiles y otros, trabajos muy productivos, pero son invisibles; existen como seres humanos, pero ciertos sectores sociales no los ven o, más bien dicho, no los quieren ver y si lo hacen por alguna razón, apartan con desdén la mirada y tratan de borrar de la memoria su imagen.
La falta de equidad condena y mantiene irremisiblemente a millones de seres humanos a vivir en una pobreza inmensa que los degrada y no les permite encontrar salida.
Los invisibles son: pordioseros, limpia parabrisas, drogadictos, vendedores ambulantes, lúmpenes, pandilleros de baja estofa, alcohólicos a los que se les denomina “escuadrón de la muerte”, desempleados, albañiles y de otros oficios. Pobres gentes que viven en las periferias de las ciudades.
Algunos de ellos forman parte de pequeños sectores, otros son grandes grupos pero, entre todos, forman verdaderas multitudes que, a pesar de su número, son prácticamente invisibles. Y no es que el ojo humano no los perciba, sino que para los ojos de los que no los quieren ver visibles, de los poderosos del planeta, esos miserables no deberían existir y, por tanto, son invisibles.
Son considerados escoria de la sociedad, excrecencia indeseable, y por lo tanto, se les estigmatiza, se les excluye y margina al máximo, aceptándolos sólo como algo que se puede tolerar, pero de lo que hay que mantenerse alejado.
Si se les encuentra en la calle o en algún lugar, se aparta la vista de ellos y se considera que hay que alejarse lo más rápidamente de esa chusma, como si la miseria fuera contagiosa o se les cataloga como inútiles o peligrosos. Y puede ser cierto que algunos de ellos sean peligrosos y hasta inútiles socialmente hablando, pero no todos.
Además, ¿de quién es la culpa del estado al que han llegado y del que no pueden salir y que los mantiene sujetos, peor que con cadena de hierro? ¿Será que estar o caer en uno o unos de estos males sociales es una opción libremente escogida? ¡No lo creo!
Les ha tocado vivir en una sociedad profundamente desigual, que no les dio, ni les ha dado las mismas oportunidades a todos, que no les ha ofrecido la misma oportunidad de estudio a todos, que no ha creado empleos dignos y bien pagados, que promueve una vida en la que el ocio es una virtud, en la que el enriquecimiento por cualquier medio es lo correcto, en la que lo único deseable es el placer sin límite y en la que hay que vivir sólo para el beneficio personal, sin importar el daño que hacemos a los demás. A esto se incita, induce y educa aun cuando no se le pueda cumplir casi nada a esa inmensa mayoría de seres humanos.
Lo que en realidad priva es la falta de equidad, que condena, lanza y mantiene irremisiblemente a miles, a millones de seres humanos a vivir en una inmensa pobreza y los obliga a degradarse de múltiples formas y a no encontrar salida por ningún lado una vez que se ha caído en dichas formas de vida.
Los que lo tienen todo y se trasladan de un lugar a otro en aviones o helicópteros privados, los que viajan por autopistas en limusinas o vehículos de lujo, los que comen en restaurantes exclusivos, los que viven en residencias alejadas de cualquier contaminación con el pobrerío, para ellos, los pobres, los marginados, son invisibles, indeseables y lo único que sienten por estos es desprecio.
Por esa razón los quisieran desaparecer del planeta o, cuando menos, de su vista. Un ejemplo claro de lo anterior es el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, el cual, el 11 de agosto del presente año anunció la medida de erradicar totalmente a más de 800 homeless (los sin hogar) que vivían cerca de “La Casa Blanca” y mandarlos a donde estorbaran o donde no fueran visibles. Dicha medida es la primera en instrumentarse, pero no será la única ni la última, es un ensayo que poco a poco se extenderá a otras ciudades y a otros sectores sociales y luego será imitada en otras partes del mundo. Tenga usted la seguridad.
Los marginados del planeta tienen que tomar conciencia del profundo desprecio que las clases poderosas sienten hacia ellos y, poco a poco, irse planteando su educación política, su coincidencia de parias con los pobres de su colonia, de su municipio, de su estado y de su país. En función de ello, organizarse con sus iguales y proponerse modificar esta situación para convertirse en hombres y mujeres totalmente visibles de una historia que los convierta en protagónicos de su propia reivindicación como seres humanos.
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