Según datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) al cierre del tercer trimestre de 2025, la tasa de informalidad en Yucatán es del 58.8 %, ligeramente inferior a la del mismo período del año pasado que fue de 59.3 %; es decir, seis de cada diez yucatecos se emplean en el sector informal.
La informalidad en el estado se mantiene como una de las más altas del país y por arriba de la media nacional, que es de 55.4 %.
Muchas familias tienen empleo, pero no estabilidad; trabajan más, pero no ven crecer su ingreso; están ocupadas, pero no protegidas.
En contraste, la tasa de desempleo disminuye en este mismo período. En Yucatán, casi todas las manos están ocupadas, pero no todas tienen acceso a los mismos beneficios; la calidad del trabajo sigue siendo un gran pendiente, ya que, a pesar de que las cifras de la ENOE dibujan un panorama donde las personas trabajan más, no significa necesariamente que los trabajadores y sus familias vivan mejor.
La población de quince años o más asciende a un millón 249 mil y la participación laboral alcanza el 65.8 %: un incremento de 18 mil personas; indicador que muestra dinamismo en la integración a la actividad productiva, ya que la desocupación cae solamente 1.5 %, pero uno de cada tres trabajadores está en condiciones laborales críticas.
Así pues, la realidad muestra otra cara que está lejos de las expresiones halagüeñas que marcan las cifras oficiales acerca del incremento del empleo. Incrementa el número de población ocupada, pero ésta lo hace fundamentalmente en el sector informal, que implica ausencia de seguridad social, falta de prestaciones y vulnerabilidad en los ingresos.
La estructura laboral del Estado sigue descansando mayoritariamente en micronegocios familiares, pequeños talleres, comercios improvisados y servicios que, aunque generan trabajo, no ofrecen protección. El Estado mantiene más de 735 mil trabajadores sin cobertura ni estabilidad, lo que no les permite el acceso a una vida digna.
Además, la jornada laboral promedio supera las 40 horas semanales; una cuarta parte de los trabajadores rebasa las 48 horas, mientras que otro grupo significativo labora menos de quince horas.
Según esta distribución de la jornada de trabajo, encontramos que, por una parte, existen personas que necesitan extender su jornada de trabajo para compensar ingresos bajos y otras que no encuentran suficiente oferta laboral para cubrir un turno completo. La subocupación sigue afectando a miles de familias.

El ingreso es otro dato preocupante. Más del 43 % de los trabajadores gana hasta un salario mínimo, y otro tercio recibe entre uno y dos salarios mínimos. El segmento que percibe más de cinco salarios mínimos no alcanza el 1 %.
La estructura salarial está marcada por la precariedad: mucho empleo y poco ingreso. Uno de cada tres trabajadores está atrapado en un empleo que no le alcanza para sostener a su familia.
El resultado es un mercado laboral en expansión, pero sin redistribución del “bienestar”, palabra muy utilizada en la estructura y el discurso oficial actual, pero que para miles de familias no significa nada. Muchas familias tienen empleo, pero no estabilidad; trabajan más, pero no ven crecer su ingreso; están ocupadas, pero no protegidas. Las cifras mejoran, pero la vida cotidiana no cambia.
El problema de la informalidad laboral, que afecta al 58.8 % de la población ocupada en la entidad, es un obstáculo significativo para que pueda darse una disminución efectiva de la pobreza, ya que esta se traduce en bajos salarios y falta de acceso a prestaciones, lo que impide que muchas familias superen la pobreza, a pesar del crecimiento económico y del número de población ocupada.
Aunque los datos oficiales revelan que las políticas públicas lograron reducciones importantes de pobreza en Yucatán, existen retos significativos que deben atenderse, dado que aproximadamente 787 mil yucatecos viven en situación de pobreza multidimensional y 133 mil en pobreza extrema. Urge, pues, la formalización del empleo y la creación de empleos dignos.
Además, la reducción de la pobreza es parcial, ya que a pesar de que se superan algunas carencias, como ingresos, siguen existiendo áreas cruciales como el acceso a la seguridad social, a los servicios de salud, a los servicios básicos de vivienda y educación que siguen sin disminuir ni atenderse.

El contraste entre el crecimiento económico de Mérida y la persistencia de la pobreza en sus comisarías y municipios del interior es notable. Mientras la capital del estado muestra dinamismo que genera empleo formal y mejores ingresos (aquí también el 43.6 % de la gente trabaja en la informalidad), las comisarías y zonas rurales enfrentan condiciones de empleo informal, rezago educativo y falta de acceso a servicios básicos.
Habrá que entender que en México y, por tanto, en Yucatán, los programas de transferencias directas como las “Becas Bienestar” lo que generan es dependencia de las personas, en lugar de resolver el problema de fondo y fomentar el capital humano, las habilidades y la generación de empleo en el sector formal bien remunerado.
El problema es estructural y sistémico, y bien haría a la clase trabajadora entender que, mientras exista un puñado de mexicanos que acumule escandalosas cantidades de riqueza, mientras las grandes mayorías empobrecidas precarizan más sus condiciones de vida, la situación descrita más arriba no cambiará en beneficio de todos los mexicanos.
Urge que el pueblo empobrecido entienda que se hace cada vez más urgente su unidad, su educación y energía en un bloque único, capaz de tomar las riendas de este país y cambiar para bien las políticas que necesita para tener una nación generosa con todos sus ciudadanos; que nadie, salvo él, puede hacerlo.
Quienes formamos parte del Movimiento Antorchista Nacional trabajamos por un mejor país donde la riqueza social se distribuya, donde existan empleos para todos aquellos en edad de trabajar, que los empleos sean de calidad y bien remunerados; donde el trabajo no sea solamente un medio para vivir sino la primera necesidad vital del hombre para un desarrollo pleno en el terreno material y espiritual.
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