MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El señor Carbente

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Lo conocí mientras realizaba una colecta económica con mi compañero élier Victoriano el sábado 10 de agosto en Hermosillo. Llegamos al crucero de las calles Camino del Seri y Olivares alrededor de las 12:30 pm y por fortuna no estaba tan caliente el día como otras ocasiones, estaba nublado. Aun así, podíamos notar cómo bajo las nubes se distinguían las líneas de lluvia descendiendo, pero no alcanzaban a llegar ni a la mitad de su camino hacia la superficie: en algún punto de la atmósfera volvían a "quemarse" y a convertirse en vapor, convirtiendo a Hermosillo en un húmedo y cerrado horno. Como nos fallara nuestra bocina, élier bailó sin música con la sola animación de mis gritos y silbidos; luego de cada "baile", mudo así, con el semáforo en rojo nos lanzabamos entre los carros, el humo de sus escapes y el bochorno inclemente que devolvía la esperanzadora lluvia hacia el blanquecino y por trechos grisáceo cielo; entre dos carriles, iba el empapado bailarín sudoroso, con su sombrero transformado en recolector de monedas, y yo, entre los restantes carriles, con el bote de colecta en busca de la solidaridad que durante 45 años Antorcha siempre ha encontrado en el pueblo para sostener sus luchas. En esas estábamos cuando, alrededor de la 1:30 pm, llegó el señor Carbente, acompañado de dos niños, uno como de ocho años, menudito, con una vocecilla de flauta piccolo, cuya misión era también andar entre los autos ofreciendo mazapanes con la música de su gargantita; el otro acompañante era una joven quizá de trece años, cuya delgadez extrema, enfermiza, se dibujaba a través de las mallas negras que cubrían sus piernas y caderas. También llevaba entre las manos una amarilla cajita de mazapanes.

El señor Carbente llegó con un gran cajón de plástico repleto de obleas y paletones de cajeta Coronado, lo colocó bajo un árbol del parquecillo aledaño, tomó y ensartó tiras de sus dulces en un trozo de retorcido alambre, mandó a sus puestos a ambos niños y él se dispuso a meterse también entre los carros y el otro bochorno: el de la incomprensión, la intolerancia y el prejuicio, ese que también ahoga al hombre. Vestía zapatos tenis que alguna vez fueron blancos, un viejo pantalón de pants barato café que lo blancuzco de no sé qué había manchado, una percudida camiseta blanca, cubierta por un chaleco de amarillo fosforescente y colgó de su cuello un gran cartel rojo con un letrero que al principio di por hecho que ofrecería la dulcería de Celaya. Pronto entablé conversación con él preguntándole si el calor no derretía sus obleas y amable contestó que no, que al principio creyó que no resistirían, pero pasaron la prueba del sol hermosillense sin licuarse. Me llamó la atención que no supiera que su mercancía era originalmente de Celaya: él sólo la vendía, dijo, "para buscar a mi hija". Algo desconcertado, leí entonces con atención su letrero, escrito a mano, y comencé a comprender la dimensión de su desgracia. Decía: "Tu papá te busca / Míriam Carbente Salvador / Cualquier información comunicarse al teléfono 662 461 7402 / $20 por tira / Si gusta apoyar para poder seguir buscando a mi hija desaparecida desde enero 2018 / Gracias".

Luego, cada que los semáforos en verde nos lo permitían, fuimos platicando y por trozos me contó que no sabía nada de ella, que había desaparecido en Puebla, y que, decidido a encontrarla, vendía los paletones de cajeta para sostener su búsqueda, que mostraba su ajado letrero por todos los cruceros de Hermosillo, "quizá alguien la haya visto y me diga dónde encontrarla". Me dijo también que ya había ido a buscarla hasta donde desapareció, y que en cada ciudad entre Hermosillo y Puebla mostró también en todos los cruceros que pudo las fotos de Míriam: tardó tres meses en esa travesía...sin éxito. El deber hacía los niños lo hizo regresar a Sonora. Nos despedimos a la distancia sólo levantando nuestra mano derecha. Ese día, al verlo llevar así a su hija en el pecho, entendí que su gran corazón no se resignaría nunca. "Eso es mucho dolor", me dijo consternada Vero, la compañera de mi vida, cuando le platiqué la tragedia del humilde vendedor callejero.

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Yo bien sé que la causa más profunda del dolor del señor Carbente se halla en la pobreza, independientemente de cómo se haya llevado a cabo la desaparición de Míriam. La pobreza está en la raíz de todos los males de la humanidad: corrompe, daña, ahoga, convierte a los seres humanos en criminales, nos estupidiza y bestializa. Yo la maldigo y la condeno, como Neruda, a mandarla a vivir a la Luna, o mejor a Neptuno, donde quede congelada por eras. Pero mi condena no basta, es preciso quitarle su caldo de cultivo: la injusta repartición de la riqueza, de la muchísima riqueza que increíblemente existe y que se produce todos los días y que sólo puede materializarse si millones de señores Carbente, a pesar de todos sus dolores, la realizan con sus pies, con sus manos, con su inteligencia. Tampoco bastan mi sentimiento ni mi conciencia, es preciso transformar la realidad...ya...pronto...es insoportable el dolor y tengo miedo a sus irracionales consecuencias. Hace poco asaltaron a mi hija Mariel, y temblé; una vez a mi hijo Wences, y temblé, y me he estremecido cuando me mataron a mi sobrino Axel, cuando asaltaron a mi hermano Juan Carlos y le enterraron un fierro que por poco lo mata, cuando unos soldados nerviosos encañonaron a Vero; cuando encarcelaron injustamente a mi sobrino Carlos O.; cuando hace unas semanas a Isma y a Javi les quitaron sus pertenencias en la calle, llegando a su casa; cuando apenas anoche le quitaron en un asalto a mi compañero Julio su mochila con su computadora; cuando hoy en la mañana a Isma, en pleno día le quitaron ¡frente a su casa! su celular, por segunda vez ¡en el mismo lugar!; cuando hace un momento, a las dos de la mañana, Ricardo escuchó ruido, se levantó, encontró abierta la puerta de la casa y miró a alguien salir huyendo.

Eras tú, canalla. Tus dientes fríos y tus garras de cortante machete, pobreza, me cercan, me acosan, pero te tengo una sorpresa: no estoy solo, soy muchos Carbentes, estamos organizados y al final te vamos a derrotar: eso te lo prometo.

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