MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La voz de los marginados que exige un país diferente

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En un México marcado por la violencia, la desigualdad y un sistema educativo en crisis, donde ocho de cada diez estudiantes de secundaria no alcanzan un aprendizaje satisfactorio y las carencias en áreas como lenguaje y pensamiento científico son abrumadoras, surge una pregunta apremiante: ¿puede la poesía, ese arte a menudo relegado a las élites intelectuales, ser un instrumento de transformación social?

Al promover la declamación entre niños, jóvenes, obreros y campesinos, el movimiento no sólo está fomentando la disciplina, la memorización y la expresión. Está realizando una profunda labor de educación política.

El Movimiento Antorchista lleva 51 años respondiendo afirmativamente a este interrogante, y la III Jornada Nacional de Declamación es un testimonio vibrante de esta convicción.

Lejos de ser un mero adorno cultural, Antorcha ha convertido a la poesía y la declamación en una actividad primaria, en un arma cargada de futuro para las comunidades más humildes. 

Su premisa es tan simple como profunda: cuando a un ser humano se le enseña a ver el mundo a través de la belleza y a imaginar una vida mejor, nace en él un deseo incontenible de luchar por alcanzarla.

Los fríos datos de las evaluaciones educativas, que pintan un panorama desolador de ignorancia y deficiencias, no son, para Antorcha, una razón para claudicar, sino la prueba contundente de que urge formar seres humanos más íntegros y críticos. La poesía, en este contexto, no es un lujo, sino una necesidad.

Es el antídoto contra la insensibilidad, la herramienta que agudiza la percepción y permite ver, más allá de la realidad inmediata, las causas estructurales de los males que aquejan al país: la injusta distribución de la riqueza, la negligencia gubernamental y un sistema que perpetúa la miseria.

Al promover la declamación entre niños, jóvenes, obreros y campesinos, el movimiento no sólo está fomentando la disciplina, la memorización y la expresión. Está realizando una profunda labor de educación política.

Un pueblo que recita a Rosario Castellanos, que se emociona con los versos de Jaime Sabines o que conecta con la crítica social de Bertolt Brecht, es un pueblo que está ejercitando su capacidad de análisis, de cuestionamiento y de empatía.

La poesía, al hablar del amor, la naturaleza y el sufrimiento de los pueblos, sensibiliza. Y un ser humano sensibilizado es capaz de solidarizarse con el desvalido, de indignarse ante la injusticia y de negarse a conformarse con un destino de privaciones.

Este es, quizás, el aspecto más revolucionario de la propuesta de Antorcha. No se trata sólo de llevar cultura a donde no la hay, sino de utilizar esa cultura como un catalizador de la conciencia de clase. Un pueblo consciente y culto es muy difícil de engañar y manipular.

Es una sociedad que, al analizar críticamente su realidad, deja de ser un rebaño pasivo y se convierte en un actor colectivo que exige organizadamente sus derechos: salarios justos, vivienda, salud y educación de calidad.

Y si los gobernantes son incompetentes para proporcionar esto, el mismo pueblo, iluminado por la conciencia que el arte ayuda a forjar, tiene la legitimidad para exigir un cambio de modelo.

La III Jornada Nacional de Declamación, celebrada en teatros, colonias, parques y ejidos de los 32 estados, es un ejemplo potentísimo de esta filosofía en acción. Ver a niños de colonias populares, a amas de casa y a obreros tomar la palabra para dar vida a los poetas es presenciar la democratización más genuina del arte.

Es derribar el estigma que reserva la poesía para una minoría intelectual y demostrar que el sentir humano, en toda su profundidad, es universal.

Al devolver al pueblo poetas que el establishment cultural tenía en el olvido, Antorcha no solo está rescatando patrimonio literario; está entregándole al pueblo las herramientas para narrar su propia historia y para imaginar su propia liberación.

En un momento donde el discurso oficial de la “Cuarta Transformación” muestra su incapacidad para revertir el empobrecimiento y la inseguridad, la apuesta de Antorcha por la organización y la educación a través del arte se revela no sólo como pertinente, sino como urgente.

La poesía, en este marco, es la invitación a sublevarse para ser libres, como dijera el maestro Aquiles Córdova. Es el vehículo para romper la cárcel de la esclavitud moderna, que no sólo es material, sino también intelectual y espiritual.

Felicitemos, pues, a todos los declamadores. Su voz no es sólo un canto a la belleza, es un llamado a la acción.

En un país sediento de justicia, la poesía se ha convertido en una trinchera desde donde se libra la batalla más importante: la de las conciencias. Y es desde ahí, desde la sensibilidad y la razón despiertas, que podrá germinar, finalmente, el cambio social verdadero.

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