MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La reducción de la jornada laboral, un triunfo a medias

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México ha dado un paso adelante al aprobar la reducción de la jornada laboral de 48 a 40 horas semanales. Después de más de 100 años con la misma ley, este cambio suena como una gran noticia. 

Pero si miramos con atención, veremos que no todo es tan positivo como parece. La forma en que se aplicará y a quién beneficiará realmente muestra las grandes desigualdades que todavía existen en nuestro país.

Esta reducción de la jornada a 40 horas es un paso adelante, pero tímido, tardío y profundamente desigual. Legisla para una minoría y pospone para el futuro lejano lo que es una urgencia presente.

Es cierto que trabajar menos horas es algo bueno. México es el país donde más se trabaja entre las naciones de la OCDE. Un mexicano trabaja en promedio más de 2 mil 200 horas al año, mientras que en Alemania son sólo mil 341 horas.

Estudios demuestran que trabajar demasiado cansa, estresa y baja la productividad. Países que trabajan menos horas suelen ser más productivos. Por eso, reducir la jornada laboral es una idea inteligente.

El problema está en cómo se hará este cambio. El gobierno ha decidido que la reducción será muy lenta: comenzará hasta 2027 y se hará poco a poco, quitando sólo dos horas cada año. Para 2030 recién llegaremos a las 40 horas. 

¿Por qué tan despacio? Porque los empresarios han pedido tiempo, diciendo que necesitan prepararse. Muchos de ellos se resisten al cambio porque temen que les cueste dinero, temen que disminuyan sus ganancias.

Pero hay algo más grave: esta ley sólo protege a una parte de los trabajadores. Según las cifras, más de la mitad de los mexicanos que trabajan (un 55 %, alrededor de 33 millones) lo hacen en la informalidad. Es decir, no tienen contrato fijo, no tienen seguro social y no están registrados ante la ley. 

Para ellos, la reducción de horario no significa nada. Siguen trabajando diez, doce o hasta catorce horas al día, sin descansos garantizados, sin prestaciones y sin que nadie supervise sus condiciones.

Esto crea dos México diferentes: uno donde algunos trabajadores con empleo formal podrán disfrutar poco a poco de más tiempo libre, y otro donde la mayoría sigue en la precariedad, trabajando largas jornadas por bajos salarios. La ley, en lugar de unir, divide.

Otro punto importante es que la ley dice que, al trabajar menos horas, el salario no debe bajar. Esto es esencial, pero ¿quién vigilará que esto se cumpla?

Muchos patrones podrían buscar formas de no pagar lo justo. Sin sindicatos fuertes y sin inspectores laborales que realmente protejan al trabajador, las leyes pueden quedar sólo en el papel.

La historia nos enseña que los derechos laborales no se ganan sólo con leyes escritas, sino con la organización y la lucha de los trabajadores. La primera vez que se conquistó la jornada de ocho horas fue gracias a movilizaciones obreras, no por regalo de los gobiernos.

Entonces, ¿esta reforma es un avance? Sí, pero es insuficiente. Es un paso pequeño para unos pocos, mientras la mayoría sigue esperando justicia.

Para que realmente sirva a todos, debe ir acompañada de medidas reales contra la informalidad, aumentos constantes al salario mínimo, control de precios de la canasta básica y un verdadero apoyo a la organización libre de los trabajadores.

Esta reducción de la jornada a 40 horas es un paso adelante, pero tímido, tardío y profundamente desigual. Legisla para una minoría y pospone para el futuro lejano lo que es una urgencia presente.

Para que esta reforma no sea sólo un espejismo para la mayoría trabajadora, debe ser el punto de partida, no la meta. Exige ir acompañada de una ofensiva real contra la informalidad, un aumento sustancial y continuo del salario mínimo, el fortalecimiento de la inspección laboral y la promoción de un sindicalismo democrático.

De lo contrario, habremos ganado una batalla legislativa, pero en un contexto donde la guerra por la dignidad del trabajo se sigue perdiendo, día a día, en la realidad de millones.

La reducción de la jornada laboral no debe ser un privilegio para algunos, sino un derecho para todos. Mientras millones sigan fuera de esta protección, no podemos cantar victoria. La lucha por un trabajo digno en México apenas continúa.

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