La pobreza en Morelos ya no es un fenómeno periférico, sino una realidad que interpela a todos los ciudadanos, al gobierno y a la sociedad civil. No hablamos únicamente de cifras, aunque ellas importan, sino de vidas, de oportunidades negadas, de frustración latente y de urgencia para actuar.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) y citados por medios locales, en Morelos alrededor del 41.1 % de la población vive en condición de pobreza y el 5.8 % en pobreza extrema.
Cuando los indicadores de rezago se mantienen altos, como en educación o vivienda, la pobreza se reproduce intergeneracionalmente.
En términos absolutos, el estado cuenta con cientos de miles de personas que enfrentan carencias sociales importantes: por ejemplo, más de 867 mil 600 morelenses no tienen acceso a servicios de salud.
Al revisar por municipio, los contrastes son aun más severos: los municipios con población indígena están entre los más golpeados. Por ejemplo, los municipios de Hueyapan (87.3 %), Coatetelco (83.9 %) y Xoxocotla (79.5 %) tenían, con datos de 2020 y 2022, los porcentajes más altos de población en pobreza.
En 2020, en 28 de los 36 municipios de Morelos, al 50 % o más de su población se le clasificaba como en situación de pobreza.
Estas cifras muestran que, aunque el estado tiene zonas con mejores condiciones, la pobreza sigue siendo estructuralmente amplia y profunda.

La pregunta que hay que hacernos es ¿Por qué la pobreza persiste en Morelos? Para entender el fenómeno es necesario mirar más allá del ingreso: la pobreza es multidimensional. En Morelos se conjugan varias causas que agravan el problema:
Condición de los municipios indígenas y rurales. Los municipios que tienen mayor población indígena, de difícil acceso y con menor inversión estatal suelen presentar los peores indicadores de pobreza. Hueyapan, Xoxocotla y Coatetelco son ejemplo de ello. La ruralidad conlleva menor acceso a servicios de salud, educación, infraestructura y transporte, lo que multiplica las vulnerabilidades.
Carencias sociales persistentes. En Morelos, aparte del ingreso bajo, hay altos porcentajes de población con carencias por acceso a la salud, seguridad social, servicios básicos en la vivienda y rezago educativo. Por ejemplo, 44 % de la población carecía de acceso a la salud. Iniciar la solución por aumentar ingresos sin atacar estas carencias sería erróneo: se trata de un círculo vicioso donde la falta de servicios reduce la capacidad de generar ingreso y agrava la vulnerabilidad.
Baja dinámica económica y empleos de baja calidad. Un análisis comenta que, aunque la pobreza se redujo, se requiere una “mayor dinámica económica, con empresas competitivas y mejores empleos”. Cuando el empleo es informal, de escasa productividad y sin acceso a la seguridad social, no basta para salir del umbral de la pobreza.
Brechas geográficas y de infraestructura. Los municipios con mayor rezago social coinciden con los que tienen menor infraestructura, menor inversión pública y mayor dispersión del territorio. En 2005, por ejemplo, los municipios más rezagados en Morelos fueron Tlalnepantla, Totolapan, Temoac y Ocuituco. Esto limita el acceso real a oportunidades, aunque existan programas sociales.
Una economía que depende mayoritariamente del corto plazo (“apoyos”, remesas, economía informal) no genera autonomías. Cuando los indicadores de rezago se mantienen altos —como en educación o vivienda—, la pobreza se reproduce intergeneracionalmente.
Además, la pobreza debe verse como un problema de derechos: tener ingresos bajos es grave, pero no tener acceso a la salud o vivir en una vivienda sin servicios básicos implica que no se ha cumplido con la promesa básica del Estado social de bienestar.
En conclusión: La pobreza en Morelos es una herida abierta. Ha habido avances, pero están lejos de ser suficientes. Y lo más preocupante: no todos los municipios avanzan al mismo ritmo. Los más vulnerables —indígenas, rurales, con menor infraestructura— siguen rezagados. Si la lucha contra la pobreza se limita a cifras, podríamos caer en la ilusión de que “todo va bien”, cuando en realidad hay comunidades que no han visto cambio. Más aún: la pobreza se reproduce cuando generaciones enteras crecen con rezago educativo, sin oportunidades, en contextos marginales.

Por tanto, más que políticas de emergencia, lo que se necesita es política de transformación. Y no solo de gobierno: la sociedad civil, el sector privado y las comunidades mismas tienen que asumir un papel activo. Porque la pobreza no solo es un número: es un obstáculo para la dignidad, para el desarrollo humano, para el futuro. En Morelos, el compromiso debe ser claro: que nadie quede excluido del progreso ni por ubicación geográfica, ni por origen indígena, ni por nivel de ingresos.
Para lograrlo, se necesita mucho más que buenas intenciones: se necesita justicia distributiva, responsabilidad institucional, participación ciudadana y, sobre todo, una visión de largo plazo.
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