MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El precio oculto del sueño americano y la expansión del capital

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Luego de la Segunda Guerra Mundial, donde el mundo quedó polarizado entre dos modelos económicos distintos, el capitalismo y el socialismo, con Estados Unidos y Rusia como representantes de ellos, respectivamente, siguió un periodo de guerra ideológica, donde Estados Unidos buscó por todos los medios posibles dibujar a la Rusia socialista como el diablo en persona, mientras que a sí mismo se proyectaba como el paraíso en la Tierra.

Todos aquellos que llegaron buscando el “sueño americano”, ahora están viviendo una verdadera pesadilla. Vemos, pues, al capital actuando.

Los gobiernos estadounidenses no dudaron en emplear cuanto adjetivo hubiese para desacreditar al gobierno socialista ruso, tachándolo de dictador, asesino y cuanta cosa más les viniera a la mente, mientras ellos impulsaban el famoso “estado de bienestar”. La trampa estaba colocada.

Tras la desintegración de la URSS, momento marcado con el derrumbamiento del “muro de Berlín”, Estados Unidos no tuvo oponente alguno en la palestra mundial que le hiciera frente, asumiéndose como único dueño y guardián del mundo entero. 

Eso le permitió expandir su influencia y hacerse de nuevos mercados, ya sea a través de tratados y acuerdos comerciales, o por la fuerza, so pretexto de llevar libertad y democracia. Recordemos los casos de Afganistán, Libia, Yemen, Siria, Irak, Vietnam, por mencionar sólo algunos.

Cuando Estados Unidos ya no necesitaba la careta de país libre y democrático, sociedad envidiable para cualquier otro, la desechó, mostrando el verdadero rostro rapaz, mezquino e inhumano del capitalismo. Una incontable cantidad de personas de diferentes países, principalmente de América Latina, pero también de Europa, se aventuraban legal o ilegalmente a llegar a tierra estadounidense en busca del famoso “sueño americano”. La razón: las condiciones económicas, entre otras, no les permitían tener una vida digna, y aspiraban a vivir la mentira que durante años Estados Unidos contó al mundo de sí.

Sin embargo, muchas de esas personas no alcanzan a ver que esa precariedad en sus países, esa falta de desarrollo y empobrecimiento era ocasionada porque los recursos naturales, las materias primas de sus países eran saqueadas por quien se asumió como regente del mundo, a la vez que se enriquecía explotando la mano de obra, pagándoles salarios de hambre y, a veces, hasta sin pagarles.

Ahora que Estados Unidos, con Donald Trump, quiere volver a hacer “América grande de nuevo” (Make America great again), bajo la estrategia de fortalecer el mercado interno y aplicando altos aranceles a los productos de otros países, los inmigrantes son blanco de una política discriminatoria, racista y xenófoba, arrestándolos de forma inhumana bajo el pretexto de seguridad nacional. Sin duda, la degradación del capitalismo desnuda cada vez más su carácter vil.

El gobierno de Trump ha echado mano del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, del Departamento de Seguridad Interior, de la Oficina Federal de Investigación y de la Administración de Control de Drogas para detener arbitrariamente a los inmigrantes, sin importar, en muchos casos, su situación legal.

Esta campaña, sin duda, favorece a los empresarios que brindarán al Estado todo lo necesario para que los centros de detención funcionen y operen a su máxima capacidad. Todos aquellos que llegaron buscando el “sueño americano”, ahora están viviendo una verdadera pesadilla. Vemos, pues, al capital actuando.

Sin embargo, me parece, no todo está perdido. Hay algo rescatable de toda esta situación. En más de diez ciudades, miles y miles de personas salieron a las calles a protestar contra esta política, movimiento que se denominó “No Kings Days”, en apoyo a los inmigrantes. Quizá sea demasiado optimista de mi parte creer que se trata de un atisbo de manifestación de fraternidad y solidaridad del pueblo trabajador.

En todos los países hay trabajadores, pero no así una clase trabajadora. Para ello se requiere conciencia, estudio, lucha, pero no es imposible. Los trabajadores ahí están: en las fábricas, en el campo, en las empresas.

Sólo hace falta que alguien se ponga a la cabeza y les haga claridad sobre la realidad en que vivimos, se las explique y los convenza de la necesidad de organizarse para luchar por cambiar esta sociedad de explotación por una más justa y equitativa para todos.

Esta degradación del capitalismo —que lo vuelve cada vez más vil y atroz— deja entrever que los trabajadores pueden y deben organizarse, pero no sólo en sus fábricas, en sus distritos, estados o países, sino como una sola clase social en todo el mundo: la proletaria.

En Sólo así podremos corregir el destino de la humanidad y evadir un futuro de miseria, hambre y muerte, que es hacia donde nos arrastran quienes, durante siglos, se han enriquecido a costa de la explotación de la mayoría, porque así lo permite este modelo económico.

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