Me pregunto si después de la resaca electoral deben los mexicanos despreocuparse de los serios problemas económicos y sociales que se agravan a diario en vez de solucionarse, y desentenderse de los asuntos públicos de la nación y de los sucesos internacionales cuyos efectos positivos y negativos inciden sobre toda la sociedad. Sinceramente, pienso que no. Por el contrario, deben los habitantes de un país practicar la unidad, la colaboración recíproca, la solidaridad, participar activamente y de manera consciente en la edificación de una nueva sociedad; llevar a cabo lo antes dicho en una sociedad decadente, como lo es la sociedad capitalista, que promueve entre sus integrantes el acérrimo individualismo desde la cuna hasta la tumba, resulta difícil; pero es posible y necesario para evitar que en un intento por mantener su hegemonía sobre la faz de la tierra, el capitalismo arrastre a la humanidad hacia un enfrentamiento militar de carácter nuclear, con consecuencias catastróficas para el mundo entero.
El sistema capitalista desarrolla en su propio seno una contradicción que resulta mortal para su existencia. Es decir, como fin natural de su desarrollo, el capitalismo está condenado a desaparecer, para ceder el paso a una nueva forma de producir y distribuir la riqueza de la sociedad. La contradicción fundamental del sistema capitalista es entre el carácter cada vez más social de las fuerzas productivas y el carácter cada vez más concentrado de la propiedad de los medios de producción. Cada vez la producción es más social, dentro y fuera de la fábrica. Se necesita de grupos de hombres especializados en un trabajo parcial, que no da como resultado la producción completa de la mercancía, sino que se requiere la suma de los trabajos parciales para producir la mercancía final, acabada. Además, hay una interdependencia entre los distintos sectores productivos, repercutiendo los efectos de las crisis de un sector, por ejemplo, en otro de distinta vocación. Si cada vez es necesaria una mayor participación de la sociedad en su conjunto para crear la riqueza, que en el capitalismo se manifiesta como un inmenso arsenal de mercancías, los beneficios debieran ser asequibles para todos también. Sin embargo, esto no ocurre así, debido al predominio de la propiedad privada de los medios de producción, situación que permite que los poseedores se apropien y acumulen la riqueza producida por todos. En pocas palabras, los capitalistas viven del trabajo ajeno.
El desarrollo mismo de la economía impele como un resorte al establecimiento de relaciones de colaboración recíproca. ¿Si juntos creamos la riqueza, por qué no disfrutarla juntos también? Y, en esta etapa de desarrollo del capitalismo, en la que los productores de mercancías, sólo reciben a cambio de su fuerza de trabajo un miserable salario, ¿por qué no han de organizarse y solicitar juntos la solución a sus demandas sociales? Resulta una paradoja que el modelo económico que más riqueza ha producido en la historia, sea el que peor la distribuye entre los integrantes de la sociedad. Los productores de alimentos se van a la cama hambrientos; los trabajadores de la construcción habitan en viviendas precarias, si es que tienen una propia; los obreros de la industria textil visten con harapos, mientras que los capitalistas aseguran una vida holgada para su descendencia. Ante esta situación, ¿qué le queda a la clase trabajadora? Muy poco. Por lo tanto, es una necesidad, un derecho y una obligación organizarse con los demás desposeídos, entender cómo funciona la sociedad capitalista –lo cual sea dicho de paso, opera en contra de los intereses de las masas trabajadoras–, y luchar para transformar esa situación que desfavorece a su clase social.
En Tabasco son muchos los pobres que esperan ver resueltas sus necesidades más elementales. Asidos a la esperanza de que las dependencias gubernamentales y sus respectivos servidores públicos son impolutos y que ahora sí cambiará su suerte. Nuevas autoridades han tomado protesta en los diecisiete municipios del estado, ha cambiado la superficie del fenómeno, es decir la parte visible, pero quedó intacto el modo en que se produce y distribuye la riqueza de la sociedad. Nuevamente somos testigos de los cambios accesorios que los gobiernos aplican al iniciar una nueva administración, decretan, por ejemplo, el cambio de nombres de los programas sociales, como si llamar rico al pobre fuera la solución a su condición de explotado, pero la pobreza no sólo continúa, sino que se agudiza.
Los tabasqueños organizados con el Movimiento Antorchista han comenzado la entrega de pliegos petitorios en los distintos municipios en los que se tiene presencia, que contienen las principales demandas de la clase trabajadora. Con la ley en la mano, campesinos y obreros, víctimas de la injusta distribución de la riqueza social, buscan una solución a través de la respetuosa pero enérgica petición a los responsables de administrar y ejecutar los recursos públicos. No le piden peras al olmo, porque no es posible. Pero sí piden que se haga justicia social a los que han colocado al país entre las economías más grandes del mundo gracias a su trabajo (México ocupa la posición 15, según el valor de su Producto Interno Bruto), aunque como se dijo líneas arriba, la riqueza se encuentra concentrada en un reducido número de multimillonarios. Siempre respetuosos de los tiempos y los procesos, los antorchistas han emprendido un difícil camino, como la mayoría de las veces lo ha sido, para ser escuchados y atendidos por la clase gobernante, actualmente encabezada por el partido político MORENA, cuyo discurso ha sido desde su fundación, a favor de los más pobres, pero como reza el dicho popular: por sus frutos los conoceréis.
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