MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La otra cara de la exclusión indígena

image

En México, hablar de mujeres indígenas es hablar de resistencia, es evocar la fuerza silenciosa de quienes cargan consigo la herencia de pueblos milenarios y, al mismo tiempo, la pesada losa de la discriminación por género, etnia y clase.

Los datos nacionales son elocuentes: 7.4 millones de personas hablan una lengua indígena, más de la mitad son mujeres, y enfrentan un panorama de exclusión educativa, política y social.

Pero ¿qué sucede cuando esta realidad se mira desde un estado como Durango, que no figura entre los de mayor concentración indígena? La respuesta revela una problemática igual de grave, pero distinta: la de la doble invisibilidad.

Las mujeres indígenas duranguenses enfrentan una encrucijada crítica: por un lado, luchan contra la discriminación étnica y de género y por otro, libran una batalla por la preservación de su identidad cultural y lingüística en un contexto donde son una minoría.

Durango no es Oaxaca, Chiapas o Yucatán. Aquí, la población indígena representa sólo el 3.3 % del total; sin embargo, detrás de este porcentaje se esconden comunidades enteras, es decir, tepehuanas, mexicaneras, huicholas, tarahumaras, que habitan en la profundidad de la Sierra Madre Occidental.

Mujeres que, aunque no sumen millones, encarnan con crudeza las desigualdades del país. El hecho de que en Durango haya más personas que se identifican como indígenas que las que hablan su lengua es una clave fundamental: habla de un proceso doloroso de pérdida lingüística, pero también de una lucha tenaz por no dejar morir la identidad.

La situación educativa es un reflejo de esta marginación, por ejemplo, en municipios como Mezquital, Pueblo Nuevo o San Dimas, las escuelas multigrado y la falta de infraestructura son la norma. Para las niñas y jóvenes indígenas, el camino se interrumpe pronto: los roles de género tradicionales las destinan al cuidado de la familia, al trabajo doméstico o a matrimonios tempranos.

El resultado es que muy pocas logran terminar la educación básica; no se trata sólo de un número: es la cancelación temprana de sus oportunidades.

En salud, la situación no es mejor: la lejanía geográfica se combina con la falta de pertinencia cultural. Es decir, las parteras tradicionales, que son mujeres sabias que han acompañado los ciclos de vida de sus comunidades, son ignoradas por un sistema de salud que no dialoga con ellas. El resultado es una atención fragmentada que no comprende ni respeta las prácticas ancestrales.

Y cuando estas mujeres salen de sus comunidades hacia las ciudades duranguenses, se topan con otra barrera: la discriminación racial abierta, sutil y cotidiana.

Su participación económica, por otro lado, se reduce mayoritariamente a la informalidad: venta de artesanías, agricultura de subsistencia, trabajo doméstico mal pagado. Son labores que no reconocen su valor, no otorgan prestaciones y las mantienen en la precariedad.

Aunque existen lideresas y mujeres que han roto el molde, persisten estructuras que limitan su voz en asambleas y decisiones importantes. Su lucha es doble.

Frente a este escenario, las políticas públicas existentes, hablo de los programas asistencialistas, apoyos a la nutrición, presencia testimonial del INPI, resultan totalmente insuficientes. Son parches que no resuelven las causas estructurales.

Como bien lo señaló Hermelindo Be Cituk de la Asamblea Nacional Indígena por la Autonomía, “no se necesitan discursos, sino acciones concretas”. En el caso de Durango, esto significa invertir en infraestructura con pertinencia cultural: escuelas que enseñen en y desde la lengua originaria, clínicas que integren a parteras y médicos tradicionales, caminos que comuniquen sin destruir el tejido social.

La situación de las mujeres indígenas en México, y particularmente en Durango, no es una mera estadística de marginación; es un reflejo de una deuda histórica estructural que persiste por la falta de políticas públicas con pertinencia cultural y enfoque de género.

A diferencia de los estados del sur, donde el desafío es la escala demográfica, en Durango la problemática se agrava por la invisibilidad y el aislamiento geográfico.

Las mujeres indígenas duranguenses enfrentan una encrucijada crítica: por un lado, luchan contra la discriminación étnica y de género que limita su acceso a educación, salud y participación económica en condiciones de igualdad; y por otro, libran una batalla por la preservación de su identidad cultural y lingüística en un contexto donde son una minoría demográfica.

Los programas asistencialistas existentes son insuficientes porque no atacan las causas de raíz: la falta de infraestructura adecuada, la ausencia de servicios básicos con enfoque intercultural y la persistencia de estructuras patriarcales tanto comunitarias como externas.

En el marco del Día Internacional de la Mujer Indígena, el pasado 5 de septiembre, más que un festejo es un recordatorio de lo que falta por hacer. Es un recordatorio de que, en las cañadas, en los cerros, en los rincones menos visibles de la sierra de Durango, hay mujeres resistiendo, mujeres que merecen ser vistas y escuchadas, no por números, sino por derecho.

0 Comentarios:

Dejar un Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados *

TRABAJOS ESPECIALES

Ver más