El pasado miércoles 18, en Guerrero, ante la psicosis por la aproximación del huracán “Erick”, se iniciaron compras de pánico y se paralizaron casi la totalidad de actividades. Y es que siguen presentes las huellas de los estragos de los huracanes recientes, “Otis” y “John”, con daños estimados en varios miles de millones de dólares, decenas de muertos y desaparecidos, cientos de miles de viviendas afectadas y el 80 % de hoteles dañados en Acapulco, exhibiendo la incapacidad del Estado mexicano para ejecutar no sólo procesos de reconstrucción, sino para construir mejor.
Mientras millones vivimos nuestra vida atrapados en lo cotidiano, Estados Unidos bombardea instalaciones nucleares iraníes y pudo acelerar aún más drásticamente el calentamiento global.
El jueves 19, a las 5:30 de la mañana, el huracán impactó Pinotepa Nacional, Oaxaca, con categoría tres y, aunque hubo lamentables daños, se degradó paulatinamente hasta reducirse a intensas lluvias que duraron hasta el fin de semana.
Estas continuas tragedias en Guerrero no pueden seguir interpretándose como “desastres naturales” inevitables, pues estamos ante desastres sociales amplificados por fenómenos meteorológicos. Veamos.
Es cada vez más común en nuestra sociedad la aparición de políticas “amigables con el medio ambiente”, que promueven la reducción del consumo de productos de plástico para “salvar el planeta”. Pero en Marxismo y ecologismo, Citlali Aguirre Salcedo y Jenny Victoria Acosta Vázquez afirman que “no se puede hablar de crisis ecológicas a partir de cómo y qué se consume sin hacer cuestionamientos acerca de cómo y qué se produce e, incluso, al modo en que se distribuye esa producción”.
Así pues, afirman que en el capitalismo, la producción está determinada por el consumo, este por la necesidad y la necesidad, a su vez, es alentada por una lógica productiva-consumista: se produce, dicen, agua embotellada, bolsas de plástico, celulares que solamente son útiles dos años, ropa que sólo sirve una temporada.
Por lo tanto, opinan que es necesario modificar el consumo, pues si dejamos de consumir aquello que daña al planeta, se dejará de producir. Por ejemplo, abundan, según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), el 60 % de las emisiones de dióxido de carbono (CO?) es provocado por la generación de energía eléctrica y la producción industrial que utilizan combustibles fósiles, piedra caliza, dolomita y carbón.
Por su parte, Oxfam, en La desigualdad extrema de las emisiones de carbono, declara que el 10 % más rico del planeta es responsable de la emisión de más de la mitad de gases de efecto invernadero, mientras que el 50 % de la población mundial más pobre apenas del 10 %.
Estos gases de efecto invernadero, que impiden que el calor escape al espacio, aceleran el calentamiento global alterando los patrones climáticos. Por ejemplo, dicen las autoras, se calientan los océanos, con lo que los huracanes y las tormentas aumentan su frecuencia e intensidad, pues se alimentan del calor.
Es, pues, la lógica consumista la que hace producir por producir, sin orden ni medida, digo yo. Esto sólo es posible porque la mayoría de los gobiernos de todo el mundo se someten a la gran empresa y no se oponen a su forma de producir, aun a pesar de que se atente contra la supervivencia de la humanidad, al atentar contra nuestro hábitat.
Pero como bien dicen las jóvenes especialistas en su obra, de obligada lectura para el pueblo de México, los que quedamos fuera del 10 % de millonarios somos quienes debemos interesarnos por el problema, porque somos los más afectados ahora y sufriremos cada vez más las consecuencias en el futuro.
Al respecto, nos previenen de las falsas medidas que se proponen para combatir la crisis ecológica del planeta y nos orientan acerca del camino correcto. Por ejemplo, dicen que el capitalismo verde, que propone limitar el consumo poniendo impuestos a los viajes en avión, creando mercancías amigables con el medio ambiente, consumiendo menos productos de plástico, etcétera, deja intacto al capitalismo y a las grandes riquezas.
Sin embargo, hay otras corrientes con propuestas más profundas, como el ecosocialismo, que sostiene que no sólo hay que cambiar el consumo, sino la producción, sustituyendo el modo de producción capitalista por uno más elevado: el socialismo, que sí pone en el centro de sus intereses al bienestar humano y el equilibrio de la vida, por encima del dinero.
A mi juicio, otro elemento de actualidad que permite apreciar la lógica consumista del capital y la clara superioridad de la producción socialista, basta con voltear a ver a las potencias mundiales: por un lado, el imperialismo estadounidense que ha invadido e intervenido en varios países y que ahora mismo intenta despojar a los palestinos de su tierra y ataca a Irán, con ayuda de Israel. Todo esto, por el afán de ganancia de sus grandes corporaciones.
Pero veamos la diferencia con la China socialista, que ha sacado a 800 millones de personas de la pobreza en 30 años, invierte en infraestructura en países pobres y es, además, la mayor potencia en el combate al cambio climático, pero, sobre todo, que pugna, al frente de los Brics, por un mundo más justo sin guerras y con desarrollo integral para todos los habitantes del planeta.
Estando así las cosas, queda claro que las campañas para embellecer al capitalismo depredador son las medidas del capital para hacer que la sociedad no se oponga a la explotación desmedida de los recursos naturales de todos.
Creer que si dejamos de consumir un popote o si compramos una supuesta bolsa reciclable —que es otro negocio más— para dejar de usar las de plástico, va a salvar el planeta, es caer en el engaño y, sobre todo, permitir que las cosas sigan empeorando.
Por lo tanto, aunque suene aún lejana una alternativa real, tendremos que ser los pobres del mundo los que busquemos una solución de fondo, que no es otra que luchar por instaurar la sociedad socialista, que, pese a la inmensa propaganda en su contra, se va abriendo paso en el mundo con base en los avances y resultados de los países que van afianzando el nacimiento del nuevo orden mundial, como Rusia y China.
Por lo pronto, los pobres del mundo podemos dar la batalla al interior de nuestros países, organizándonos y luchando por llevar al poder a gobernantes que no se sometan a los intereses de los más ricos, y en esa ardua tarea trabajamos con tesón y paciencia los antorchistas.
Los invitamos, pues, a sumarse sin dilación a esta gran causa, porque entre más tarde lo hagamos, menos oportunidad tendremos de salvar nuestra vida y la vida de la humanidad misma.
No es un discurso alarmista, debemos tomar conciencia de que estamos al borde de una crisis nuclear. Mientras millones vivimos nuestra vida pensando en que estos días son como los muchos o pocos que hemos vivido y que seguiremos viviendo, atrapados en lo cotidiano, Estados Unidos bombardeó las instalaciones iraníes de generación nuclear de uso no militar, que pudieron haber liberado gigantescas cantidades de calor que acelerarían aún más drásticamente el calentamiento global, eso sin hablar aún del peligro de una tercera guerra mundial.
Con esto se comprueba la magnitud de la irracionalidad capitalista, que no hará sino agravarse. Parece haber una tregua entre Estados Unidos y los que se oponen a dejarse llevar por el capital moribundo, pero es sólo eso: una tregua.
Más temprano que tarde el imperialismo volverá a la carga, sin importarle que mueran millones de seres en el planeta por el hambre de riquezas naturales de sus grandes corporaciones.
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