MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La revolución que se necesita ahora

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En la semana que recién concluye, cientos de estudiantes, profesores y padres de familia de las escuelas fundadas por el Movimiento Antorchista en Veracruz participaron en sendos desfiles cívico-culturales convocados y organizados por el frente estudiantil de nuestra organización para conmemorar el 115 aniversario del inicio de la Revolución mexicana (1910-1917).

Como en la época del porfiriato, la riqueza se ha vuelto a concentrar en pocas manos y la desigualdad se ha vuelto más profunda que entonces.

Dicha actividad se realizó en los municipios de Tantoyuca, Filomeno Mata, Poza Rica, San Rafael, Xalapa, Veracruz, Medellín, Emiliano Zapata y Córdoba, teniendo como uno de sus objetivos inculcar entre los niños y jóvenes con los que tenemos contacto el amor por la patria y la preservación de nuestra cultura y nuestros valores cívicos, cada vez más olvidados, ante el bombardeo mediático de la ideología y la cultura estadounidense; los desfiles también tuvieron el propósito de recordar el valor histórico de la gran gesta revolucionaria que el pueblo mexicano libró hace más de una centuria y las tareas pendientes que en el presente nos corresponden a las clases trabajadoras.

La Revolución mexicana iniciada en 1910 fue la primera gran revolución social del siglo XX entre los países de capitalismo rezagado y resolvió la pugna entre el capital naciente y los resabios feudales y mercantilistas con los que cargaba la economía mexicana desde la época de la colonia y de los que no había podido deshacerse todavía ni durante la guerra de Independencia (1810-1821) ni con la guerra de Reforma (1856-1861).

Para 1910, se estima que el 97 % de las tierras fértiles del país se encontraba en manos de grandes hacendados y latifundistas, una pequeña élite que representaba menos del 2 % de la población; por otro lado, los campesinos empobrecidos y los peones de las grandes haciendas representaban no menos del 84 % de la población rural de México. (J. Meyer, El Colegio de México, 1986). Por tanto, el poder político estaba en manos de los grandes terratenientes.

Al interior de las grandes haciendas operaba una contradicción insalvable: por un lado, su modo de producción era feudal, teniendo como base el trabajo servil de los peones, los bajos salarios y condiciones inhumanas de explotación, mientras que, de otro lado, las mercancías producidas en ellas estaban destinadas mayormente al mercado internacional, lo que les exigía una eficiencia productiva y una competitividad totalmente imposibles bajo el modo de producción feudal.

El capitalismo mexicano se encontraba, pues, atascado y era necesario desatascarlo; así pues, aunque la Revolución mexicana se nos presente como un simple cambio en el sistema político, al pasar de la dictadura porfirista a la democracia, en realidad su objetivo, como toda verdadera revolución, era mucho más profundo: lograr un cambio total en las relaciones sociales de producción y desarrollar las fuerzas productivas que se encontraban frenadas e impedían la modernización del país.

Dicha tarea histórica debía ser acometida por los representantes de la burguesía, una clase social igualmente minoritaria y con poder económico, pero entonces mucho más progresista que los terratenientes; por eso la Revolución mexicana fue encabezada, en un primer momento, por Francisco I. Madero, ciertamente hijo de grandes latifundistas coahuilenses, pero educado en Europa y que, por tanto, estaba impregnado de las ideas de progreso científico y tecnológico en la producción, así como por los derechos civiles y políticos de que gozaban los ciudadanos en las democracias burguesas europeas, y cuya obra sería concluida por Venustiano Carranza (otro terrateniente), Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, pequeños burgueses llenos de ambición.

Pero la burguesía no podía triunfar sola; por ello fueron los campesinos y la incipiente clase obrera quienes tomaron las armas y pusieron la mayoritaria y determinante cuota de sangre para el triunfo de la Revolución mexicana; sin embargo, no fueron ellos los que salieron beneficiados con su triunfo. Fue la burguesía quien puso el plan, el programa económico y político y, por tanto, fue esa clase social la que salió ganando al tomar el poder político de la nación.

Este hecho no fue un error histórico y menos una simple traición de la burguesía, sino resultado de las leyes históricas del desarrollo social y que ha ocurrido igual en todos los pueblos del planeta que transitaron del feudalismo al capitalismo.

Tampoco sería honrado negar que la burguesía tuvo que hacer grandes concesiones a los campesinos y obreros en la Constitución de 1917, pues sin la participación de los ejércitos campesinos de Emiliano Zapata o sin la gran División del Norte de Francisco Villa, cuya columna vertebral eran mineros del norte, no hubiese triunfado. Por ello es que se reconocieron diversos derechos sociales en la Constitución de la república, tales como la educación pública y gratuita, la vivienda social, los derechos laborales, la reforma agraria, la salud universal, los servicios básicos, entre otros.

Con el timón de la nave del Estado en sus manos, la burguesía emprendió la industrialización del país, modernizó la agricultura, desarrolló la banca y el comercio, e inicialmente creó empleos y mejoró los salarios, segura de que todo le sería devuelto extrayendo plusvalía de los obreros en las fábricas y en el campo.

El punto más alto del proceso revolucionario se alcanzó con el gobierno de Lázaro Cárdenas, impulsor de la organización campesina y obrera con la Confederación de Trabajadores de México y la Confederación Nacional Campesina; se repartieron las tierras de los latifundistas, se alfabetizó al país y se impulsó la educación rural, nació la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Politécnico Nacional y otros centros de desarrollo científico, y fueron los años dorados de la música vernácula, el cine nacional y el muralismo.

Con el tiempo, el ímpetu revolucionario de la burguesía quedaría solo en discurso y, poco a poco, hasta esto quedaría olvidado, y así llegamos a la época moderna en que nuevamente las relaciones sociales se han convertido en un freno para el pleno desarrollo de las fuerzas productivas y, sobre todo, son totalmente incapaces de satisfacer las necesidades materiales y espirituales de todos los mexicanos.

Como en la época del porfiriato, la riqueza se ha vuelto a concentrar en pocas manos y la desigualdad se ha vuelto más profunda que entonces: catorce multimillonarios y magnates capitalistas concentran tanta riqueza como la mitad más pobre de los mexicanos y uno solo de ellos, Carlos Slim, es más rico que los otros trece juntos (Oxfam México, 2024).

La propia Constitución de la república se ha reformado tantas veces que es casi imposible reconocer en ella el espíritu revolucionario que inspiró a sus redactores originales y los derechos sociales que todavía reconoce se han convertido en letra muerta.

El capitalismo se agota aceleradamente y en su crisis terminal ha sumido a millones de mexicanos en la pobreza, dejándolos sin empleos dignos, sin salud ni educación de calidad, sin vivienda digna, etcétera, sin tener ya nada nuevo ni positivo que ofrecernos.

Esto tampoco es un error histórico ni pura equivocación del rumbo tomado por los gobiernos postrevolucionarios desde Cárdenas hasta Sheinbaum, es resultado de las mismas leyes históricas que permitieron el triunfo de la burguesía y el desarrollo del capitalismo en México. Son las mismas leyes que nos indican que se necesita, que urge, una nueva revolución, no una guerra, porque no son sinónimos.

Con el triunfo y ascenso de la burguesía se acabó también la época histórica en la cual una clase minoritaria podría llevar a cabo grandes transformaciones sociales, llevando tras de sí a las masas populares; ahora ya no queda ninguna otra clase social empoderada que pueda encabezarla (¿o acaso será un empresario televisivo el que nos saque del atolladero?), ahora ese papel histórico corresponde al proletariado, a los obreros y a sus líderes, en calidad de vanguardia dirigente de las masas campesinas y populares, aliados naturales suyos.

Y ahora corresponde también al proletariado y a las otras clases trabajadoras poner en práctica un programa económico y político que realmente satisfaga sus intereses; esa es la gran tarea pendiente de las clases trabajadoras mexicanas.

Por ello no debe olvidarse ni tergiversarse el verdadero significado y trascendencia de la Revolución mexicana, no solo para honrar a nuestros héroes del pasado, sino también para comprender mejor qué futuro nos conviene más a nosotros y a nuestros hijos. Ha llegado la hora de que el pueblo se decida a tomar el timón de la nave en sus manos.

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