Lo que provocó las manifestaciones en Nicaragua no está en el poco desarrollo económico. Informes avalados por la CEPAL (la Comisión Económica para América Latina y el Caribe) proyecta que Nicaragua cerrará en el 2018, con un 5% de crecimiento, y con esto, será el tercer país de América Latina que más crecerá; luego de lograr el 4.9% en el año pasado; recordemos, de paso, que México creció por debajo de la mitad: al 2.0%. El Banco Mundial afirma: "a pesar de las turbulencias económicas globales, Nicaragua se ha destacado por mantener niveles de crecimiento superiores al promedio de América Latina y el Caribe". Además da fe de la disminución de la pobreza, de 2014 al 2016 al pasar del 29.6 a 24.9%. Mientras que, para el mismo período, la pobreza extrema pasó de 8.3 a 6.9 %. Y recordemos que, antes, de 2005 al 2014, la pobreza había decrecido en un 30%.
El año pasado fue uno de los siete países, según la CEPAL, que aumentó el salario real de los trabajadores, en contraste con México y Perú que lo disminuyeron. Antes de las protestas, Nicaragua tenía la tasa de homicidio más baja de la región y, a la fecha, es el país de Latinoamérica con mayor equidad de género. Agreguemos que con el apoyo de la Unión Europea (UE) y de la Alianza Global para la Educación (GPE, por sus siglas en inglés), aumentó la calidad de la educación en el nivel básico; a eso sumemos, la campaña para la regularización de las tierras, la construcción masiva de casas maternas y un proyecto ambicioso de saneamiento de agua potable. Por último, el índice de Competitividad Global 2017-2018 del Foro Económico Mundial aseguró que Nicaragua ocupa el quinto lugar en el ranking de países con las mejores carreteras de América Latina.
Todos estos logros, entre muchos otros, han sido avalado por organismos internacionales. Y ante estos datos, acaso se argumente que estos resultados macroeconómicos no siempre redundan en una mejoría sustancial de la calidad de vida de los nicaragüenses; sin duda el crecimiento económico no significa distribución en automático de esa bonanza económica , pero es claro que las reelecciones de Ortega son señales de que estamos ante un Estado que se muestra comprometido con que ese progreso llegue a las mayorías empobrecidas: fue elegido hace menos de dos años (noviembre del 2016) con el 72 por ciento de los sufragios; aún más, debemos señalar que estas cifras no pueden ser presumidas por economías más neoliberales como la mexicana.
Ahora bien, ¿cómo logró el gobierno de Daniel Ortega estos resultados aceptables? En términos generales, por no romper con la empresa privada y sí conciliar con ella gracias al poder que le da el apoyo popular. La Economía, con el sandinismo, es llevada por una mesa tripartita: gobierno, trabajadores y la empresa privada. Esta mesa -que hasta hace poco era la piedra de toque de su crecimiento- discutía los asuntos en materia económica y llegaba a acuerdos que permitieron un crecimiento importante en la inversión extranjera y la creación de empleos.
Si todo transcurría bien, entonces ¿qué pasó? ¿qué detonó el rompimiento de este pacto? Una crisis en el Seguro Social de aquel país, que avizoraba que para el 2019 se iba a quedar sin fondos. La discusión partió en definir de dónde iba salir el dinero para fondear aquella institución: si de los trabajadores o de los capitalistas. El FMI sugirió castigar a los pensionados, el gobierno no lo aceptó. Entonces, se plantearon reformar el régimen de contribuciones para garantizar el derecho a la salud, se acordó un incremento del 0.75% a los trabajadores y un 2% a los empresarios para este año y para el 2020 se sumaría otro 1.5%. Los sindicatos Frente Nacional de los Trabajadores (FNT) y Unión Nacional de Empleados apoyaron la reforma, mientras que la patronal (COSEP) la rechazó, aseguró que esta no contaba con consenso y presentó un recurso de amparo para intentar revertirla.
Luego, vinieron una escalada de protestas, sobre todo de origen estudiantil. A los pocos días el gobierno sandinista la derogó y llamó a la paz. Comenzó a circular en los medios imágenes y videos de una presunta represión, sin tocar con suficiente equilibrio la manera de actuar de los manifestantes; hoy existen pruebas abundantes sobre la violencia con la que actuaron: barricadas, cohetones, incendios a edificios públicos, y hasta linchamientos, actos terroristas muy similares a lo ocurrido en Venezuela; la respuesta, pues, del Estado, fue en el contexto de una agresión abierta. La demanda que inicialmente era abolir dicha reforma, se convertía en la destitución directa del presidente, mediante elecciones anticipadas; la derecha se puso al frente y también se sumarían conspicuos hombres de izquierda del país y de la región; pero lo que causa sorpresa es que no esbozan una reflexión seria sobre lo qué ocurrir luego de que caiga el sandinismo.
Y no es extraviado recordarles lo que pasa cuando un gobierno de izquierda cae: la alternancia nunca es la administración bondadosa y democrática. Y tampoco es peregrino volver a esgrimir que la crisis social es de mucho interés para las naciones imperialistas del mundo; primero, porque Nicaragua ha sido un paradigma en oposición antiimperialista por la revolución sandinista. Y en segundo lugar porque también se sabe que su apertura comercial incluye fuerte presencia económica de Rusia y de China.
Dicen otros expertos, que las turbulencias actuales son el pago por conducirse de forma muy neoliberal en economía y tener alianzas con las élites, incluso algunos hablan de una traición abierta a los ideales de la Revolución; aquí aparece una disyuntiva: la pureza de ideales comunistas que implica no abrirle la puerta a la economía de mercado, o instrumentarla, sabiendo las consecuencias que esto implica: empoderamiento paulatino de las trasnacionales en la vida política. Ante esta disyuntiva, China eligió lo segundo, pero estableció un Estado fuerte, conducido por el PCCh, que funciona de contrapeso en la regulación del mercado; y la fortaleza estatal no está más que en la solidez de la organización popular, una participación activa y permanente en política de las masas populares a través de los órganos del partido.
De ahí que, siguiendo a la politóloga Simona Yagenova, podamos sugerir que el sandinismo a pesar de importantísimos logros en materia social y económica, olvidó que cualquier proceso revolucionario que se encamine por la senda del libre mercado (incluso con resultados exitosos), y los pactos entre elites, más temprano que tarde, "sucumbirá ante las traiciones de la clase dominante, si no crea estructuras de poder popular democráticas territoriales, si no libra una permanente batalla ideológica política en contra del pensamiento neoliberal y de derecha". Vale.
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