El neoliberalismo es, en esencia, una política económica de la clase capitalista en la era del mercado global; por eso toda la dirección de la economía está diseñada, evidentemente, para favorecerla. Y por definición, ninguna política emanada de esta doctrina beneficiará a las clases populares. El Estado neoliberal abandona sus responsabilidades con el bienestar de la gente; las instituciones que sirven para darle salud o educación a la población, por ejemplo, son trasladadas a la iniciativa privada. De tal modo, que gradualmente los beneficios que procuraba dar el Estado, como agua potable, empleo o vivienda, ahora deben adquirirse por la vía del mercado, ahora esos satisfactores dejan de ser un derecho y se convierten simplemente en una mercancía más; los que ofertan estos servicios son los más aventajados, proliferan empresas, por ejemplo, que venderán casas y que su única filosofía será la del negocio, no la de bienestar de la gente. Su lógica no es humanitaria, sino la del business. Aunado a ello, la política neoliberal vuelca las instituciones para que alienten y soporten la prosperidad de la clase adinerada; un ejemplo claro es cuando el Estado "rescata" (subsidia) a los bancos cuando éstos, por su desmedida ambición, quiebran. Les da dinero de los contribuyentes para volver a capitalizarlos. No sólo eso, la obra social tiene una ostensible inclinación empresarial. Los gobiernos no hacen obra pública para los marginados, por el contrario, los abandona, para emplear ese dinero en obras que estimulen las inversiones privadas; no hay equilibrio en la distribución del gasto social. Además el neoliberalismo crea un marco jurídico que les permita a los capitalistas pagar la menor cantidad de impuestos posible, apoderarse de empresas que antes eran del Estado -las famosas paraestatales-, extraer recursos naturales (minas, petróleo, agua, etc.) para prosperidad de sus pingües negocios, entre otras jugosas ventajas; en pocas palabras, el Estado como ente político regulador de la desigualdad desaparece y se convierte en un llano proveedor de políticas que engorden aún más los bolsillos de los ricos.
Esta predilección por ellos, como dije, no es fortuita, está en su esencia misma. Favorecer a los ricos en agravio de los pobres; y, con ello, vemos entonces que hablar de neoliberalismo no es hablar, sobre todo, de corrupción. Por supuesto que un grupo de personas poderosamente ricas es una situación propicia para corromper las leyes sin la mayor dificultad; un poderoso multimillonario puede evadir con facilidad el castigo legal que un miserable con salario de tres dólares por día. Pero, como dijimos, el Estado neoliberal no necesita, comúnmente, corromper las leyes si éstas fueron diseñadas, desde un inicio, para hacer prosperar a sus dueños capitalistas. Cualquier modificación, entonces, que pretenda atacar el alma neoliberal debe transitar por enfrentar esta injusticia creadora una inmensa riqueza acumulada en pocas manos. Por el contrario, atenerse a sólo una de sus consecuencias, como lo es la corrupción, es evadir esta lucha de intereses de ricos y pobres.
Por ejemplo, una reforma tributaria que equilibre el cobro de impuestos, donde pague más el que más ingresa, es ir al quid del problema. Esto implica, desde luego, enfrentar a la riqueza inmensa de la clase burguesa; es enemistarse con ella, porque, aunque su riqueza se dé gracias a esa sociedad descompuesta por la pobreza, el multimillonario no piensa renunciar a su ingente fortuna. De allí que sea natural manejar un discurso político que se centre solamente en el combate de la corrupción, pues pretende "quedar bien con Dios y con el diablo". Ricos y pobres son víctimas de este mal social, aunque la sufran en diferente magnitud. Luchar contra la corrupción es una bandera que concilia y aglutina. Pero no soluciona de tajo el problema de la miseria popular. Ya que este presunto dinero obtenido del combate de la corrupción no frenará, por sí mismo, los privilegios inmensos que tienen los capitalistas para establecer negocios.
En este sentido, el Estado obradorista adormece la inconformidad de las masas generando paliativos, soluciones temporales -y no exentas de pragmatismo electorero. No puede garantizar de inmediato el aumento significativo del salario, porque, como queda dicho, ha querido evitar un desencuentro con la clase del dinero; y el descontento de los trabajadores se amortigua cuando explica que el mal de su pobreza no es por la fortuna de aquellos multimillonarios, sino por un grupo de corruptos difusamente llamada mafia del poder.
Y paradójicamente, un Estado asistencialista (que sólo da limosnas), no lo acerca a la izquierda, lo aleja. El asistencialismo genera servilismo, doméstica la indomabilidad de las masas y las alinea; sencillamente porque el que paga manda. Cuando el presidente condena a las organizaciones sociales por lucrar -supuestamente- con la pobreza de la gente, acepta, implícitamente, que la gente es manipulable políticamente; pero esa posibilidad se anula -según esta versión- cuando el que otorga el apoyo es directamente el Estado; es decir, los conductores morenistas del Estado no van a manipular en su favor, pues es una fuerza política neutral (¡sí, cómo no!). No diremos más sobre esta tomadura de pelo, basta con recordar que el morenismo no representa, ni de lejos, una clase política completamente nueva; por el contrario, nos encontramos ante una caterva de oportunistas saltimbanquis que se montaron en la popularidad del actual presidente para no renunciar a vivir del erario; y es falso que en su nueva faceta no usen esos apoyos monetarios como instrumentos de movilización electoral en su beneficio.
Dicho claramente: otorgar apoyos monetarios a los pobres no es combatir al neoliberalismo, es fortalecerlo. Primero, porque recibir dinero obliga al individuo a hacerse "responsable" de cubrir las grandes carencias emanadas por el abandono del Estado y, de este modo, éste se exenta de volver a tomar sus esenciales deberes, como generar obra auténticamente pública o garantizar el acceso a la salud y a la educación a los sectores empobrecidos. Bajo este esquema, el beneficiario debe ahorrar si quiere pavimentar su calle, regularizar su propiedad, comprar una casa, gastar en una guardería para sus hijos, invertir para curarse del cáncer, etc. En segundo lugar, y esto sí es lo más grave desde el punto de vista de la educación política de los trabajadores, concibe sus problemas no como resultado de una política en favor de los poderosos del planeta, sino como producto de su mala suerte individual. Dar dinero es atomizar a la masa, desmovilizarla políticamente, pues el requisito para gozar de esa dádiva es no pertenecer a una Organización popular. Además el trabajador, ahora no culpará a la omisión del Estado por su pobreza, que paulatinamente lo ha abandonado en favor de los millonetas, sino que se culpara como individuo. En suma, el discurso obradorista desvía la atención del verdadero problema: el neoliberalismo. Y paradójicamente, nuestro presidente se dice enemigo de aquél. Es más exacto decir que es rival de su caricatura, porque del real no es más que un cómplice más.
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