Todos reaccionan igual: no importa el nombre del partido político que los llevó al poder, no importa el objetivo por el que dicen haber buscado el poder político, y menos importa el color del chaleco que representa a su partido, el cual aseguran que no es igual a otros. Pero esto es lo menos cierto de todo lo que dicen, pues ninguno es diferente del anterior que la gente repudió en las urnas.
La de Morena es una absoluta sumisión al sistema capitalista dividido en clases, que cada vez genera más pobreza, aunque en el discurso aseguren estar combatiéndola con las tarjetas del Bienestar.
No, ningún partido es diferente; todos son iguales, porque todos —incluido el partido dominante actual que dice que “primero los pobres”, pero que es igual al tricolor, al azul, al extinto amarillo y a todos los colores habidos y por haber— son peones obedientes, subordinados a los intereses de las diez familias millonarias dueñas de México: Slim Helú, Larrea Mota Velasco, Aramburuzabala, Baillères Gual, Salinas Pliego, Hank Rhon, Del Valle Ruiz, Chico Pardo, Vigil González y la familia Coppel Luken.
Ellos son quienes ordenan cómo debe funcionar el país. Si les estorba la división de poderes —Ejecutivo, Legislativo y Judicial—, hay que echar abajo ese “estorboso invento” de los liberales que garantizaba las libertades de los mexicanos.
A pesar de su discurso, a Morena no le importó pasar por encima del legado de José María Morelos y Pavón, quien instituyó la división de poderes en México. Si bien Morelos estableció el modelo para el gobierno mexicano, las bases teóricas de esta división provienen de pensadores de la Ilustración como John Locke y Montesquieu.
Nada de eso le importó a Morena: en cuanto recibió la orden de los de arriba, instrumentó todos los mecanismos para acabar con la división de poderes en México, mismos que los partidos “corruptos” anteriores —según dicen— no se atrevieron a tocar.
Que los multimillonarios sienten como una piedra en el zapato a las instituciones democráticas y de transparencia, como el Instituto Nacional Electoral (INE) y el Instituto de Transparencia y Acceso a la Información, pues inmediatamente Morena puso “manos a la obra” para desaparecerlos, sin importarle que el INE daba ciertas garantías para que las elecciones fueran limpias.
Asimismo, por órdenes de los multimillonarios, Morena desapareció el Instituto de Transparencia y Acceso a la Información Pública y el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), dependencias mediante las cuales la ciudadanía interesada podía obtener información relevante del gobierno y analizar los resultados de las políticas públicas para ver si la pobreza crecía o disminuía, cuántos empleos formales existían en el país y cuántos debía promover el gobierno para que todos los mexicanos tuvieran una fuente de ingresos segura.
Además, mediante el análisis de las estadísticas, se podían identificar claramente las deficiencias del sistema de salud.
Pero, como los números que ofrecían esas instituciones no favorecían la imagen de progreso y desarrollo que se le ha construido a México, pues ¡a desaparecerlas!
Así lo desearon los multimillonarios y así lo hizo Morena, lo que demuestra la absoluta sumisión del partido oficial al sistema capitalista dividido en clases, que cada vez genera más pobreza, aunque en el discurso aseguren estar combatiéndola con las tarjetas del Bienestar, que son sólo un confeti en medio de tanta miseria.
La subordinación a los intereses de los multimillonarios es el denominador común de los “diferentes” partidos políticos, que reaccionan y actúan igual ante las tragedias provocadas por fenómenos naturales, los cuales impactan y afectan más a aquellos asentamientos humanos ubicados en cerros, laderas o zonas sin infraestructura urbana, donde la gente habita en viviendas hechas con materiales de desecho.
Es invariable que, cuando ocurren fenómenos naturales que causan muertes, destrozos y dolor entre los mexicanos, los gobiernos de todos los colores ponen el grito en el cielo y, según ellos, toman acciones para ayudar a la población.
La reacción del gobierno actual, Morena, no ha sido diferente ante las afectaciones que dejaron las lluvias que recientemente han golpeado —y siguen golpeando— a miles de mexicanos en los estados de Veracruz, Puebla e Hidalgo, donde quedaron incomunicadas 289 localidades.
Lo que sí está haciendo Morena es lucrar con la tragedia humana: todos hemos visto que las pocas despensas que están entregando van en bolsas con el color guinda característico de Morena, el cual dice que es diferente a los partidos políticos que gobernaron anteriormente el país y es cierto, no son iguales, son peores porque manejan un discurso progresista, pero hacen todo lo contrario. No, no, Morena no es igual a los partidos que antes gobernaron a México.
Cada que ocurren tragedias como las que están viviendo miles de mexicanos, vuelve la burra al trigo: mismos discursos de “solución”, misma lentitud del gobierno para ayudar a los afectados; misma falta de alimentos, de agua potable, de ropa, de medicamentos… misma sensación de abandono gubernamental, incluso para buscar a los seres queridos desaparecidos.
Y aunque mexicanos humanistas y solidarios, como los organizados en el Movimiento Antorchista Nacional (MAN) y en la Federación Nacional de Estudiantes Revolucionarios Rafael Ramírez (FNERRR), hacen todo lo que está a su alcance para ayudar a limpiar caminos, recolectar víveres, ropa y medicamentos, lamentablemente su ayuda no alcanza a todos los afectados, porque no cuentan con los recursos suficientes para hacerlo.
Lo ideal sería que los gobiernos federal, estatales y municipales invirtieran en las poblaciones más vulnerables para fortalecerlas y que las dependencias gubernamentales correspondientes —a las que tanto dinero público les llega para que funcionen bien— previnieran a las poblaciones susceptibles de ser afectadas y las reubicaran para proteger sus vidas.
Pero no: en una sociedad capitalista, donde los multimillonarios sólo están interesados en que cada día sus trabajadores les generen las mayores ganancias posibles y en que no exijan servicios urbanos, vivienda, salud, educación y recreación a los gobiernos —porque eso significaría gastar dinero público que ellos quieren hacer suyo a como dé lugar—; en una sociedad dividida en clases, donde los multimillonarios y sus gobiernos están convencidos de que cada quien debe rascarse con sus propias uñas, no les importa lo que les suceda a los pobres, que son la parte mayoritaria de la sociedad y quienes acrecientan la riqueza de esos multimillonarios.
Por eso, mientras la sociedad funcione de acuerdo con los intereses de los multimillonarios, que tienen a su servicio a partidos políticos que engañan a la gente con discursos liberales y progresistas, no cambiará la situación de pobreza y atraso de la mayoría de los mexicanos. Estos deben proponerse cambiar el modelo económico por uno que respete al ser humano y, por tanto, les brinde mejores oportunidades para desarrollarse y vivir plenamente.
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