En los medios de comunicación de México se habla todos los días de política, de los famosos y del deporte. Pero hay un tema del que casi no se habla, a pesar de que es el más importante: la pobreza.
Es frustrante que entre todos los periodistas y comentaristas de la televisión, la radio y el internet, casi ninguno le dedique tiempo a entender y explicar el verdadero tamaño de este problema. Actúan como si por ser un problema de siempre, ya no importara o no diera audiencia. Nada más falso. Callarse sobre esto no es un accidente; es tomar partido. Es decidir no ver.
La presidenta dice que la pobreza se redujo, pero para los más pobres las cosas empeoraron.
Callarse sobre cuántos mexicanos pobres hay en realidad, cuando se tiene la oportunidad de hablar, es como unirse a un olvido a propósito. Es como borrar con una tecla a millones de personas de la mente de todos. Yo no quiero ser parte de ese olvido, por eso insisto en escribir esto.
Frente a este silencio, hay dos versiones completamente diferentes que todos debemos conocer.
Por un lado, el gobierno federal muestra con orgullo las cifras del Inegi (el instituto que cuenta a la población). Ellos dicen que la pobreza bajó de 59.9 millones de personas en 2018 a 38.4 millones en 2024. Según esta historia, 13.4 millones de mexicanos ya no son pobres. Para ellos, esto es un éxito total.
Por otro lado, está la voz incómoda del economista Julio Boltvinik, del Colegio de México. Quien afirma que las cifras del gobierno son “más falsas que una moneda de tres pesos”. No se queda callado. Dice que la forma en que se mide la pobreza es como “un cuento de hadas para niños pequeños”. Una “mentira enorme”.
La diferencia entre las dos versiones es gigantesca. Mientras el gobierno dice que solo el 29.6 % de la gente (38.5 millones) es pobre, Boltvínik dice que la cifra real es del 74 %, lo que afecta a casi 100 millones de mexicanos, incluyendo a quienes están en pobreza extrema.
¿Cómo puede ser tanta la diferencia? El investigador lo explica: la clave está en cómo se mide, pues denuncia que el Inegi hizo trampa. Dicen que visitaron muchas veces a familias pobres hasta que ellas reportaron un poco más de ingreso, pero no registraron que sus gastos también subieron.
Además, el gobierno cambió la definición de pobreza a su conveniencia: solo cuenta como pobres a quienes tienen muy poco dinero y además carecen de otras cosas, como escuela o salud. Si una persona tiene un ingreso apenas por encima del límite, pero no tiene casa, ni seguridad social, el gobierno la llama “vulnerable” y así la saca mágicamente de las estadísticas de pobreza. Así maquillan la realidad.
La presidenta dice que la pobreza se redujo, pero para los más pobres las cosas empeoraron. Las carencias en salud para el sector de menores ingresos crecieron 3.5 veces respecto a quienes más ganan. En educación, el rezago es 8.5 veces mayor. En seguridad social, nueve de cada diez hogares de bajo ingreso no cuentan con ello.
Una especialista de la Universidad Iberoamericana, Graciela Belismelis, lo explica claro: la leve mejoría que se reporta se debió mayormente a los ingresos del trabajo, pero eso no se puede mantener si la economía no crece de verdad.
Aunque el dinero de programas sociales como el de los adultos mayores creció mucho, en realidad es una parte muy pequeña de lo que gana una familia. Además, estos apoyos no solo se les dan a los más pobres, también a gente con más recursos, mientras que programas para jóvenes, como las becas, han recibido menos dinero.
La llamada “pobreza laboral” desnuda otra capa del problema: 45.8 millones de personas, el 31.5 % de la población, no obtuvieron ingresos suficientes de su trabajo para adquirir la canasta básica alimentaria en el segundo trimestre de este año.
Este indicador no sólo aumentó respecto al trimestre anterior, sino que se agudizó tanto en zonas rurales como urbanas, con estados como Chiapas, Oaxaca y Guerrero mostrando índices catastróficos superiores al 55 %.
Ante esto, la pregunta que debemos hacernos es: ¿quién dice la verdad? La respuesta final no está en los comunicados del gobierno, sino en la vida real. El hecho de que casi ningún medio de comunicación importante hable de las acusaciones de Boltvínik lo dice todo: “el que calla, otorga”.
La prueba final de la verdad es la realidad misma. A nosotros nos toca, en nuestro día a día, darnos cuenta si el gobierno dice la verdad o miente. Si tiene razón, pronto viviremos mucho mejor. Si miente, el abandono empeorará y el bienestar dependerá, una vez más, de que la gente pobre se organice y luche por lo que le corresponde.
El tiempo, y la realidad que no se puede esconder, tendrán la última palabra.
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