MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El PRI, el viejo PRI

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El PRI está en la lona. Después de 90 décadas de existencia, el partido que aglutinó a las fuerzas ganadoras de la Revolución Mexicana, se encuentra en el nivel más bajo de aceptación de toda su historia. Probar esta afirmación no es difícil: lo que ya se percibía en el ánimo popular, y que había venido ganando fuerza en los últimos lustros, finalmente se expresó electoralmente el 1 de julio de 2018. Ese día el Revolucionario Institucional recibió un golpe que lo mandó a la lona, y del que no se ha podido recuperar. Los números no mienten: los priístas tienen solo 47 de los 500 diputados, y 14 de los 128 senadores del Congreso de la Unión. Es cierto, el nonagenario partido conserva todavía 13 gubernaturas, pero leer ese dato como una señal de fortaleza sería erróneo, pues la correlación de fuerzas actual entre el PRI y los otros institutos políticos es clarísima: si no se opera un cambio radical al interior del partido, el crónico debilitamiento puede llevarlo a morir en 2024.

Preocupados por esta realidad, los líderes del PRI buscan aprovechar la elección de su nueva dirigencia para salir fortalecidos. Dicen los que saben que las piezas del tablero ya están perfectamente alineadas en torno a dos contendientes. Manlio Fabio, Osorio Chong, Carlos Salinas y casi todos los ex dirigentes del partido, apoyan a José Narro, ex rector de la UNAM y Secretario de Salud en el gobierno de Peña Nieto. El otro grupo lo forman los gobernadores del PRI y es bien visto por Andrés Manuel: su gallo es Alejandro Moreno, gobernador de Campeche. Uno de los dos será electo como máximo dirigente de un partido que vive la peor crisis de su historia.

EL pasado 7 de mayo, Narro y Moreno participaron en un programa matutino de Televisa, en el cuál ambos dejaron claras sus diferencias. Sin embargo, ambos coincidieron en que su partido necesita volver a la base y abandonar las viejas prácticas cupulares. "Un PRI progresista", es lo que se necesita, expresó el campechano. Frente al debate en torno a si cambiarle el nombre al partido o no, el ex rector de la máxima casa de estudios dijo que le parecía una operación cosmética, algo intrascendente, pues para él la crisis de su partido es un padecimiento de las mismas proporciones que un cáncer. Los dos dicen querer sanar al maltrecho PRI, ¿pero cómo?

Más allá de las frases grandilocuentes, bien aprendidas por el priísmo tras nueve décadas de oficio, lo que le importa al mexicano son los hechos. El problema es que en los hechos no existe ningún viso de cambio, siquiera superficial, en el comportamiento del PRI. Donde los dejan, los gobernadores siguen siendo pequeños sátrapas, en cuyos dominios su palabra es la ley. En la pintoresca historia del partido pueden encontrarse decenas de estos episodios, en los que el poder es usado por la autoridad no para gobernar y resolver los problemas de sus ciudadanos, sino que lo emplean como si se tratara de su hacienda: el estado es su hacienda, los policías su guardia rural, y los empleados del gobierno sus trabajadores a quienes él, el patrón, les paga. Más que estadistas, estos personajes recuerdan a los señores feudales.

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El caso más reciente es el de Omar Fayad, gobernador de Hidalgo, quien ha emprendido una lucha abierta en contra del Movimiento Antorchista. No solo les niega a los miles de hidalguenses organizados en Antorcha las obras a las que tienen derecho, sino que viola su derecho a manifestarse públicamente. Ante la falta de soluciones por parte del ejecutivo estatal, los antorchistas anunciaron que marcharían 40 mil ciudadanos para exigir la realización de obras y servicios de primera necesidad para pueblos y colonias marginadas. Para impedirlo, Fayad no solo borró las pintas y quemó los espectaculares donde se anunciaba la marcha; se atrevió a más: el día de la manifestación, bloqueó las carreteras que comunican al Estado con Pachuca para que los antorchistas no pudieran llegar a la ciudad. No conforme, el gobernador pagó porros para violentar el plantón que Antorcha instaló frente al Palacio de Gobierno; cuando puede, manda a la policía para que arreste a quienes dan difusión a la lucha, como ocurrió con cuatro estudiantes que recientemente fueron detenidos por denunciar el mal gobierno de Hidalgo.

Pero, por más que lo desee, Omar Fayad no es un político aislado, que solo se deba respeto y obediencia a sí mismo. Pertenece a un partido: al PRI. Con la esperanza de frenar el atropello cometido contra los antorchistas hidalguenses, la dirigencia nacional de Antorcha buscó un diálogo con la presidenta del PRI y le planteó la necesidad de detener la barbarie que el gobernador de su partido estaba llevando a cabo en Hidalgo. Por supuesto, la dirigencia priísta ofreció revisar el asunto y hacer todo cuanto estaba en sus manos para corregir la situación. Pero los hechos son los hechos: Fayad continúa su política de cerrazón, y no cesa la agresión contra Antorcha. ¿Realmente la presidenta del PRI llamó al gobernador en cuestión a rendir cuentas de sus actos? Todo parece indicar que no. Nuevamente, los grupos priístas que repudian al Movimiento Antorchista y desean acabar con él, echan las campanas a vuelo.

La actitud que asume el Revolucionario Institucional, lejos de ayudarlo a ponerse de pie para volverse un competidor fuerte en la arena política, advierte que ese partido continuará su rodada cuesta abajo. Es falso que ahora, en medio de una crisis, y con un nuevo partido hegemónico, el PRI esté cambiando; es el mismo. Pero la realidad sí cambia. Es innegable el desgaste que está sufriendo el gobierno de López Obrador, y es asombroso que en solo cinco meses se haya desprestigiado tanto quien llegó al poder con un inmenso apoyo popular (¿cómo estará dentro de seis años?). Por un lado, Morena muestra su inviabilidad como opción de gobierno que saque adelante a México. Por el otro, ni el PRI ni el PAN ofrecen rutas alternas. Por eso, Antorcha se ha planteado ya crear su propio partido político, un partido con una auténtica fuerza popular que sí sepa cómo resolver los problemas más acuciantes de los mexicanos.

La actitud que ahora toman Omar Fayad y el PRI nacional frente a Antorcha, es la vieja actitud del partido frente a los pobres de México. Quizá habrá algún despistado que crea las formulaciones verbales que venden promesas de cambio y de nuevos aires en el partido, pero a los antorchistas la lucha de Hidalgo nos reafirma en la idea de que es necesario fundar nuestro propio partido. Este PRI derrotado no ha cambiado, ni va a cambiar: es el mismo viejo PRI.

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