MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

FNERRR, rostro de la juventud organizada en México

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Las recientes inundaciones en los estados de Hidalgo, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí y Veracruz han dejado una estela de muertes, desapariciones y destrucción total. Miles de familias lo han perdido todo, mientras la infraestructura social —carreteras, escuelas, hospitales— colapsaba ante la fuerza de las aguas. Localidades enteras, como Poza Rica, en Veracruz, quedaron sumergidas bajo el agua y los escombros.

Nuestras protestas no son actos aislados. La experiencia nos ha enseñado que la realidad sólo se transforma mediante la organización, el estudio, la lucha colectiva y las acciones concretas.

Este desastre no se puede entender como una simple tragedia natural, sino el resultado calculado de un sistema económico que prioriza la máxima ganancia sobre la vida humana y los efectos ambientales (el cambio climático, la deforestación, los asentamientos irregulares), y de un Estado mexicano, encabezado estos días por Morena, que ha desmantelado sistemáticamente los mecanismos de protección, como es la eliminación del Fondo de Desastres Naturales (Fonden) por considerarse tardado, burocrático y corrupto, y el constante recorte presupuestal para infraestructura social a cambio de priorizar los programas del Bienestar.

Las cifras oficiales: 821 escuelas afectadas, 740 mil estudiantes sin clases, 111 municipios dañados, 183 localidades incomunicadas y más de 100 mil viviendas destruidas en total, evidencian el abandono institucional a las zonas de mayor riesgo.

Sólo en Poza Rica, donde habitan cerca de 190 mil personas, la magnitud de la devastación es enorme. Esta vulnerabilidad no es una ley natural. Países con menores recursos, pero con una genuina planeación estatal, como Cuba o Vietnam, han demostrado que, con sistemas de alerta temprana, infraestructura de contención y protocolos de evacuación masiva, es posible salvaguardar vidas humanas incluso ante fenómenos meteorológicos extremos.

La diferencia no está en la magnitud del fenómeno, sino en la voluntad política de priorizar a la población sobre los intereses económicos que promueven el desorden urbano y la degradación ambiental.

Ante esta emergencia, estudiantes de la Federación Nacional de Estudiantes Revolucionarios “Rafael Ramírez” (FNERRR) hemos emprendido una campaña nacional solidaria para recolectar alimentos, ropa, medicamentos y formar brigadas que apoyen en la limpieza y reconstrucción de las comunidades.

No es la primera vez que actuamos: estuvimos presentes en el terremoto de 2017, en las inundaciones de Tabasco y en los huracanes de Acapulco. Nuestra labor, aunque limitada por nuestro número, es resultado de una tradición de organización estudiantil. Sabemos que esta solidaridad, aunque vital, no puede sustituir las responsabilidades del Estado.

Su verdadero valor estratégico es demostrar el poder de la autoorganización popular y construir la fuerza estudiantil necesaria para exigir soluciones estructurales.

Cada estudiante que se suma no es sólo un par de manos más para la ayuda; es un eslabón más en la cadena de una organización que se propone mejorar tanto las condiciones educativas como las de los millones de mexicanos que viven en la pobreza.

Y eso no es todo; hoy México enfrenta un creciente descontento social agravado por la inestabilidad económica, la sobreexplotación de recursos, la caída de los precios en el campo, leyes que benefician a consorcios imperialistas, la inseguridad en las escuelas, la falta de inversión pública, el desabasto de medicamentos y la desconfianza generalizada hacia la clase política.

Este panorama dibuja un presente y un futuro llenos de incertidumbre e injusticias para las nuevas generaciones. Hemos visto manifestaciones en universidades de todo el país, enfocadas en problemáticas locales o sumándose a causas nacionales o globales, como la denuncia del genocidio en Palestina.

Ante esta realidad inaceptable, la respuesta del poder sigue siendo la misma de siempre: incompetencia, simulación y represión. Basta ver la actitud de la titular del Ejecutivo frente a las inundaciones para confirmarlo.

Además, cargamos con los errores pasados, puesto que una proyección extraoficial reciente indica que México tardaría 57 años para erradicar la pobreza —Acción Ciudadana Frente a la Pobreza, 2025—.

Estas no son proyecciones, son condenas. Significa que una niña indígena que nazca hoy vivirá toda su infancia y juventud en la pobreza. Para nuestra generación, esperar no es una opción.

Confiar en que los mismos mecanismos que nos llevaron a esta crisis nos van a sacar de ella es un acto de ingenuidad o de complicidad. La historia nos muestra que una vida digna no se mendiga, se conquista.

La educación pública, las jornadas laborales de ocho horas y las libertades democráticas no fueron concesiones graciosas de los poderosos, sino frutos de luchas organizadas y masivas.

La FNERRR también ha alzado la voz: contra el despojo de albergues estudiantiles y la represión en Oaxaca, por la falta de inversión educativa a nivel federal, ante el robo de equipos de aire acondicionado a escuelas de la Mixteca Poblana (por mencionar lo más reciente) y, por supuesto, contra el genocidio que desde hace más de 70 años se comete contra el pueblo palestino.

Nuestras protestas no son actos aislados. La experiencia nos ha enseñado que la realidad sólo se transforma mediante la organización, el estudio, la lucha colectiva y las acciones concretas.

No es suficiente inconformarse, hacer declaratorias, expresar empatía o manifestarse en contra de los problemas sociales.

Entonces, ¿qué podemos hacer los estudiantes en México? La respuesta, probada en la práctica, está en la organización consciente y disciplinada. No en la protesta espontánea que se agota en sí misma, sino en la acción colectiva que acumula fuerza y produce resultados concretos.

La FNERRR ha demostrado esto con hechos: cientos de planteles educativos construidos, decenas de casas del estudiante para jóvenes de escasos recursos y una participación constante en las luchas populares.

Nuestra metodología se basa en el estudio serio de la realidad, la discusión colectiva para tomar decisiones y la evaluación constante de nuestros resultados. No protestamos por protestar; cada acción está dirigida a un objetivo preciso.

Es esta disciplina, esta capacidad de convertir la indignación en una fuerza organizada y dirigida, lo que nos ha permitido perdurar y obtener conquistas tangibles, mientras otras expresiones de descontento se diluyen en el aire.

Si no lo hacemos, entregaremos nuestro futuro a los mismos que han demostrado su ineptitud y mezquindad. El presente y el futuro dependen de nosotros. Hoy más que nunca, es necesario sumarse a la única organización estudiantil que ha sido ejemplo de lucha y resultados.

La burguesía y sus gobiernos no le temen a la rabia juvenil; le temen a la rabia juvenil organizada y educada políticamente. Frente a los problemas sociales, como escribió Juan Rulfo: “Nos salvamos juntos o nos hundimos separados”.

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