Cada año, el 6 de junio, los antorchistas honramos a nuestros mártires, a los hombres, mujeres y niños que han caminado junto a nosotros en esta dura lucha por un México más justo y equitativo. Honramos a nuestros compañeros que hoy ya no están físicamente, pero cuya presencia vive en cada paso que damos.
La esperanza de un mundo mejor ha mantenido nuestra lucha vigorosa y con ella se ha acercado a nuevos militantes, representando una chispa de esperanza, una antorcha encendida en medio de la oscuridad.
Recordarlos, indudablemente, es un acto de nostalgia y tristeza, pero en esos sentimientos también va nuestra reafirmación y convicción política de nuestra causa. No olvidamos que ellos dieron su vida por una causa que sigue siendo vigente: la construcción de un país donde el pueblo trabajador tenga lo que merece; trabajo, salario digno, vivienda, educación, salud y bienestar; la construcción de un país donde vivir dignamente no sea el privilegio de unos cuantos, sino un derecho de todos.
Nuestra lucha, en 50 años, ha sido marcada por el dolor de la pérdida de nuestros queridos compañeros. Algunos han partido de este mundo terrenal por causas naturales; otros, por accidentes, como el caso de nuestro querido compañero arquitecto Gerardo Pérez, quien fuera en algún momento militante destacado del antorchismo en Morelos. Y otros compañeros han partido por causas profundamente injustas: la violencia, la represión, el odio de quienes no soportan que el pueblo despierte, como fue el caso de los compañeros Conrado, Mercedes y su pequeño hijo Vladimir, un niño de tan solo seis años que apenas comenzaba a vivir, a quienes no olvidamos.
La noticia nos estremeció hace dos años, cuando se anunció que nuestros compañeros fueron asesinados, víctimas del crimen y del odio hacia nuestra organización en Guerrero.
En estas cinco décadas de vida como organización, con firmeza y claridad de rumbo, hemos enfrentado obstáculos, resistencias, campañas de odio, represión y violencia. Pero también hemos visto florecer comunidades, escuelas, clínicas, viviendas, caminos, electrificaciones, casas del estudiante, etcétera.
También se han venido formando dirigentes, hombres buenos, capaces de organizar al pueblo, llevándole educación política y conciencia de clase a miles de hogares.
Todo ello no ha sido fácil de conseguir: es el resultado de un trabajo colectivo, sostenido y guiado por la visión política de nuestro dirigente nacional, el maestro Aquiles Córdova Morán, quien ha consagrado su vida entera a educar y organizar al pueblo pobre de México.
La esperanza de un mundo mejor ha mantenido nuestra lucha vigorosa y con ella se ha acercado a nuevos militantes, arropando a miles de jóvenes y adultos que se han sumado a nuestras filas, representando una chispa de esperanza, una antorcha encendida en medio de la oscuridad. Y eso es motivo de alegría, de orgullo.
Porque nuestra lucha demuestra que suma gente con corazones sin par, capaces de comprender que lo que requiere este país para cambiar la situación de pobreza y desigualdad es un cambio en el modelo económico, uno que sea más justo en la repartición de la riqueza que produce la mayoría, o sea, los trabajadores.
La muerte de nuestros compañeros no nos desanima. Los recordamos con tristeza y dolor, pero sobre todo, reafirman y endurecen el compromiso de los antorchistas para seguir luchando por el pueblo pobre, manteniendo vigente la indignación y el coraje hacia las causas que generan la pobreza.
Pese a que hemos perdido a nuestros compañeros, nuestra lucha no se ha silenciado. Al contrario, nos seguimos fortaleciendo en la claridad de nuestros objetivos, en la convicción profunda de que solo la lucha consciente puede cambiar el destino de los trabajadores.
Sin bajar la cabeza, sin retroceder, sin traicionar, seguiremos honrando la memoria de nuestros muertos en cada acción que hacemos en favor de los más pobres, y la lucha por un México mejor sigue y seguirá siendo nuestra meta.
¡Mártires antorchistas, presentes!
0 Comentarios:
Dejar un Comentario