No es nuevo que periodistas independientes no sean del agrado de quienes ostentan el poder, pero en nuestro país, por lo menos en lo que va del siglo y últimamente con los gobiernos de morena, el periodismo de investigación, ese que exhibe abusos, corruptelas y contradicciones del poder, se ha convertido en el verdadero dolor de cabeza del régimen de la autodenominada Cuarta Transformación. Los dirigentes y seguidores de Morena, fieles al guión de la descalificación, suelen recurrir al insulto, la ofensa y la desinformación para desacreditar a quienes documentan los excesos de sus miembros. Cuando todo lo anterior no basta, recurren al autoritarismo disfrazado de legalidad para intentar silenciar voces críticas.
Por otro lado, existe la prensa afín a quienes gobiernan, siempre resaltando el hecho más insignificante como grandes resultados, aplaudiendo hasta cuando el gobernante hace un mal chiste. Hoy, cuando nuestro país no tiene una oposición combativa y de instituciones que realmente funcionen como contrapeso, han sido los periodistas quienes han documentado lo que el poder intenta ocultar, por ejemplo, los sobres de Pío López Obrador, la corrupción en Segalmex, los negocios de “Dato Protegido” y su cónyuge, el diputado Sergio Gutiérrez Luna, o los casos de huachicol fiscal que involucran a personajes cercanos al oficialismo.
Y es que el mensaje lo dejó claro y remarcado el expresidente Andrés Manuel López Obrador: “O está con la transformación o se está en contra de la transformación del país”. Un claro ejemplo de lo dicho por el presidente fue el caso de la periodista Anabel Hernández, cuando puso al descubierto la relación entre Genaro García Luna y el crimen organizado, en ese momento, López Obrador y sus seguidores la celebraron, la llenaron de elogios y hasta difundieron su libro en la Cámara de Diputados. Pero cuando la misma periodista exhibió actos de corrupción dentro de Morena, entonces se convirtió en “enemiga del pueblo”, en “prensa conservadora”. Ahí está la evidencia: el periodismo es útil cuando golpea al adversario, o se pone de rodillas al servicio del poder, pero se vuelve insoportable cuando incomoda y exhibe la corrupción de casa.
Un caso más que corrobora la doble moral de Morena es el caso de la periodista Carmen Aristegui. Sus investigaciones sobre el caso Odebrecht y la “Casa Blanca” de Peña Nieto fueron armas políticas para Morena en tiempos de oposición. Pero cuando ya estaban en el poder ella comenzó a exhibir irregularidades de los nuevos gobernantes, esto hizo que pasara de ser referente ética y buen periodismo a enemiga incómoda, a periodista conservadora.
Un episodio ilustrativo ocurrió el 17 de octubre de 2022 en una conferencia de las ya conocidas mañanera, la reportera de Proceso, Dalia Escobar, cuestionó directamente a López Obrador sobre los vínculos de Hernán Bermúdez Requena, conocido como “El Comandante H”, con el grupo criminal La Barredora. Los documentos de la SEDENA mostraban la relación, e incluso se señalaba la eventual complicidad de Adán Augusto López.
La reacción presidencial fue predecible: descalificaciones contra la periodista y su medio, victimización y la eterna narrativa de “medios conservadores” en campaña de desprestigio. Como era costumbre, defendió a su cercano colaborador Adán Augusto y aseguró su “honestidad”. El tema quedó enterrado en las conferencias y los corifeos del régimen se dedicaron a repetir los ataques contra Proceso.
El tiempo, sin embargo, terminó por dar la razón al periodismo, el 18 de septiembre pasado, Hernán Bermúdez fue detenido en Paraguay y trasladado a México. La Fiscalía General de la República lo ubica como líder de La Barredora y lo investiga por delitos graves. La cobija protectora de López Obrador ya no alcanzó para cubrirlo. Y con su captura se tambalean también los nombres de quienes, desde el poder, lo respaldaron.
Estos episodios confirman una verdad elemental, sin periodismo independiente, los excesos del poder quedarían impunes. Por eso los gobiernos lo atacan, por eso los seguidores incondicionales lo odian y lo persiguen. Una prensa crítica es la última defensa ciudadana frente al autoritarismo, y es también la única que logra exhibir lo que el discurso oficial pretende ocultar.
El periodismo no necesita ser aliado ni adversario de nadie, su papel es documentar la realidad, con pruebas y sin concesiones. Y al final, como siempre ocurre, el tiempo termina por validar la verdad. Lo que hoy incomoda al poder, mañana se convierte en prueba irrefutable de su corrupción.
Los medios independientes, de la mano de las redes sociales, hoy son la piedra en el zapato de quienes gobiernan, son su dolor de cabeza y, si se pone atención, en las mañaneras no se dan resultados, se dan explicaciones de lo que no se hace y claro, el ataque a los medios que critican, el Gobierno Federal sigue el mismo camino del anterior gobierno, y el resultado será el mismo, para eso no se necesita ser un genio de la información.
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