El 28 de agosto el periodista Carlos Loret de Mola dio a conocer un reportaje realizado por Areli Quintero, acerca de los bienes inmuebles de Manuel Bartlett. En él se afirma que el Director General de la Comisión Federal de Electricidad posee una fortuna 16 veces superior a los 51 millones de pesos que declaró tener cuando rindió su declaración patrimonial. En la investigación periodística se revela que las casas y departamentos no le pertenecen formalmente a él, sino que los dueños de ese imperio inmobiliario son su esposa e hijos. Aunque en apariencia no existe ninguna irregularidad en este hecho, no se explica cómo Manuel Bartlett, que toda su vida ha trabajado en el servicio público (secretario de Gobernación, Secretario de Educación, Gobernador de Puebla, y senador en dos ocasiones) pudo adquirir una riqueza tan abundante. Ante estos cuestionamientos, Bartlett ha sido incapaz de ofrecer una respuesta contundente, mientras que el Presidente decidió salir a respaldarlo ante los medios: "yo confío en Manuel Bartlett", dijo.
En otro episodio de los tiempos que corren, los legisladores morenistas Martí Batres y Ricardo Monreal protagonizaron una disputa por la presidencia de la Mesa Directiva de la Cámara de Senadores. En la elección que se realizó para renovar el organismo, resultó vencedora la morenista Mónica Fernández Balboa, senadora impulsada por el coordinador del grupo parlamentario morenista, Ricardo Monreal. Martí Batres, el gran perdedor de la elección, se inconformó con los resultados y acusó a Monreal de echar mano de viejas prácticas políticas con el objetivo de imponer a una representante de su grupo en la Mesa Directiva. Al final, ante el duelo de egos, el conflicto tuvo que ser turnado al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, en donde se encuentra actualmente. En realidad, la disputa Monreal-Batres es solo una edición más de lo que estamos acostumbrados a ver: la pugna entre grupos políticos por ascender en la escala del poder.
Esta es la nueva clase política mexicana, que de nueva no tiene nada. Bartlett, Monreal y Batres, así como otras figuras emblemáticas del gobierno en turno, son representantes de la vieja clase política que ha sabido aprovechar los nuevos vientos que soplan en el país. A pesar de que los tres tienen una inocultable y amplia trayectoria forjada en los tiempos del PRI, los intelectuales del morenismo, y el propio Presidente, los presentan a los ojos del pueblo como adalides de la democracia, luchadores por la libertad, y políticos de nuevo tipo. Para el partido en el poder, no se trata de elementos negativos, sino al contrario: son los constructores, los edificadores del nuevo régimen político, dicen, y en ese sentido son abanderados de la Cuarta Transformación. Pero al pueblo de México no se le puede engañar tan burdamente. Nosotros lo sabemos: son vino viejo en odres nuevos.
Lo que pasa es que no existe el pretendido "nuevo régimen" que defienden a ultranza los convencidos de la 4T; y por lo tanto tampoco puede existir la cacareada nueva clase política. La sustitución de una clase política por otra solo puede ser el resultado de un proceso de transformación social de gran calado, del cual brota también un nuevo régimen. Ejemplos de esto los encontramos en la Revolución Rusa, que terminó con el zarismo, instaló un régimen socialista y barrió a los funcionarios de la autocracia para imponer a los obreros, campesinos e intelectuales cercanos al bolchevismo. En Cuba, Fidel inauguró un nuevo régimen político cuando el dictador Fulgencio Batista abandonó la isla; vino aparejada una reestructuración de la clase política para que el gobierno funcionara con los nuevos preceptos revolucionarios. En México, la Revolución iniciada en 1910 fue un caso similar. El régimen de Porfirio Díaz, regido por los afrancesados científicos, fue sustituido mediante un proceso armado por una nueva clase política y un nuevo régimen. Es cierto que al final los principales beneficiados fueron los grandes empresarios del norte del país (Madero y Obregón algunos de ellos), pero hubo también un reacomodo general que terminó con miembros del pueblo llano ocupando posiciones de mediana jerarquía y se redactó una nueva Constitución para garantizar la atención de las demandas populares.
Si bien los voceros de Morena afirman que la elección del 1 de julio de 2018 fue una revolución pacífica -una revolución de los votos, dicen- el "nuevo régimen" y la "nueva clase política" que vivimos, sugieren lo contrario. El régimen actual es en realidad el mismo de Fox, Calderón y Peña Nieto, solo que remozado; nada más. Para decirlo en otros términos: un neoliberalismo más neoliberal que el de antes, pero que niega serlo. Y la clase política actual está compuesta completamente por lo más rancio de la clase política tradicional: priístas, perredistas y panistas que se hincaron a besarle la mano a Andrés Manuel, que recibieron su perdón y salieron purificados de la ceremonia. Sin embargo, por más que intenten negarla, su naturaleza política es siempre la misma; logran disfrazarla a veces, pero siempre está ahí. Los casos de Bartlett, Monreal y Batres, nos lo recuerdan.
Recientemente se publicó en la revista Buzos una entrevista que le realizaron al Ing. Aquiles Córdova Morán, dirigente nacional del Movimiento Antorchista, sobre el tipo de partido político que formaría la organización. En ese sentido, el dirigente desarrolló algunas ideas: "Se necesita un partido distinto en muchos aspectos. Primero que nada, con verdadera raigambre popular, con un número suficiente de verdaderos líderes de carácter popular. No es fácil formar líderes y que, además, tengan una cultura y una educación política, económica, histórica, filosófica, sociológica, más o menos consistente y relativamente profunda. No propiamente eruditos, pero sí con una clara conciencia trabajada por el estudio, por la cultura, de manera que estén capacitados para gobernar y vacunados contra la corrupción y el mareo del poder; eso lleva tiempo", dijo.
Y así es. Desde hace cuatro décadas, en Antorcha se están formando líderes populares que, llegado el momento, cuando sobrevenga un verdadero cambio de régimen y no solo parodias –caso de la 4T-, sean capaces de colocarse en la vanguardia del proceso de transformación social y, por qué no, de llevar las riendas del país. Una nueva clase política solo podrá conformarse con un nuevo régimen, y este, necesariamente, será el fruto de un proceso de transformación social que trastoque los pilares del régimen actual. Mientras tanto, nosotros nos seguimos preparando.
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