MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

CRÓNICA | Detrás de cámaras, cucharadas de información

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  • El autor narra en primera persona su debut en prensa: doce horas de camino y tres jornadas de entrevistas, grabación y edición a contrarreloj

El telón no se levantó en el escenario el 27 de noviembre, sino en cada mirada expectante cargada de silencio y nerviosismo ante las horas de camino que nos aguardaban. 

Entre luces cálidas, murmullos contenidos y pasos apresurados, los integrantes de cada compañía de teatro comenzaban a llegar al punto de encuentro. Conforme el grupo se iba integrando, un nerviosismo constante intentaba consumirme: por primera vez pondría en práctica los conocimientos adquiridos durante un año escolar, sumados a los aprendizajes recientes en un nuevo espacio de trabajo, guiado por grandes personas dentro y fuera del ámbito estudiantil.

Un año atrás había estado en ese mismo evento, en el XXIII Encuentro Nacional de Teatro, que se realizó en el Teatro de la Paz, en San Luis Potosí, pero bajo circunstancias muy distintas. Entonces asistimos como apoyo, acompañados y guiados por un gran maestro a quien muchos conocemos simplemente como el ingeniero. 

Esta vez no habría respaldo directo de profesores ni la compañía cercana de mis compañeros. Mi papel era distinto, aunque a la vez similar: estar presente en el Encuentro Nacional de Teatro, ahora con mayores responsabilidades y expectativas.

Los nervios amenazaban con traicionarme, pero había algo que ya había aprendido: hablar, acercarme, romper el silencio. Como bien dicen, al que no habla ni Dios lo escucha, así que decidí poner manos a la obra y comenzar conversaciones breves con los integrantes de la compañía para hacer más amena la travesía.

Después de una larga espera y poco más de doce horas de viaje, el 28 de noviembre pude contemplar el amanecer desde Tecomatlán, Puebla, sede del XXIV Encuentro Nacional de Teatro. Ese paisaje marcó el inicio de un reencuentro con personas conocidas un año antes, con quienes no había vuelto a coincidir desde aquella despedida.

Tras un buen baño, lo primero que hice fue ir a conocer el teatro. Esta vez sólo pude observarlo desde el exterior, pero su belleza me cautivó de inmediato.

Comencé a fotografiar la fachada y llamé a mis padres para mostrarles el lugar. En ese momento sentí un apoyo distinto, profundo, que pocas veces se manifiesta con palabras.

Desayuné con la compañía de San Luis Potosí y, posteriormente, me reencontré con quienes serían ahora mis compañeros de trabajo; personas a quienes debía aportar como colaborador en áreas que aún no dominaba por completo.

El nerviosismo crecía conforme avanzaba el día, hasta que encontré a la maestra Francis, cuya presencia transmitía una tranquilidad absoluta. Fue ella quien me presentó al equipo de trabajo, entre ellos personal de redacción, y quien me explicó cuáles serían mis funciones a partir de ese momento.

Al conocer a mi nuevo compañero, comprendí lo que alguien me había dicho antes: él era una persona ampliamente conocida en el medio. No había paso que diéramos sin detenernos a saludar a alguien. 

Aquello fue profundamente motivador; me llevó a hacer una autocrítica inmediata y a decirme a mí mismo: necesito aprender todo lo que pueda.

Cada entrevista, cada comentario y cada forma de acercarse a las personas representaban una auténtica cátedra de experiencia. Lejos de cualquier arrogancia, mi compañero compartía su conocimiento sobre entrevistas, edición de video y construcción de historias periodísticas. 

Nuestras principales tareas ese día eran la elaboración de historias y la nota de inauguración.

Durante la pausa pude notar que el equipo era mucho más grande que el del año anterior y que el ambiente de trabajo era sorprendentemente armónico. Todo fluía como una orquesta bien afinada: bromas, coordinación y colaboración constante. Era una auténtica fiesta de trabajo.

Las labores se realizaban en minutos, no en horas. Había que informar y difundir cada suceso del evento casi en tiempo real. Entre cucharadas de comida también recibía cucharadas de información; todo era nuevo, intenso y fascinante. Nunca había visto un trabajo tan exigente y, al mismo tiempo, tan divertido.

Al finalizar las presentaciones teatrales, nos dedicamos a editar entrevistas e historias. Ahí comprendí que sí era capaz de realizar ese trabajo con la rapidez y precisión necesarias. Después de cenar, continuamos laborando hasta concluir, para finalmente descansar junto a la compañía de San Luis Potosí, durmiendo en colchonetas prestadas, compartiendo cansancio y satisfacción.

El sábado 29 de noviembre comenzó temprano. Tras la espera para bañarnos y desayunar, el trabajo fue distinto: ahora estaría en circuito, manipulando videocámaras y un switcher, herramienta fundamental para las transmisiones en vivo.

Los nervios regresaron; cualquier error podía quedar evidenciado. Sin embargo, recordé la emoción que había sentido al realizar esa labor tiempo atrás con el ingeniero Corpus y decidí confiar en mí mismo. Poco a poco encontré los mejores ángulos y enfoques para transmitir las obras a través de redes sociales.

Al concluir las funciones de ese día, recibí una nueva encomienda: el domingo realizaría la nota de cierre del evento. El reto era mayor, pues ahora el trabajo debía hacerlo prácticamente solo. Grabé videos, tomé fotografías —algunas borrosas al inicio— y no dudé en pedir apoyo.

Un compañero me explicó los principios básicos de la fotografía, lo que transformó por completo mi manera de capturar imágenes. Las fotos mejoraron notablemente y pude entregar un trabajo de mayor calidad.

La edición final fue complicada; quería que el resultado reflejara profesionalismo y no evidenciara que se trataba del trabajo de un principiante. Recibí correcciones, sugerencias y aprendizajes valiosos. Cada fotografía, cada video y cada aporte del equipo fueron esenciales para lograr una transmisión digna del esfuerzo colectivo.

Esta experiencia no sólo dejó aprendizajes escénicos y humanos, sino también un anhelo profundo de volver a pisar un escenario nacional.

Hoy, con la memoria llena de voces, miradas y aplausos compartidos, queda la esperanza firme de poder asistir al próximo Encuentro Nacional de Teatro en 2026, con la misma entrega, mayor preparación y el deseo intacto de seguir creciendo a través del arte que une, transforma y da sentido a nuestra voz colectiva.

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