El 27 de marzo, desde su tribuna mañanera, nuestro flamante presidente declaró formalmente el fin del neoliberalismo y de "su política económica de pillaje, antipopular y entreguista". El presidente sabe que el fin del neoliberalismo no se puede quedar en declaraciones formales y que tiene que tomar medidas al respecto. Consecuente con su concepción moral del neoliberalismo, y de la pobreza de millones de mexicanos que provocó esta enfermedad, aplicó medidas de política que, según él, están encaminadas a combatir los males que ella ha traído. Por enunciar las más importantes: la Cartilla Moral, pobres apoyos monetarios estratificados por edad, una beca para que los jóvenes trabajen en empresas de samaritanos capitalistas que los capacitarán gratuitamente para que salgan al mercado laboral bien preparados; y en materia de política económica, tres grandes proyectos: Santa Lucía, el Tren Maya y, por último, el resurgimiento del "motor de del desarrollo nacional": Pemex, para que México refine su propio petróleo, deje su política entreguista y logre la soberanía energética. Eso sí, la inversión pública en hospitales, escuelas, electrificación, agua potable, queda desaparecida porque es un nido de corrupción.
En efecto, es bien sabida la posición que tenía López Obrador antes de ser presidente y ahora es cuando pudo materializar sus deseos. Hace unos días, el director de Pemex y AMLO presentaron el nuevo plan de negocios de la empresa estatal para resolver los graves problemas que enfrenta; entre ellos: la drástica caída en la producción (del 2006 a 2018 la caída en la producción de barriles diarios fue casi del 40%), una deuda histórica por más de dos billones de pesos, la fuerte carga fiscal a la que era sometida (cerca del 70% era fiscalizado por la Hacienda Pública) y los altos costos de operación que nunca resolvió a pesar de que el contexto internacional así se lo exigía. El plan consiste en inyectarle una fuerte suma de dinero de las arcas públicas (141 millones de pesos) y en exentarse de pagar cerca de 128 mil millones de pesos en impuestos en tres años; ambos servirán para lograr once objetivos estratégicos, entre ellos, la capitalización de la Refinería Dos Bocas, la exploración en aguas someras y tierra firme, el incremento de la producción, y la adecuación y modernización de la estructura de la producción. Las rondas de licitación con privados para la exploración en áreas de aguas profundas fueron canceladas, por lo que ahora los riesgos serán asumidos únicamente por Pemex. A partir de 2022, la empresa deberá sanear sus finanzas y producir petróleo a los niveles que tenía en 2010; los siguientes dos años no recibirá presupuesto del Estado, todo debe salir del superávit que tendrá la empresa y su carga fiscal comenzará a incrementarse nuevamente.
Y bien, ante esta faramalla de soberanía nacional, a nosotros nos conviene preguntar ¿podemos aceptar que los recursos de los trabajadores mexicanos se inviertan en este proyecto? En primer lugar, muchos especialistas han argumentado la inviabilidad del proyecto, no nada más por las inconveniencias técnicas de la Refinería Dos Bocas, sino porque el tiempo y el dinero no son suficientes ni por pienso para incrementar la producción, modernizar la planta productiva y tener un superávit en tres años, así que su plan se convierte en una lista de buenos deseos. Ahora que las farmouts, las asociaciones con empresas privadas, han sido eliminadas del plan, el Estado se convierte en el único garante y responsable de lo que ocurra con la empresa y asumir los riesgos; si las calificadoras han dado malas notas a Pemex recientemente por su nivel de endeudamiento, aumenta la probabilidad de que la deuda soberana incremente y arriesguemos la calificación de la deuda que tenemos como país. Por otro lado, Pemex ha dejado de ser el motor del desarrollo nacional: debido a las fluctuaciones del precio del petróleo, se había intentado "despetrolizar" la Hacienda Pública, ahora aporta poco más del 10% de los ingresos cuando antes aportaba la tercera parte. Además, el mercado energético internacional hace tiempo que comenzó un viraje hacia las energías renovables y hacia allá se están moviendo las inversiones. Al financiar este proyecto con las arcas públicas, necesariamente el gasto público quedará disminuido en una buena proporción y hasta la fecha no se ha visto cómo se va a sustituir este recorte ni se ha planteado una reforma fiscal progresiva que les cobre impuestos sustantivos a los ricos nacionales y extranjeros.
Y en el caso de la soberanía nacional...Como en otros tantos casos, los deseos de nuestro ingenuo presidente no corresponden con la realidad. Es bien sabido que la independencia política solamente se logra con la independencia económica. Con el proceso de cambio del país al neoliberalismo y su inserción a la globalización, México perdió el poco avance que había logrado, fruto de la Revolución Mexicana, en materia de independencia económica para someterse abiertamente a los designios del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, como representantes de los banqueros de Washington. Así, México se convirtió en un país puramente armador, cuyo único ofrecimiento al mercado internacional es mano de obra barata, dependiente por completo de la Inversión Extranjera Directa (en especial estadounidense) y la mayoría de nuestras exportaciones van hacia Estados Unidos; es decir, estamos sometidos económicamente a nuestro vecino del norte. En fin, cabe preguntarse, ¿mejorará nuestra situación, se distribuirá la riqueza nacional, o solamente se distribuirá la pobreza? Aquella versión que promete el paraíso partiendo de una base falsa de soberanía, y que haga pasar por beneficio para el pueblo algo que nunca ha estado a nuestra disposición, no es más que una vil estrategia electoral, pura llamarada de petate, que no sacarán a México de su atraso ni de su dependencia económica.
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