Confieso que la expresión con que encabezo el trabajo de hoy no es producto de mi esfuerzo intelectual individual, sino que es, en realidad, una síntesis de la gigantesca inteligencia colectiva que guía toda la labor educativa del Movimiento Antorchista Nacional. El profundo significado que en sus entrañas guarda debería ser ampliamente difundido entre todos los mexicanos. Y como el objetivo de mi modesto esfuerzo no es otro, dejaré aquí, entonces, mi pequeña contribución.
Nada como ahora resulta tan urgente y necesario como sumarse a divulgar la cultura por toda e nuestra patria, sobre todo entre aquellos que, por su condición económica y social, están más lejos de poder cultivar su humanismo y su inteligencia científica.
Estamos ya en pleno auge de lo que en el lenguaje popular se conoce como “ceremonias de graduación”, o los llamados “actos académicos”, como también se acostumbra decir en algunas instituciones educativas de mayor nivel. Y en todas a cuantas he tenido oportunidad de asistir, percibo siempre que satura el ambiente de todos quienes acuden el deseo de que el graduado, hombre o mujer, niño, adolescente o adulto, no sólo logre sus objetivos inmediatos personales en el área académica o profesional, a los que tiene derecho, sino que, además, con ese logro académico contribuya un poco más al bienestar de la sociedad en general, pero sobre todo de su familia.
Dado que comparto también ese mismo deseo para todos los graduados donde quiera que se realicen, me permito decir aquí, entonces, con más precisión dónde y en qué ámbito del conocimiento científico humano —que se desarrolla ahora más vertiginosamente que nunca— es que la sociedad entera necesita de la juventud pensante en nuestros días, para que contribuya a alcanzar el bienestar general que todos queremos.
Es aquí donde acudo al pensamiento humanista colectivo de millones de mexicanos organizados en el Movimiento Antorchista, para decir a los jóvenes graduados de todo el país que nada, como ahora, resulta tan urgente y necesario como sumarse a divulgar la cultura por todos los rincones de nuestra patria, sobre todo entre aquellos que, por su condición económica y social, están más lejos de poder cultivar su humanismo y su inteligencia científica.
En relación con esto es que cobra tanta relevancia el contenido profundo de la expresión arriba señalada, que, bien entendido, puede decirnos bien a bien cuál es la verdadera batalla intelectual a la que se tienen que sumar los hombres y mujeres pensantes hoy graduados, verdaderos amantes hasta aquí —y tal vez sin proponérselo— del carácter universal del conocimiento.
Y la contribución de la verdadera organización de los pobres no deja lugar a dudas. He aquí textualizado nuestro anhelo de estos días:
“Antorcha hace verdaderos esfuerzos para que miles de jóvenes, que año con año egresan de las escuelas antorchistas, cultiven el conocimiento, la ciencia, el deporte, el arte y la cultura; que practiquen la danza, el baile, la música, la oratoria, el teatro y la poesía; todo con la intención y el objetivo de ponerle un muro cultural (en todo el mundo y en México) al fascismo que tiene una conspiración contra el conocimiento, contra la cultura y el arte, y busca mantener en la ignorancia al pueblo a escala global. Es necesario construir una mejor sociedad, un mundo justo y de paz; y para eso hay que usar el conocimiento como un arma muy poderosa; hay que hacerle frente al imperialismo con un muro de inteligencia, de pensamiento y de ideas; y en esta tarea la juventud juega un papel muy importante.”
¿Y cómo hacer —si así lo decidieran los jóvenes— para usar el conocimiento como un arma muy poderosa en defensa de toda la humanidad de nuestro tiempo? La respuesta no puede ser otra que el conocimiento profundo de las ideas de los pensadores más progresistas que la humanidad nos ha dado.
Pero desentrañar el conocimiento profundo de todo aquello que se quiera remediar requiere siempre entender el esfuerzo para encontrar las verdaderas causas que lo generan, es decir, la causa primera, que es precisamente donde se contiene la verdad transformadora. Y sólo los pensamientos cultivados que se dedican al estudio están facultados para bucear con menos dificultad en tamañas profundidades.
Federico Engels dejó dicho así en algunas de sus obras, en relación con las causas y los efectos que hacen evolucionar a toda la realidad: “La relación causal entre los fenómenos, como forma específica del condicionamiento de los fenómenos de la naturaleza y la sociedad, se expresa en el hecho de que todo fenómeno aislado o conjunto de fenómenos interdependientes en la naturaleza y en la sociedad provoca o produce otro fenómeno; y, a la inversa, todo fenómeno aislado ha sido provocado o producido por otro o por un conjunto de fenómenos”.
Tenemos aquí, entonces, que todo fenómeno que provoca directamente la aparición de otro y que aparece como su origen recibe el nombre de “causa”; mientras que el fenómeno provocado por determinada causa se llama “efecto”. Visto así el razonamiento, no hay lugar a la confusión.
Pero el verdadero problema comienza cuando aparece inminentemente el carácter de simultaneidad entre la sucesión de las cadenas interminables de causas y efectos, forma verdadera que adopta siempre la realidad.
Aquí es, precisamente, donde aparece la necesidad de verdaderos jóvenes pensantes que dediquen su inteligencia humanista a encontrar la causa primera de todos los males, sobre todo de aquellos que tienen que ver con la sociedad donde viven. Quien procure siempre empeñarse en esta necesaria y urgente tarea estará, por tanto, mejor capacitado para transformar las tragedias sociales que sufrimos ahora —si así lo quisiera— en un mundo justo, equitativo y de paz para todos.
Y, por mucho que lo quiera esconder el imperialismo mundial, somos millones en el planeta los que queremos crear un mundo mejor para todos. A esta honrosa y necesaria tarea es a la que se deben sumar las mentes jóvenes y entrenadas en el estudio.
Las tragedias mundiales y nacionales que amenazan la existencia misma del planeta dicen claramente que esto no sólo es posible, sino sumamente necesario. Que así sea.
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