La Secretaría de Educación Pública (SEP) fue creada con la promesa de llevar educación de calidad a todo el pueblo mexicano, formar ciudadanos críticos y profesionistas capaces de transformar su realidad. Sin embargo, la SEP se ha convertido en un aparato burocrático que, lejos de contribuir a la justicia social reproduce y profundiza las desigualdades de clase existentes en nuestro país. En la practica, el papel de la educación pública ya no es formar profesionistas conscientes y preparados para transformar la sociedad, sino garantizar que los hijos de los trabajadores se resignen a ocupar el mismo lugar de precariedad que sus padres.
Hablar de “educación de calidad” cuando más de 26% de las escuelas no tienen agua potable y el 19% no cuenta con sanitarios funcionales INEGI, 2023) es ignorar que las condiciones materiales determinan el derecho real a la educación. Mientras tanto, en las zonas ricas, los planteles privados cuentan con laboratorios, bibliotecas y dispositivos tecnológicos actualizados. Este contraste refleja que la SEP no combate la desigualdad, sino que administra su continuidad: escuelas deterioradas para los hijos de la clase trabajadora, escuelas de excelencia para quienes pueden pagar.
Los planes y programas de la SEP han sido incapaces de responder a las necesidades profundas del país porque carecen de un enfoque que ponga en el centro a las mayorías. El Plan de Estudios 2022, por ejemplo con todo y su retórica comunitaria, no toca el problema de fondo: que la educación debe servir para que los trabajadores comprendan las causas de su explotación y aprendan a transformarla. En cambio, se limita a hablar de “convivencia” y “empatía” de forma superficial, sin impulsar pensamiento crítico profundo ni ciencia para el desarrollo nacional.
Por otro lado, la SEP ha abandonado su papel en la formación de profesionistas con conciencia de clase y comprometidos con la transformación social. En México, solo 2 de cada 10 jovenes en edad de cursar estudios superiores logra ingresar a la universidad (ANUIES, 2023). Quienes terminan una carrera se enfrentan a un mercado laboral que los explota: el 40% de los egresados trabaja en empleos que no requieren título universitario, con salarios que no permiten superar la línea de pobreza (IMCO, 2024.
La educación pública debería ser un espacio donde los hijos de los trabajadores accedan al conocimiento científico, al arte, a la filosofía y a la técnica como herramientas para emanciparse de las cdenas de la pobreza y la explotación. Sin embargo, hoy la SEP funciona como un muro que impide esa emancipación, al priorizar la memorización sobre la comprensión, el control sobre el pensamiento crítico y la burocracia sobre el aprendizaje profundo.
La educación, en un país con desigualdad estructural, no es neutral. Es un campo de lucha de clases. La élite económica prefiere un sistema educativo que forme mano de obra obediente, con habilidades mínimas para trabajos precarios, mientras sus propios hijos acceden a las escuelas privadas de calidad que garantizan su lugar de privilegio. La SEP al negarse a impulsar un modelo que priorice la formación científica, técnica y crítica de las masas trabajadoras, se convierte en cómplice de este orden injusto.
No es casual que mientras se habla de “Nueva Escuela Mexicana”, se continúe recortando presupuesto a la educación pública, obligando a miles de padres trabajadores a pagar cuotas voluntarias para mantenimiento y materiales mientras se destinan miles de millones de pesos a megaproyectos o al rescate de bancos y empresas privadas. La lucha por una educación transformadora es inseparable de la lucha por un país justo, donde la riqueza nacional sirva para garantizar educación gratuita, científica y de calidad para todos, sin distinción de clase.
Recuperar el papel de la educación como herramienta de transformación social implica reconocer que el conocimiento no es un privilegio, sino un derecho que debe garantizarse con inversión pública, condiciones materiales dignas y planes de estudio que preparen al pueblo para entender y transformar la sociedad. De lo contrariola SEP seguirá siendo un aparato que legitima la desigualdad, mientras miles de jóvenes ven frustrados sus sueños de superación.
La lucha por la educación pública de calidad es, en última instancia, una lucha de clases. Mientras no se comprenda que la transformación de México pasa por la organización de los trabajadores y estudiantes para exigir y construir un sistema educativo que sirva al pueblo y no a los intereses de la élite, seguiremos formando generaciones con títulos que no significan nada en un país que no les ofrece futuro.
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