He asistido a todas las Espartaqueadas Culturales de que tengo memoria. Algunas veces como concursante y otras solo como espectador; en ocasiones tuve la fortuna de presenciar las justas artísticas, y en otras únicamente pude asistir a la inauguración o a la clausura. De alguna manera, las Espartaqueadas siempre han estado presentes en mi vida, sin embargo, nunca sentí lo que siento ahora. Después de asistir a nueve días de competencias artísticas en la cuna de Antorcha, Tecomatlán, en la clausura, descubrí en mí un torrente de emociones que la Espartaqueada había agitado, y era tan violento que no cabía en mi pecho: tenía que decírselo a todo el mundo. Todo el mundo tenía que saber lo que yo sabía, sentir lo que yo sentía, y ver lo que yo vi. Ese arrebato me trajo a escribir estas líneas.
Llegué desde el primer día. El cumplimiento de mi tarea me llevaba apresuradamente de un foro a otro para poder registrar a los concursantes de mi estatal. Todos los días corrí del Foro Sol al Auditorio Clara Córdova Morán, y viceversa, para no perderme nunca a un solo participante. El constante ir y venir, dejó en mi una honda impresión. Tecomatlán parecía, como los antorchistas le hemos llamado en los últimos años, una verdadera Atenas. Era la locura. No había un solo espacio que no estuviera ocupado por los jóvenes artistas que afinaban los últimos detalles de su número. A donde se volviera la mirada, siempre tropezaba con lo mismo. Me sentí transportado al siglo V a. C., al siglo de Pericles, cuando el arte griego alcanzó su más sublime expresión y Atenas era la capital de esa rica actividad.
Era sorprendente. Al pasar por la Presidencia Municipal se observaban tres nutridos grupos de bailarines que ensayaban arduamente para perfeccionar su técnica; más abajo, en el parquecito que se encuentra junto a la iglesia, se alcanzaba a escuchar a una joven que declamaba en la penumbra, en soledad, creando con sus palabras penetrantes imágenes que dialogaban con la sensibilidad de un posible espectador. En un jardín de la Plaza de los Forjadores, un hombre que rayaba en los 22 años, dirigía un emotivo discurso a un pequeño grupo de amigos que se había sentado a escucharlo, pues muy pronto le tocaría participar en oratoria y su discurso debía ser impecable. Y al caminar de un foro a otro, una densa marea humana ataviada con los más diversos colores y formas, llevaba en todas direcciones, con una armonía semejante al oleaje marino en días de calma, alegres grupos de artistas.
Platicaban nerviosos entre ellos. Algunos se presentarían ese día cinco horas después, sin embargo, ya se preparaban, luchaban por dominar el nerviosismo que causa el público antorchista. Otros, ya listos, se abrazaban calurosamente entre sí para darse ánimos y entregar lo mejor de sí cuando entraran al escenario. Un maestro se dirigía a su grupo de bailarines, que estaba ya perfectamente vestido y solo esperaba su turno: "todo lo que trabajamos, todas las horas y meses de ensayo, se reducen a este momento, a los 12 minutos que ustedes tendrán en el escenario: diviértanse, disfrútenlo y den lo mejor. Estoy muy orgulloso por lo que hemos logrado", decía, sin que pudiera evitar que una pequeña lágrima se formara en la comisura de sus ojos por la desbordante alegría que sentía. Los muchachos, con la emoción a flor de piel, posaban con su maestro para tomarse la fotografía previa: en la vida, solo hay una primera vez que se participa en la Espartaqueada.
Mientras afuera se asistía al trabajo "tras bambalinas", a toda la serie de cuidados y detalles que hacen posible la presentación de un acto bello, adentro se degustaba la miel que los jóvenes artistas habían producido en tanto tiempo. Desde las 10 am, cuando arrancaba la jornada, hasta las 11 pm, con espacio de una hora para comer, desfilaban por el escenario jóvenes que cantaban, declamaban, dirigían atinadas piezas oratorias, danzaban y bailaban. Eran tantos los concursantes que se hizo necesario dedicar un día completo, o más, a cada disciplina artística. El jurado, incólume, atestiguó cómo miles de jóvenes artistas –según el conteo final fueron 20,503- se apoderaban del escenario para entregar la obra que por tanto tiempo habían trabajado con tenacidad y celo. Acompañando al jurado, y disfrutando la algarabía general, tres mil espectadores mantenían abarrotados los foros.
Puesto en otras palabras, la Espartaqueada fue un inmenso ejército de jóvenes artistas que acampó durante diez días en Tecomatlán para realizar el más grande festival artístico que se hace en México. En una intervención suya, el presidente del jurado y dirigente nacional del Movimiento Antorchista, ingeniero Aquiles Córdova Morán, se dirigió a esta multitud: "jóvenes, acérquense a Antorcha y vean lo que nosotros queremos para ustedes: Antorcha quiere que hagan deporte, que hagan cultura y que sean sabios", dijo. Días después, en la clausura, nuevamente les habló: "jóvenes, no se guarden lo que vieron aquí, lo que ustedes presenciaron, vayan y platíquenlo con sus amigos, con sus vecinos y con sus familiares, digan qué es lo que hace Antorcha. Si hay alguna organización en este país que verdaderamente está apostándole a la juventud, esa organización se llama Antorcha Revolucionaria", les dijo.
Tantas emociones vividas en el apretado espacio de diez días, con todo, no son nuevas; esta es ya la XX Espartaqueada Cultural. ¿Por qué esta vez es diferente? ¿Por qué vino a mí ese ímpetu difusor antes dormido? Me lo explico así: por el contraste que ofrecen, por un lado, los ataques envenenados de los enemigos de Antorcha, y, por el otro, la defensa pura y elevada que hacemos los antorchistas de nuestra organización. Mientras el presidente y la prensa nos calumnian acusándonos de intermediarios y huachicoleros, nosotros respondemos congregando a 20 mil artistas populares para que todo México vea qué es y qué hace Antorcha. Nosotros, como dijo el Maestro Aquiles, pasamos ya la etapa en la que las calumnias nos podían detener. Hoy estos ataques solo logran hacernos más grandes y más fuertes. ¿Pruebas? Aquí está nuestra XX Espartaqueada Cultural.
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