El despertar en la plaza
El alba en Tlaxcala aún es una promesa oscura cuando Francisco “Paco” Hernández, de 48 años, huesos curtidos por más de treinta inviernos en el comercio, enciende la primera lámpara de su puesto. El frío corta como navaja. Se queja del frío mientras se ajusta la chamarra.
Don Paco es antorchista, no sólo vende fruta; lleva la lucha social en la mirada. “Hace dos años que nos organizamos con Antorcha: organización, trabajo y lucha”, dice mientras acomoda manzanas con manos agrietadas.
Las cajas de naranjas, limones y jitomates llegan en un viejo diablito de metal. Cada movimiento es ritual: el plástico que cubre la mercancía, el tendedero para las bolsas, la tabla para picar tunas. Don Paco es antorchista; no sólo vende fruta: lleva la lucha social en la mirada.
“Hace dos años que nos organizamos con Antorcha: organización, trabajo y lucha”, dice mientras acomoda manzanas con manos agrietadas.
El pulso del centro
El sol disipa el frío del amanecer. Doñas con rebozo pasan por los pasillos de la plaza; camiones descargan cajas de guayabas; niños corren entre puestos. Don Paco se sirve un jugo de naranja para iniciar el día. Entre cliente y cliente, limpia nopales con un cuchillo. El frío matutino cedió, pero la conversación gira en torno al precio del aguacate: “¡Cada vez el precio va en aumento y dicen que las cosas se pondrán peor!”
El asfalto quema. Don Paco se anuda un trapo húmedo en la nuca. El calor vuelve perezoso al mercado; solo las moscas zumban con entusiasmo sobre los mangos maduros. “En la mañana te congelas, al mediodía te asas… así es la jornada cada día y más en esta temporada”, bromea mientras rocía agua sobre lechugas mustias. Un chico de la prepa le compra pepinos: “Pa’ la dieta”.
Don Paco le regala una lima: “Cuídese, muchacho”. Revisa su libreta de cuentas, rayas rojas donde debería haber ganancia. “Sin la organización, ya nos hubiera barrido el gobierno o los monopolios”, suspira.
La asamblea
El puesto queda al cuidado de su sobrino. En la reunión, Don Paco se une a otros comerciantes antorchistas. El responsable inicia la reunión; platican de varios pendientes, asimismo se debate la faena del próximo domingo: lavar las calles donde tienen sus puestos. Don Paco anota detalles en una libreta vieja. Culmina la reunión, se aplaude hasta lograr consenso.
El aguacero y la dignidad
Al regresar, el cielo está pintado de gris. Don Paco empaca lo perecedero cuando las primeras gotas golpean el toldo de lona.
En minutos, el agua cae a cántaros. “¡Aguas, que el viento está fuerte!”, le grita a su vecino. Entre la lluvia y los relámpagos, guarda cajas bajo una lona mientras el agua le escurre por la espalda. Su sobrino corre con las bolsas de monedas.
No hay enojo en su rostro, sólo cansancio templado. “Así es esto, muchacho —me dice mientras la lluvia lava el suelo—. Luchamos de sol a sol… y a veces hasta contra las nubes.”
Regreso a casa
La tormenta aplaca y Don Paco empuja el diablito vacío por calles encharcadas. En la mochila lleva la revista Buzos de la Noticia que le entregaron en la reunión. Me comenta que cenará pozole y también que al día siguiente lo acompañará un nieto que ayudará en el puesto.
Don Paco representa a miles que convierten el comercio informal en su sostén del día a día para su familia. Su cronómetro no marca horas, sino ciclos de clima, abusos de autoridad y asambleas donde se organizan.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario