En mi colaboración anterior sostuve que el imperialismo norteamericano, habiendo llegado a la última o a una de sus últimas fases, es víctima de su propio desarrollo. Siempre en pos de la máxima ganancia ha buscado reducir el costo de la fuerza de trabajo que tiene que comprar en el mercado laboral, para disminuir el tiempo que paga y aumentar el tiempo de trabajo no pagado con el que se queda. Pero en la metrópoli, en donde durante mucho tiempo la clase obrera se benefició indirectamente con las ganancias imperialistas consecuencia de la explotación de la fuerza de trabajo y de los recursos naturales de otros países, una rebaja del precio de la fuerza de trabajo, o sea, de los salarios y las prestaciones ya comprometidos, era imposible. En consecuencia, el capital, que no tiene patria, aprovechando los modernos medios de comunicación y de transporte para colocar fases de la producción en diferentes partes del mundo, emigró y se estableció en otros países. Estados Unidos se desindustrializó, pasó de ser el gran vendedor a ser el gran comprador.
Al mismo tiempo, y como complemento, el capitalismo no ha utilizado el sorprendente avance científico y tecnológico alcanzado para hacer menos dura y menos larga la jornada laboral ni para mejorar aunque sea un poco los ínfimos niveles de vida de los creadores de la riqueza, lo ha aprovechado para aumentar la productividad del trabajo, reduciendo drásticamente la plantilla laboral en las empresas y agrandando inmensamente el ejército industrial de reserva, esas enormes masas de desocupados que, o han sido expulsados de las empresas establecidas o nunca han podido ingresar a ellas (se sabe que las solicitudes de subsidio por desempleo en Estados Unidos aumentaron a su nivel más alto desde noviembre del 2021). Esto ha ocasionado una severa reducción de la capacidad de compra de la población (se sabe también que las cifras del PIB de EU para el primer trimestre de este año revelaron una fuerte caída en el gasto del consumidor). Su hegemonía se tambalea.
En consecuencia, norteamérica ha empezado a tomar medidas drásticas tratando de detener y revertir ese proceso. Así se explica que, queriendo reducir la masa de desocupados o subocupados, después de muchos años de importar ilegalmente fuerza de trabajo, principalmente de nuestro país, ahora se hayan endurecido las posibilidades de ingreso y permanencia y se hayan organizado violentas acciones de expulsión en centros de trabajo y calles de la Unión Americana. Así se entiende también que tratando de regresar las fábricas al territorio norteamericano y reindustrializarlo, se estén aplicando impuestos a las mercancías que le venden a Estados Unidos empresas localizadas alrededor del mundo, incluido nuestro país.
Se han instrumentado más medidas cuya importancia no puede disminuirse, no obstante, por su letalidad para los pueblos, cobra gran importancia referirse y explicar la calculada ejecución de brutales agresiones armadas contra diferentes países con el objetivo de acelerar la venta de mercancías, en este caso, de las mortíferas armas que produce el complejo industrial militar de Estados Unidos. La guerra para sobrevivir como sistema explotador. Así debe comprenderse la agresión a Rusia (usando a Ucrania) y, entre otras más, la embestida contra Irán (usando a Israel).
¿Quién paga las armas que usa la élite imperialista para perpetuar su dominación? Parece necio repetirlo, pero hay que hacerlo: sólo el trabajo produce riqueza, valor nuevo, la sociedad podría existir y desarrollarse sin empresarios, pero no sin obreros. Así de que siempre y en todas partes, la riqueza la produce, por pequeño e insignificante que parezca, la mano de un obrero y, por tanto, las armas las paga la clase obrera con el sudor de su frente. Si es a través del cobro de impuestos a las clases laborantes como se compra el costoso armamento al complejo industrial militar, son ellas las que las pagan y si, en un hipotético y remoto caso, las élites las pagaran con sus jugosas ganancias, también el pueblo trabajador sería el que cargara sobre sus espaldas el costo de las armas.
Para sufragar los enormes gastos en armamento, la presión de las élites sobre la clase trabajadora está aumentando escandalosamente. Los 32 países miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) pactaron hace unos días en la cumbre de La Haya el aumento del gasto en “defensa” hasta alcanzar el 5 por ciento del PIB de cada Estado. Habrá que estar al pendiente de cómo evolucionan las relaciones de Washington con España y con Eslovenia que rechazaron el compromiso y, señaladamente, con Grecia, cuyo caso no se puede decir si es para reírse o para encabronarse, ya que se le ha criticado por incluir las pensiones militares en sus presupuestos de “defensa”, lo que según sus jefes, aumenta su gasto como porcentaje del PIB sin aumentar la capacidad operativa; o sea, los grandes de la OTAN, ordenan la compra efectiva de armas y las pensiones militares no llevan plusvalía, para ellos son sólo indeseables desembolsos del Estado burgués en personal de desecho.
Para hacerle el consumo a los productos del complejo industrial militar de norteamerica, los gobiernos del llamado Occidente han tenido que contraer deudas inmensas. Menciono a Japón, cuya deuda pública supera el doble del tamaño de su economía; al Reino Unido, que "sólo" debe alrededor del 100 por ciento de su PIB; a Francia, en donde el Primer Ministro Gabriel Attal pronto anunciará un plan cuatrienal para reducir su enorme déficit presupuestario; a Canadá, que tiene un nivel de deuda pública de alrededor del 110 por ciento y a Alemania, que tiene un nivel de alrededor del 62 por ciento de su PIB, pero el acuerdo que protege al país de un endeudamiento excesivo, está bajo constantes ataques de influyentes personajes que quieren gastar más dinero en armar a Ucrania.
La deuda, pues, la contraen los gobiernos como representantes de las élites empresariales, pero la pagan los pueblos. “La única parte de la llamada riqueza nacional que entra real y verdaderamente en posesión colectiva de los pueblos modernos es... La deuda pública”, escribió certera e irrefutablemente, Carlos Marx. La pagan con la plusvalía gigantesca que generan, con los impuestos que pagan con su magro salario y con la reducción inhumana y escandalosa de los “servicios” que debe proporcionarles el Estado.
Citemos sólo dos casos ilustrativos. Birmingham, Reino Unido, la segunda ciudad en habitantes después de Londres, tiene tres meses y medio sin recoger la basura y ya se acumulan casi 23 mil toneladas de desechos en las calles porque el gobierno central ha recortado los presupuestos para las ciudades en más de 50 por ciento en los últimos 15 años y, el propio Estados Unidos, en donde, según lo previsto, en los próximos días se aprobará un presupuesto federal que ocasionará que aproximadamente 12 millones de personas pierdan el Medicaid y más de 2 millones dejen de recibir cupones para alimentarse.
Como parte de ese proyecto, nuestro país soporta acciones punitivas inflingidas por Estados Unidos, el gobierno morenista protesta débilmente y coopera y nadie puede asegurar que Washington se conforme con aranceles y expulsiones de compatriotas y que no proceda a imponer reclamos territoriales porque no sería la primera vez. Lo que es evidente es que el gobierno de Morena, un partido lleno de políticos mañosos con otra camiseta, escondiéndose detrás de las insultantes ayudas para el bienestar y con un tsunami de propaganda pagada para disfrazarlo de triunfos populares, impone aquí ese proyecto imperialista.
Los gastos militares tuvieron ya durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, un incremento del 41.5 por ciento y ese dinero se retiró -como en la OTAN- de los gastos sociales que han bajado en picada, señaladamente en la salud y en la educación. Para instrumentar esa política abiertamente antipopular, en México se cocinan restricciones muy peligrosas a la libertad de expresarse, de disentir y de organizarse de manera independiente, tales como el ocultamiento de las estadísticas sobre la realidad nacional, la destrucción de la división de poderes, los avances de leyes mordaza, el otorgamiento de más poder al ejército para que sus miembros puedan acceder más fácilmente a puestos publicos y, más recientemente, la autorización al gobierno para que husmee y registre todo lo que quiera en la vida de los mexicanos y sus hijos. No nos engañemos ni nos hagamos ilusiones, no son errores ni casualidades. En nuestro querido México, para proteger sus cuantiosas ambiciones, el grupo que actualmente detenta el poder, tiene enganchado al país al proyecto imperialista de sobrevivencia del sistema explotador que ya no tiene nada bueno que ofrecer a la humanidad. Sólo la claridad y la organización independiente de los trabajadores nos defenderá. Nada ni nadie más.
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