Creo no equivocarme al decir que todos los mexicanos y latinoamericanos vemos con mucha indignación las redadas en contra de ellos, que desde el pasado 6 de junio ha instrumentado el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a fin de correr del territorio gringo a todo aquel que haya llegado ilegalmente a ese territorio a trabajar porque sus países no les han ofrecido las necesarias oportunidades para alcanzar una vida digna o porque van persiguiendo el tan publicitado y ansiado sueño americano, pues están convencidos de que si obtienen un trabajo en los Estados Unidos, su salario lo ganarán en dólares y, por tanto, lograrán rápidamente una vida de millonarios.
Aunque muchos analistas sostienen que el presidente Trump sólo está defendiendo a su país, lo está haciendo con el único método que conocen los que se creen dueños del mundo: con violencia.
Esa es la ilusión de prácticamente todos los que se destierran y se van a otra tierra donde generalmente encuentran maltratos, hambres y discriminaciones. Muchos emigrados de México y de Latinoamérica también, por muchos años, lograron cierta estabilidad económica y educativa para sus hijos; pero, como todo en esta vida, nada es para siempre y ahora que el imperio está pasando por una mala racha económica porque, entre otros factores, muchas de sus empresas salieron del país en busca de mejores tasas de ganancia y, por tanto, ya no derraman dólares en territorio gringo, ahora el imperio norteamericano, repito, está pasando por una mala racha económica y requiere que sus ciudadanos ocupen todos los empleos que existen en el país para que, además, los inmigrantes ya no saquen dólares por medio de remesas que envían a sus familiares instalados en México o en otros países latinoamericanos: en 2024, México recibió un total de 64 mil 745 millones de dólares en remesas, lo que representa un aumento del 2.3 % más que el año anterior.
Por eso, ahora el representante del imperio estadounidense, Donald Trump, está apaleando a los inmigrantes y con inhumanas prácticas los obliga a salirse del territorio gringo.
El problema de la migración de mexicanos a Estados Unidos no es nuevo: es un fenómeno que empezó a desarrollarse desde la constitución del México independiente, el cual formalmente inició con la promulgación de la primera Constitución federal de los Estados Unidos Mexicanos, del 4 de octubre de 1824. Veinte años después, en 1848, cuando México aún no se consolidaba, perdió la guerra contra Estados Unidos —el cual, dos años antes, invadió y se anexó el territorio de Texas— y, en consecuencia, el nuevo país se vio obligado a ceder el 58 % de su territorio (Texas, Nuevo México, Alta California, Arizona, Nevada, Utah, parte de Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma).
Por lo anterior, los pocos mexicanos que ahí residían, y que lamentablemente no tenían los mismos derechos que los invasores gringos, pasaron a ser trabajadores de los estadounidenses, a los que se les daba todo tipo de privilegios con tal de que se convirtieran en la fuerza humana opositora a la mexicana.
La necesidad de mano de obra mexicana que Estados Unidos experimentó desde el siglo XIX por estar en un proceso de desarrollo intensivo y luego por las consecuencias que trajo la Segunda Guerra Mundial, llevó al país del norte a emplear legalmente a miles de trabajadores mexicanos, quienes llegaron a Estados Unidos bajo el llamado “Programa Bracero”, el cual les permitió trabajar temporalmente en ese país, falto en ese entonces de mano de obra propia, dado que sus hombres fueron enviados a la Segunda Guerra Mundial.
Por eso se intensificó la llegada de mexicanos al vecino país del norte, pues les hicieron un gran favor a los gringos al sacar adelante las cosechas y a dar mantenimiento a las vías del ferrocarril gringas.
En agosto de 1942, se firmó el primer convenio que satisfizo las necesidades de la economía agrícola estadounidense. De 1942 a 1964, los trabajadores mexicanos fortalecieron legalmente la economía estadounidense.
Hasta 1964 parecía que los mexicanos no tenían necesidad de irse a buscar la vida a otras tierras porque en ese entonces en México todavía se vivía el periodo de crecimiento económico sostenido que se conoce como el “milagro mexicano”, el cual se desarrolló entre 1954 y 1970, y que buscaba la estabilidad económica y logró tasas de crecimiento económico elevadas, que promediaron anualmente 6.6 %, lo que significó un aumento del 3 % anual del producto per cápita del país.
Además, ese periodo se caracterizó por la inversión en infraestructura, promovió la industria y hubo estabilidad económica y social, sobre todo del sector urbano, pues se fundaron escuelas y hospitales para los trabajadores y sus hijos; asimismo, se fundó el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
Pero a finales de 1970 el “milagro mexicano” entró en crisis, no por el aumento de las demandas sociales internas, como muchos economistas afirman, sino porque el modelo económico mexicano no pudo sostener la competencia comercial con Estados Unidos.
Así, el alza de las tasas de interés en ese país y la desigual distribución de los beneficios del crecimiento económico; es decir, el enriquecimiento desmedido de los dueños de fábricas y medios de producción en general y el empobrecimiento de la clase trabajadora mexicana, llevó a miles de ellos a ver como única alternativa el emigrar hacia el cercano país del norte, pero ya no lo hicieron cobijados por la legalidad del “Programa Bracero”, sino que la desesperación los llevó a enfrentarse a los peligros de atravesar el Río Bravo con tal de conseguir techo, comida, educación y seguridad social para ellos y sus familias.
Por el empobrecimiento de la clase trabajadora mexicana, por los raquíticos salarios que obtienen de una jornada de ocho y hasta doce horas, además de que en nuestro país no hay empleos suficientes para brindar a todos los ciudadanos en edad de trabajar.
Ahora tenemos que en Estados Unidos hay más de doce millones de mexicanos. De ellos, uno de cada tres es indocumentado, o sea, aproximadamente cuatro millones de mexicanos residen ilegalmente en aquel país: sus salarios son de los más bajos que pagan los capitalistas gringos, quienes nerviosamente ven que se quedarán sin trabajadores baratos a los que explotan inhumanamente.
No importa que los mexicanos indocumentados, y todo aquel que detenta esta condición, realicen trabajos duros y extenuantes que engrandecen la economía estadounidense, Trump golpea, detiene y deporta a miles de inmigrantes, mexicanos y latinoamericanos, sin importarle ni un ápice los derechos humanos. Hoy está cumpliendo su promesa de sacar a los inmigrantes de territorio gringo.
Aunque muchos analistas sostienen que el presidente Trump sólo está defendiendo a su país, lo está haciendo con el único método que conocen los que se creen dueños del mundo: con violencia y haciendo que caiga sobre los inmigrantes todo el poder del Estado, sin importar si destrozan a miles de familias y sin importarle la imagen violenta de Estados Unidos que están causando las redadas que está instrumentando desde el pasado 6 de junio.
¿Cuál es la solución para los miles de trabajadores deportados y para los millones que integran la clase obrera mexicana? La única solución es que el gobierno federal y los empresarios les brinden condiciones económicas para que lleven una vida digna al crear el número de empleos necesarios para que todos los trabajadores de México tengan empleo y estén bien remunerados.
Pero dudo que eso lo pueda lograr un partido como Morena, el cual más que preocuparse por la suerte de los trabajadores, solo se preocupa por preservar su presencia en el poder político y, para lograrlo, le apuesta a la entrega atomizada de dinero para que la gente siga votando por los políticos emanados de ese partido, aunque estos no hagan nada para solucionar los pequeños y grandes problemas que enfrenta la clase trabajadora, misma que no cambiará sus condiciones de vida mientras no construya un partido de su clase que sí vele y defienda sus intereses.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario