El desarrollo del capitalismo tiene como consecuencia inevitable el crecimiento espacial y numérico de las ciudades. Esto es así porque las ciudades se convierten en los centros industriales y atraen a grandes masas de hombres del campo a la ciudad que permitan satisfacer la demanda de mano de obra del capital; sin embargo, esta demanda de mano de obra pronto es superada por la oferta por las mismas necesidades del capital: éste necesita mano de obra sobrante, sin trabajo, un ejército industrial de reserva, como le llamó Marx, que le permita expandir sus negocios cuando él quiera, aparte de servir como acicate para los obreros contratados con la amenaza de despedirlos ante cualquier intento de mejora de sus condiciones de vida. Así, las ciudades crecen rápidamente, casi exponencialmente, se extienden a lo largo y a lo ancho del centro industrial sin controles espaciales o sanitarios y sin áreas verdes que permitan la mejora de la calidad de vida de los trabajadores.
Esto sucedió en la mayoría de las grandes ciudades capitalistas del mundo y en nuestro país también. El principal centro urbanístico del país, la Ciudad de México, creció todo el siglo XX de manera concomitante al desarrollo industrial; pronto superó las zonas delimitadas de la ciudad y la mancha urbana se comenzó a expandir hacia los municipios colindantes, como Nezahualcóyotl, Chimalhuacán, Ixtapaluca, Chalco, Texcoco, es decir, todo lo que se conoce ahora como la Zona Metropolitana del Valle de México. Pero, naturalmente, quienes se fueron a vivir a esas zonas grises, sucias y hacinadas no fue la gente acomodada, sino los trabajadores.
La situación para ellos (y para todos los del país) comenzó a empeorar con la introducción del neoliberalismo en México: la informalidad se acentúo gravemente, el salario real disminuyó en más del 70%, el gasto público destinado a obras y servicios para la gente más necesitada también disminuyó y la generación de empleos no absorbe ya ni por asomo al conjunto de la población que lo necesita. Estos municipios son, por el mismo desarrollo del sistema capitalista, un nido de pobreza y marginación; son, también, municipios dormitorio, es decir, carecen, fundamentalmente, de fuentes de empleo y la población que llega a tener trabajo se tiene que trasladar diariamente a su centro de trabajo (al centro industrial que es la CDMX) desde las primeras horas de la mañana, cumplir sus casi 10 horas de jornada laboral y regresar cansada a su hogar en la periferia. Además de que estos viajes quitan horas de vida al trabajador o que pudiera dedicar a su familia, le absorben buena parte del salario precario que recibe (el salario mínimo es de 80 pesos en términos redondos): el 23% de los habitantes del Estado de México que trabajan en la CDMX gasta entre 51 y 100 pesos diarios en movilizarse, mientras el 49% gasta entre 26 y 50 pesos.
Un municipio intenta revertir esta situación: en el año 2000, la población de Chimalhuacán, doblemente azotada –por la pobreza y la tiranía corrupta de Guadalupe Buendía–, se organizó con Antorcha Popular para lanzar a la presidencia municipal a su líder de años Jesús Tolentino Román Bojórquez; y la presidencia se ganó de buena ley.
A partir de entonces, las administraciones antorchistas han venido introduciendo importantes mejoras al espacio urbano: pavimentando más de una calle al día, la construcción de escuelas de todos los niveles, la construcción de parques y deportivos de alto nivel en casi todos los barrios con instrucción gratis, se ha impulsado la cultura con la formación de grupos de folclor mexicano y la construcción de auditorios y de un planetario; también han elevado el sentimiento de pertenencia de sus habitantes y de que se sientan orgullosos de sus tradiciones, como el tallado en piedra y la reciente construcción del Guerrero Chimalli. Y, sin embargo, hay problemas estructurales que no son competencia de la autoridad municipal porque rebasan su marco de acción, sino de la Federación o del Gobierno estatal, como el empleo a gran escala, el salario, el transporte fuera del municipio y la erradicación completa de la violencia; prácticamente la eliminación del sistema neoliberal. A pesar de ello y porque conocen los problemas de fondo, las administraciones antorchistas respaldadas por el pueblo chimalhuacano han venido luchando, desde hace más de 10 años, por la construcción de un Centro Estratégico de Recuperación Ambiental del Oriente (CERAO) en 200 hectáreas: 150 serán destinadas a un parque industrial y las otras 50 para una Universidad Politécnica y un Complejo deportivo. El CERAO será un detonante del desarrollo de todo el oriente mexiquense: creará más de 40 mil empleos directos e indirectos formales, reducirá los costos de transporte, por lo que el salario real de los trabajadores aumentará, e incluso servirá al desahogo de las vías de comunicación en horas de trabajo para la CDMX, servirá también para el incremento de la recaudación de impuestos por parte del gobierno municipal lo que permitirá mayor inversión pública en beneficio del pueblo trabajador.
Fuerzas oscuras se mueven con la nueva administración federal de MORENA. A través de diversas fuentes han dejado ver que intentan desestabilizar al municipio y echar para atrás este gran proyecto, fruto de la lucha del pueblo organizado para su propio beneficio. El pueblo de Chimalhuacán no puede dejar que le arrebaten sus conquistas sociales, que también son las de todo el Movimiento Antorchista Nacional, del pueblo organizado. El antorchismo de la Ciudad de México está avisado y si nos necesitan, aquí estamos para luchar codo a codo por la defensa de nuestros intereses.
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