Recientemente leí en un medio dela Ciudad de México, una nota que llamó mi atención por la gravedad de su contenido, su título: “Al alza adictos en Iztapalapa y Tláhuac… crece la alerta ciudadana”.
En el desarrollo de esta nota se menciona que en varias colonias de las alcaldías mencionadas existe un aumento considerable en el consumo de drogas, alcohol sustancias ilícitas, sobre todo, en la población joven.
El mal de la sociedad, generado sobre todo por este sistema capitalista, hace que en cualquier lugar y en cualquier hora de nuestra ciudad se pueda observar una gran cantidad de jóvenes drogándose a plena luz del día, jóvenes que ven en esto un escape a tantos problemas que el sistema genera, como la falta de oportunidades, la pobreza, marginación, o simplemente que han sido manipulados por el sistema, que les hace creer que son libres y una forma de expresar esta supuesta libertad es drogándose, y siendo rebeldes, según ellos, en pago a una sociedad que no los satisface.
Esta realidad que viven miles de jóvenes en la capital del país, es una herida abierta, imposible que se siga ignorando por parte de las autoridades ni de la sociedad misma, porque en las alcaldías Iztapalapa, Tláhuac y en zonas aisladas de Cuajimalpa y Miguel Hidalgo, el consumo de alcohol y drogas avanza de forma desmedida, como una sombra que lacera la vida cotidiana de colonias enteras y a sus habitantes, es un problema tan grave porque no son sólo cifras las que podemos mencionar, sino la vida de personas, de familias, de sueños que se apagan irremediablemente en un abrir y cerrar de ojos.

Inhalantes de bajo costo, marihuana, metanfetaminas y alcohol circulan con facilidad entre la juventud, personas que en su mayoría están marcados por un ambiente difícil en sus familias y han sido abandonados a su suerte por un sistema rapaz al que sólo le interesa ganar y ofertar todo lo que se le atraviese. Aquí la droga y el alcohol aparece como una salida inmediata al dolor que se padece, y a la falta de certeza sobre su futuro, sin poder comprender que se entra en un círculo vicioso, del que difícilmente podrán salir, antes de perecer en medio de este grave problema social.
En nuestro país, mientras las autoridades reportan con orgullo decomisos frecuentes de sustancias ilícitas, la realidad nuevamente vuelve a hacer de las suyas y nos muestra las cosas reales y de forma descarnada, haciendo relieve en esta tragedia silenciosa, donde no se puede negar que existen miles de muertes relacionadas con trastornos por consumo de sustancias, donde el alcohol encabeza la lista como la principal causa de mortalidad por adicciones. Y sin lugar a dudas, detrás de cada número hay una historia rota y una familia marcada para siempre, de forma irreversible.
Y la juventud es la más afectada por esta crisis, no porque carezca de voluntad, sino porque es víctima de un sistema que ni siquiera es capaz de ofrecerle las condiciones mínimas para salir adelante, donde lo que reina en el país es una vida miserable, con desempleo, o los empleos que existen están mal pagados, abandono escolar, jornadas de trabajo extenuantes, violencia intrafamiliar y además se suma la ausencia de espacios culturales y deportivos que sirvan como herramienta para mantener a raya a las adicciones en los jóvenes.

Esta forma de evadir los problemas, a lo que muchos jóvenes recurren, termina por acabarlos por completo, ofreciéndoles la calle como hogar, donde los proyectos de vida se postergan, la salud se deteriora y la esperanza se diluye.
Una vez con el problema encima, los centros que ayuden a sacar al joven de los vicios son escasos, obligando a muchas familias a recorrer grandes distancias para poder llevar a su ser querido para que reciba ayuda.
No debemos analizar este fenómeno solamente centrándonos en el individuo, que ha sido presa fácil para ocupar un lugar en el mundo de las drogas, no, definitivamente, hacerlo así, estaríamos cometiendo un grave error, pues las adicciones presentan causas estructurales profundamente ligadas al modelo económico vigente, que se manifiesta en el país en el cual vivimos, en donde el capitalismo, basado en la ganancia de unos cuantos y en la explotación de la mayoría, produce pobreza, desigualdad y exclusión. En este sistema, millones de jóvenes crecen sin acceso real a la educación de calidad, empleo digno, vivienda y cultura, mientras observan cómo la riqueza se concentra en pocas manos, creyendo erróneamente que no pueden hacer nada para evitarlo, sintiéndose frustrados y recurriendo al consumo de sustancias como una forma de evadir los problemas.
Además, el propio sistema, generador de pobreza, ve en la juventud un peligro constante al que hay que adormecer y por eso le presenta un abanico de posibilidades en el consumo de sustancias que lo dañen, entre más rápido mejor.
Porque al capitalismo no le interesa una juventud organizada, tampoco le interesa una juventud crítica y consciente, no, esta representa un peligro. Así es que la juventud debe salir de su marasmo y, pensar, informarse, movilizarse, cuestionar la injusticia, exigir derechos y poner en evidencia las contradicciones del sistema. Porque al sistema le resulta funcional una juventud cansada, frustrada y atrapada en el consumo.

Esta es la realidad cotidiana que vivimos: jóvenes que sufren una serie de vejaciones durante toda su vida, que viven en un ambiente de violencia por la falta de recursos, colonias enteras abandonadas a su suerte, una precarización del trabajo y la normalización de la pobreza para luego criminalizar a los jóvenes que crecen en ese abandono y que odian mucho.
Aunado a esto, no se le garantiza oportunidades, escuelas suficientes, espacios culturales y deportivos, aquí, justamente, es donde la droga se convierte en su aliada, en su refugio, y muchas veces en la venta de estas sustancias muchos jóvenes se enrolan en actividades de narcomenudeo para tratar de subsistir, convirtiéndose en verdugos de niños y jóvenes, que son presas también de este mal.
Y mientras tanto, el joven se vuelve un ser repudiado por esta misma sociedad, que en vez de tratar de comprender las causas que lo orillaron a consumir este tipo de sustancias, juzgan al individuo y lo odian.
Es urgente que las autoridades no sigan ignorando este grave flagelo social, que se dé una respuesta integral y humana, donde la educación, el arte el deporte y la cultura ofrecen alternativas reales ante esta desesperanza.
Es urgente no seguir permitiendo que nuestros niños y jóvenes caigan en las manos de las adicciones, y para esto, debemos saber que este modelo económico sacrifica a su juventud en nombre de la ganancia, y hoy es momento de enfrentar las causas y luchar, de manera organizada y consciente, por una transformación profunda de la sociedad.
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