MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Juventud sí, pero con conciencia de clase

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En días recientes, los medios de comunicación y las redes sociales han insistido en que existe una “Generación Z rebelde” que se está levantando para “salvar a México”. Se nos dice que estos jóvenes —con banderas de One Piece— representan un despertar político auténtico. 

México necesita jóvenes que entiendan que los problemas de su país no son simplemente fallas administrativas, sino consecuencias directas de un modelo económico que privilegia a unos cuantos. 

Pero, como suele ocurrir en la política mexicana, lo aparente esconde un interés profundo. Lo que llaman “Generación Z” no es un sujeto político nuevo: es una construcción oportunista de la ultraderecha, hábil para lucrar con el descontento social y convertirlo en herramienta para reconquistar el poder que perdió, no para mejorar la vida del pueblo, sino para seguir enriqueciéndose.

Lenin advirtió en sus textos sobre el papel corrosivo del oportunismo, esa máscara que la burguesía usa para fabricar “movimientos populares” bajo ropajes “revolucionarios”. Afirmó que, en épocas de crisis, la derecha recurre a tácticas de confusión, manipulación emocional y simulación política para conducir a las masas hacia la defensa de intereses ajenos. 

Hoy vemos ese mecanismo funcionando con precisión: una derecha históricamente fascista que, incapaz de movilizar a la clase trabajadora, se apropia del lenguaje juvenil, de las estéticas de moda y del hartazgo generalizado para fabricar rebeldía.

Ahora bien, la manipulación sólo funciona porque existe un terreno fértil: la frustración real de millones de jóvenes. Morena llegó prometiendo una transformación profunda, pero ha fallado en atender los problemas fundamentales del país.

Los datos son claros: México sigue siendo el país con mayor proporción de adultos con sólo educación básica; la esperanza de vida continúa de 5.6 años por debajo del promedio; los homicidios y la violencia no han disminuido; y escándalos como Segalmex exhiben la misma corrupción que el partido prometió erradicar.

El descontento, entonces, es legítimo. Lo que no es legítimo es que ese malestar se convierta en coartada para el regreso de quienes arruinaron a México por décadas. Con la derecha no se concilia, porque la derecha —cuando se siente amenazada— no titubea en exponer sus orígenes fascistas, en recurrir a la represión o a la subordinación total a Estados Unidos.

Su historial lo deja claro: privatizaciones salvajes, endeudamiento, entrega del país al capital extranjero, criminalización de la protesta. Nada ha cambiado, hoy simplemente se disfrazan de jóvenes con sombreritos de paja.

El problema, entonces, es claro: una juventud mexicana indignada pero despolitizada resulta presa fácil de cualquier idea maquillada de “antisistema”. No basta con estar enojado, hace falta elevar ese enojo a conciencia de clase.

Porque México necesita jóvenes que entiendan que los problemas de su país no son simplemente fallas administrativas, sino consecuencias directas de un modelo económico que privilegia a unos cuantos. Jóvenes que sepan diferenciar entre una rebelión auténtica y una inducida. Jóvenes capaces de mirar más allá de la estética y cuestionarse: ¿a quién beneficia esto?

Si la inconformidad termina siendo absorbida por la derecha, la historia volverá a repetirse, como dijo George Santayana: “El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Y lamentablemente se repetirá con la complicidad involuntaria de quienes buscaban un mundo mejor.

Entonces, ¿cuál es la salida? Hay quienes, frente al desencanto con Morena y al peligro de la derecha, se sienten desolados, sin salida. Pero sí existe una alternativa probada, coherente y con resultados concretos: el Movimiento Antorchista Nacional.

Ahí están los hechos: municipios gobernados por Antorcha como Tecomatlán, reconocido internacionalmente con el City to City Barcelona FAD Award, distinción otorgada a proyectos de urbanismo y planeación ejemplar en el mundo, donde el modelo antorchista logró servicios completos, infraestructura educativa, cultural y recreativa, además de un desarrollo integral que elevó su nivel de vida por encima de municipios rurales comparables.

En Chimalhuacán, el gobierno antorchista construyó centros deportivos, culturales y educativos de gran escala, y recibió la Presea Zafiro por contar con una de las Policías mejor calificadas del país, con 96.3 % de elementos con Certificado Único Policial, 22 generaciones formadas en su propio Centro de Capacitación Policial, y un cuerpo de seguridad con el grado académico más alto del Estado de México, superando en profesionalización a la Federación misma —recordemos que la Guardia Nacional apenas alcanza el 9.9 % de elementos certificados, según datos del gobierno federal—; todo esto resultado de una política científica. 

Ninguno de estos avances es retórico: son obras, escuelas, hospitales, carreteras, deporte, cultura; son miles de vidas transformadas, son años de organización popular y trabajo político serio, no el espectáculo efímero de las marchas con sombrero caribeño.

La falsa “Generación Z” no es un movimiento juvenil: es un caballo de Troya diseñado para canalizar la frustración hacia el proyecto político más peligroso para México y el mundo.

La tarea entonces de la juventud no es convertirse en mercancía política ni en tropa de choque, sino en vanguardia consciente, organizada y politizada.

Porque si algo nos ha enseñado la historia, es que una vida mejor no se conquista con memes, sino con claridad ideológica, organizativa y de acción; y esa claridad empieza por reconocer que, ante el fracaso del reformismo y la amenaza del fascismo, sí existe un camino: el de la unión, la fraternidad y la lucha.

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