Recién hemos llegado a casa, después de recorrer durante diez días la Riviera Maya con los compañeros antorchistas de Quintana Roo. Me toca escribir una prosa para poder expresar mi sentir y quiero compartirla con ustedes.
Regresamos a casa transformados, con el cuerpo cansado pero con el espíritu encendido; que somos semilla y somos fuego, y lo que vivimos en esta gira por Quintana Roo no termina aquí.
Desde que inician los ensayos, hay una presión grande por dar lo mejor en el programa cultural que se prepara, y esa sensación única de saber que juntos somos capaces de conmover y dejar huella en la vida de miles de personas que podrán disfrutar del arte que creamos para ellos.
Porque cada persona lo vive de una manera diferente, cada persona a la que podemos llegar a tocar con el arte que hacemos siempre nos deja algo gratificante dentro de nosotros, con un aplauso, una sonrisa o una gran ovación, como lo vivimos en Cancún.
Gracias a eso entiendo que no sólo llevamos un programa cultural: llevamos con nosotros la voz de una organización que lucha por educar al pueblo, que busca acercar las artes a los más necesitados.
Regresamos a casa transformados, con el cuerpo cansado pero con el espíritu encendido; que somos semilla y somos fuego; lo que vivimos en esta gira por Quintana Roo no termina aquí, porque lo que se enciende desde el corazón no puede apagarse tan fácilmente. Y nos gusta creer que nosotros encendimos muchas chispas en el corazón de mucha gente quintanarroense.
A mis compañeros de Quintana Roo les digo: gracias por ser más que colegas, por ser cómplices en esta trinchera del arte. Gracias por demostrar que la cultura no es un adorno, que la cultura no es sólo para la gente con posibilidades, que la cultura y el arte son del pueblo y que es un arma viva.
Y a mis amigos, que este viaje no sea sólo un recuerdo, sino el inicio de una revolución personal y colectiva, donde cada escenario se convierta en territorio de lucha y cada uno de nosotros en portavoz de un pueblo que sigue soñando con justicia.
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