Organización vecinal y gestiones de la organización exhiben el abandono institucional que obligó a mil 200 familias de la Humberto Vidal Mendoza a gastar hasta 4 mil 800 pesos mensuales sólo en agua
Durante trece años, al caer el sol en el oriente texcocano, la calle Nezahualcóyotl entraba en una oscuridad densa, casi absoluta. No era la noche lo que apagaba el entorno, sino la falta de un servicio tan esencial que resulta impensable para millones de mexicanos: la electricidad.
Durante estos años, las cerca de mil 200 familias que habitan la colonia Humberto Vidal Mendoza vivieron entre tinieblas, cables improvisados y focos que dependían más de la suerte que de un suministro estable.
Más allá de las cifras y los desafíos, lo que distingue a la colonia Humberto Vidal Mendoza es su capacidad de resistencia. Los testimonios revelan un tejido social fuerte: vecinos que se reúnen, que discuten, que negocian, que se organizan.
Juan Carlos Guzmán recuerda, con una mezcla de frustración y resignación, las tardes en que debía desconectar todos los aparatos de su casa. “A veces llegaba la luz muy fuerte, a veces muy baja… y tronaban los aparatos”, dice.
Refrigeradores quemados, televisores arruinados, extensiones colgando como ramas tensas. Una rutina peligrosa, normalizada por el abandono institucional y la necesidad de sobrevivir.
La historia de esta colonia no es distinta a la de muchas otras en el oriente del Estado de México: asentamientos que nacen lejos de la planeación gubernamental, crecen sin servicios y se sostienen gracias a la organización comunitaria.
La luz era una promesa que tardó trece años en materializarse, no porque la tecnología fuese compleja o la obra imposible, sino porque, como coinciden los vecinos, “nadie del gobierno municipal nos quería escuchar”.
Tras la gestión del Movimiento Antorchista de Texcoco, los trabajos de electrificación iniciaron hace unas semanas: instalación de postes, tendido de cableado, preparación de transformadores.
La Comisión Federal de Electricidad (CFE) llegó por fin a un territorio que no figuraba en prioridades gubernamentales, pero sí en la vida cotidiana de cientos de familias que ya no podían esperar más.
Más allá de las cifras y los desafíos, lo que distingue a la colonia Humberto Vidal Mendoza es su capacidad de resistencia. Los testimonios revelan un tejido social fuerte: vecinos que se reúnen, que discuten, que negocian, que se organizan.
“Fue una gestión demasiado larga. Pasos de tortuga”, admite Marcos Domínguez, uno de los habitantes que participó activamente en reuniones, listas, visitas y asambleas. A lo largo de estos trece años, los vecinos tuvieron que organizarse, presionar y mantener viva una exigencia que para muchos parecía simple: tener luz. “Gracias a la unión de los colonos se logró y la guía de Antorcha. Esa es la fuerza principal”, agrega.
La participación social no fue un recurso opcional: fue la única vía posible. Los entrevistados coinciden en que la electrificación no habría ocurrido sin la presión de las familias, sin la insistencia constante, sin tocar puertas una y otra vez.
El Estado de México presume —y con razón— una de las coberturas eléctricas más altas del país. Según cifras oficiales, 99.67 % de las viviendas cuentan con servicio eléctrico. A nivel nacional, México registra un acceso cercano al 99.70 % de la población. Las estadísticas dibujan un país iluminado casi por completo.
Pero detrás de esos porcentajes, hay una realidad que no cabe en la cifra: 14 mil 765 viviendas mexiquenses siguen sin luz. Zonas rurales, asentamientos periféricos, colonias irregulares o en proceso de regularización. Lugares donde los postes no llegan, los trámites se acumulan y los suministros tardan años. Para una colonia como Humberto Vidal Mendoza, el rezago no era un número: era la noche de incertidumbre que sufrían sus habitantes cada día.
“Ese 0.33 % parece mínimo, pero representa comunidades enteras viviendo en la oscuridad. La cobertura casi total no significa justicia energética. Significa que la desigualdad se concentra en los mismos territorios históricamente excluidos”, afirmó María Sosa Guzmán, regidora antorchista y dirigente de esta organización social.
La falta de electricidad no afecta de forma aislada: altera todo. Especialmente el acceso al agua. Sin servicio formal, tampoco hay bombeo constante. Los vecinos dependen de pipas, cuyo costo crece cada año.
Filigonio Martínez, joven habitante de la colonia, explica: “Gastamos unos 300 pesos por semana para llenar el tinaco”. En otras zonas de la colonia, la cifra es mucho mayor. José Luis Ramírez, uno de los vecinos de mayor edad, paga mil 200 pesos por pipa. “Cuando cerraron pozos hace unos meses, nos quedamos sin bañarnos una semana”, dice con pena.
El agua, un servicio que debería funcionar de manera regular y económica, se convierte aquí en un gasto desproporcionado. Una familia puede destinar entre mil 200 y 4 mil 800 pesos al mes solo para cubrir sus necesidades básicas. Más que en muchas zonas urbanas de clase media.
El impacto económico es profundo: aumenta el costo de la vida. Se reducen las posibilidades de ahorro. Se profundiza la desigualdad.
La falta de alumbrado público es otro problema asociado. Las calles oscuras fomentan la inseguridad. Martínez afirma que con la instalación reciente “puede ayudar, aunque sea poquito”. Marcos es más enfático: “Esta calle era peligrosísima. Con luz, baja el riesgo de robos”.
Más allá de las cifras y los desafíos, lo que distingue a la colonia Humberto Vidal Mendoza es su capacidad de resistencia. Los testimonios revelan un tejido social fuerte: vecinos que se reúnen, que discuten, que negocian, que se organizan. Porque decidieron pelear por un derecho negado durante más de una década.
Esta experiencia también generó conciencia política. Juan Carlos, reflexivo, lo explica así: “Es tiempo de que todos pensemos bien las cosas. No dejarnos llevar por lo que dicen otros. Leer, analizar, formarnos criterio”.
A pesar del logro que representará el encendido formal de la red eléctrica, los vecinos tienen claro que aún queda mucho por hacer: agua potable, para dejar de depender de pipas costosas. Drenaje, uno de los servicios más urgentes. Pavimentación, necesaria para evitar el aislamiento en temporada de lluvias. Regularización de los servicios y la tenencia de la tierra, para asegurar que la colonia sea reconocida plenamente. “Nunca nos hemos negado a pagar”, dice Juan Carlos. “Pero deberían hacerlo más rápido”.
Cuando la obra concluya, la calle Nezahualcóyotl tendrá una primera noche distinta a todas las anteriores. Los focos se encenderán, los postes iluminarán las casas y la colonia dejará de ser un punto oscuro en el mapa.
Será un momento simbólico. Una niña estudiará sin lámpara. Un adulto abrirá su refrigerador sin temor a que se queme. Una familia caminará de noche sin miedo.
La electrificación no borrará trece años de rezago, pero encenderá algo más profundo que un foco: la dignidad de una comunidad que nunca dejó de luchar al lado de Antorcha.
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