El 28 de julio de 2021, el izquierdista Pedro Castillo asumió la presidencia de Perú en el Congreso de la República. Sin embargo, la derecha del país, la falta de un partido realmente de izquierda y sus propios errores, lo arrinconaron en la política. Ante los embates que recibía (como no poder gobernar, el cambio de varios de sus secretarios de Estado y los tres intentos de destitución) el presidente decidió disolver el Congreso de Perú, en lo que llamaron un “autogolpe de Estado”. Pero el Congreso no le hizo caso y lo destituyó “ipso facto” y encarceló horas después. Actualmente, la presidenta es Dina Boluarte, quien era la vicepresidenta y que traicionó a Castillo; el país tiene rebeliones de varios grupos que el gobierno reprime con fuerza. ¿Pero, qué fue lo que pasó?
?Alberto Fujimori fue un presidente de extrema derecha de Perú, que “gobernó” desde 1990 hasta el año 2000. Fujimori sumió al país en una crisis económica, política y social de la que no han logrado salir. Ante esto, la mayoría de la ciudadanía ha buscado el cambio en una nueva forma de hacer política, que los saque de la pobreza. De acuerdo con algunos analistas, la izquierda en Perú fracasó y desapareció en la década de los 90 debido a la represión y se originó una “izquierda caviar”; es decir, pequeñas camarillas de izquierdistas que no tienen partido, base social ni programa y que buscan con quién aliarse electoralmente para ganar algunos puestos. Así fue como llegó Castillo a la presidencia.
?Él estaba políticamente arrinconado, sin liderazgo, no tenía un programa para gobernar y sus antiguos aliados tampoco sabían qué hacer, salvo defender sus intereses; por lo tanto, al presidente no le quedó otra alternativa que someterse, en aras de la “democracia”, a los beneficios de los grupos parlamentarios y continuar con una política populista, que realmente no ayudó a la gente pobre. En las relaciones internacionales no dejó de equivocarse: coqueteó sin frutos con Estados Unidos, renegó de Venezuela, se acercó a la Organización de los Estados Americanos (OEA) y condenó a Rusia por “invadir” Ucrania. El problema es, pues, que Pedro Castillo representa a una izquierda infantil que no es capaz de proponer cambios radicales porque no tiene quien lo apoye. Públicamente se ha declarado no marxista, que es un grave defecto porque entonces no conoce científicamente los problemas de Perú y menos les puede proponer una solución. Sin teoría revolucionaria, no hay movimiento revolucionario. Ese es el gran error de Castillo y de la izquierda peruana y, también, latinoamericana.
?La conspiración sumó a Dina Boluarte, que fue la pieza clave que la derecha necesitaba para darle el golpe final a Castillo. El enfrentamiento entre ambos bloques, el Congreso y el Ejecutivo, es un choque de derechas: el fujimorismo de la ultraderecha contra el “caviarismo” de la izquierda. No es un enfrentamiento de ahora, viene desde la gestión de Ollanta Humala y se agudiza con Kuczynski. Ahora es presidenta Dina Boluarte, aplaudida por Keiko Fujimori y la derecha oligárquica empresarial, que la usará un tiempo y después la sacará de escena, cuando ya no le sirva.
La analista Mabel Zamalloa termina un artículo diciendo esto: “La clase trabajadora peruana debe recobrar su reclamo por el derecho a la vida, es de capital importancia crear organización”. Eso es cierto. Y nosotros le agregamos: es necesaria una organización de izquierda educada, politizada y fuertemente unida, capaz de darle la batalla a la derecha, que lleva decenas de años explotando a la clase trabajadora. Deben darse cuenta de que el cambio social y la revolución no la hará un elegido o un mesías, sino el pueblo pobre unido bajo una bandera. Ojalá que, tras el fallido intento de Pedro Castillo, el pueblo peruano aprenda las lecciones necesarias.
El problema es que la izquierda llega al poder como resultado de los abusos y tragedias sociales causadas por el neoliberalismo, pero carece de una estructura partidaria verdaderamente revolucionaria y no simples arribistas o reciclados de otros partidos, le falta fuerza social, resultado de politización y lucha social (la adquieren con dádivas) y no tienen un programa verdaderamente revolucionario, porque todo lo han reducido a dar ayudas sociales, que son analgésicos y muy desmovilizadoras, por lo que una y otra vez fracasan y así fortalecen a la propia derecha aunque no sea ese su propósito. Es la historia de Perú. Y próximamente la de México, pues López Obrador dejará más pobreza y violencia, una derecha fortalecida y un ejército más empoderado que nunca.
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