A estas alturas de la vida política en México, la mayoría de los ciudadanos se percata, aunque no lo haga conscientemente, de que en el escenario social existen dos grupos distintos: por un lado, el pequeño grupo de los dueños del dinero y de sus servidores directos, ya sean jefes, administradores o supervisores de los negocios y de los medios con los que se producen las mercancías que satisfacen las necesidades de los individuos; por otro, la gran masa de los trabajadores, la mayoría de los cuales no tiene para vivir más que su fuerza de trabajo, que es la que venden al patrón a cambio de un salario. Y no es que sea una ilusión, así lo dicen especialistas como el economista Julio Boltvinik, quien asegura, hay más de 100 millones de pobres en el país.
Solo en Oaxaca, por ejemplo, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), establece que más del 80% de la población se encuentra en situación de pobreza, es decir, alrededor de 3 millones 200 mil oaxaqueños. Esta afirmación no necesita demostración científica, la podemos comprobar con solo observar las carencias que hay en los hogares, ya sea en servicios, salud, alimentación, educación, salud, etcétera.
Partiendo de esta realidad, que los poderosos y los gobiernos a su favor tratan de ocultar, podemos llegar a la conclusión de que estos dos grupos sociales, distintos en cuanto a su posición económica, no pueden tener los mismos intereses, puesto que los ricos quieren ser más ricos y los pobres dejar de ser pobres, pero la riqueza solo es una y por tanto, su repartición es el fondo de la oposición entre unos y otros.
Ahora bien, la explicación de la pobreza y sus causas también es distinta, según el grupo al que se pertenece: vista desde el alcázar de quienes viven bien, se atribuye a la falta de esfuerzo de las grandes mayorías, de conocimientos, de ganas de trabajar para salir adelante, o por la inclinación "voluntaria" a los vicios y la resistencia al ahorro; vista desde la paupérrima morada de la clase trabajadora, se debe a la falta de oportunidades y de empleos, a los bajos salarios, a la falta de condiciones mínimas para recibir educación, y en otros tantos casos, a la "voluntad" externa de un ser superior, cuyo deseo pesa sobre sus espaldas.
Así también difiere de polo a polo, la explicación del origen de la riqueza de los dueños del dinero en México: los primeros nos dicen que son ricos porque ahorran, porque se levantan temprano y se duermen tarde, porque sacrifican su tiempo y su dinero para dar empleo a la población, porque ejercen una política de austeridad en sus gastos, todo esto, aunado a su inteligencia y conocimientos, lo cual deriva en el incremento constante de su riqueza; los segundos, sin embargo, no buscan una explicación racional, asumen casi con naturalidad que, en efecto, los que gozan de los beneficios del dinero han tenido la dicha de nacer en cuna de oro y es casi su derecho elemental usar y disponer del mismo en lo que mejor les parezca. Es decir, aceptan las razones que les dan quienes quieren que piensen de esa manera.
La polarización en la que viven ambos grupos les ha hecho pensar -a unos por conveniencia y a otros por ignorancia-, que los problemas de la pobreza y la riqueza tienen una explicación subjetiva e individual, y no un origen económico, y por lo tanto social. Pero esa visión parcial es falsa. Los economistas políticos que han explicado las verdaderas causas de la desigualdad social que separa a estos grupos, señalan que los dueños del dinero son ricos porque poseen los medios de producción, las tierras, las fábricas y todos los bienes que se producen con ellos, mientras que los pobres solo poseen su fuerza de trabajo para sobrevivir, misma que tienen que vender para hacer productivos todos esos medios, y es en esa venta donde se encuentra el truco.
El trabajador vende, para poder subsistir, lo único que tiene, su fuerza de trabajo, que puesta en acción, genera las mercancías. Sin embargo, el precio que cobra por esa fuerza es un salario que cubre solo lo necesario para reponerla, pero no contempla todo lo que esa fuerza produce durante las ocho horas que estuvo en acción. Y es éste el verdadero ahorro que hacen los dueños de la riqueza, el ahorro del salario que no le pagan a la clase trabajadora. El descubrimiento de esta verdad económica, le ha valido a Carlos Marx una satanización que ha perdurado hasta el día de hoy en las universidades del mundo, pero que en las fábricas, en las calles y en las casas de los pobres, late con la intensidad de un corazón vivo.
La visión parcial de la desigualdad, desde el polo en el que se encuentra la gran mayoría de los pobres, les impide darse cuenta que es precisamente su número el que les puede proporcionar la solución al problema. La clase trabajadora busca salir de su pobreza de manera individual porque cree que las causas son fundamentalmente individuales, y entonces asume que si encuentra un "buen trabajo", si tiene un golpe de suerte, si le "echa más ganas", si se "sacrifica", entonces podrá salir de pobre. No se da cuenta que eso mismo piensan los otros 100 millones de mexicanos, o, en el caso de Oaxaca, los 3 millones 200 mil ciudadanos con carencias, y sin embargo, a pesar de que todos o la gran mayoría, salen de sus hogares al despuntar el alba, con el deseo de abandonar la pobreza para siempre, al final del día, regresan igual de pobres y cada vez se suma una gran cantidad de ciudadanos a esta condición. Las cifras comparativas en cualquier lapso de los últimos 50 años lo comprueban.
Es por esta evidente verdad que el Movimiento Antorchista, desde hace 45 años, inició una campaña constante para hacerle ver a la clase trabajadora, a la gran masa de pobres en el país, que la solución a la pobreza que los agobia, al tener una explicación social, debe, por fuerza encontrar su solución, también de manera social, y no individual. Con este propósito, llama todos los días a los ciudadanos a organizarse, a conformar el gran núcleo que encabece las demandas por mejoras a las condiciones deplorables que aquejan a las mayorías, a formar una gran organización que al cabo de un tiempo, tenga el tamaño y la capacidad de pelear por el poder en el país, para instrumentar políticas públicas, que estén encaminadas a darle una solución real a la desigualdad social que impera como el más arbitrario de los verdugos, sobre las cabezas de la clase trabajadora.
En esa campaña y en esa lucha por solucionar los problemas más sensibles de la gente, hemos encontrado, como era natural, la resistencia de los grupos cuyos intereses chocan con los de las mayorías. Es esta resistencia la que provoca que hagamos uso de nuestro derecho constitucional a la manifestación.
Por eso, la lucha actual de Antorcha en oaxaca, así como en todo el país, debe llevar a los demás pobres de México, si intentan comparar nuestras demandas con sus propias condiciones de vida, a la conclusión de que ha llegado la hora de que conozcan nuestros planeamientos y sobre todo nuestros resultados, para que se convenzan de la necesidad de unirse a nosotros, entendiendo esta situación que exponemos sobre la diferencia entre ricos y pobres, y entre sus intereses y los nuestros, y cómo la negativa de solución de los gobiernos a las necesidades no solo de los antorchistas, sino de todos en general, no nos deja otra salida que unirnos para formar un verdadero partido de la clase trabajadora, para que surjan otro tipo de gobernantes, gobernantes que se forjen en la lucha por la solución a las carencias sociales, y que en ella demuestren que trabajan en beneficio de los pobres.
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