Cuando un funcionario público tan importante como el presidente de México no cuenta con la preparación suficientemente sólida para tomar decisiones correctas e inclusive para la realización de presentaciones públicas dignas y decorosas, de acuerdo a su investidura, y al mismo tiempo no se deja guiar por sus asesores políticos porque piensa (obnubilado por el poder) que tiene la verdad agarrada de los cabellos, se le ve cometiendo error tras error, falla tras falla con una frecuencia realmente asombrosa, como para competir en los récords Guinness.
Pero hay de errores a errores. Me voy a referir a uno que provocó que reculara el gobierno de la 4T en su política migratoria y que bajo la amenaza arancelaria del presidente Trump, constituye el ridículo más sonado y la más grande humillación que haya recibido México en siglos enteros de su historia. En efecto, se trata de la creencia totalmente infundada de AMLO y su gabinete al pensar que Donald Trump aceptaría su política de migración. Como se recordará, AMLO abrió nuestra frontera sur a la emigración, y hasta la animó a viajar ofreciéndole permiso legal para transitar por nuestro país hacia la frontera con Estados Unidos. La intención era buena, humana y plausible; pero comete el error de apoyarse solo en lo que "debe ser", y olvida lo que es realmente posible y no solo deseable. Y ya recibió la respuesta de la dura y terca realidad que ignoró. Se creyó el cuento aquél de que México es libre, independiente y soberano y que por lo tanto está en la posibilidad de decidir de manera autónoma y completamente libre sus políticas interna y exterior. O sea, ve a México como una unidad autosuficiente, aislada del contexto internacional al que, por tanto, puede ignorar sin ninguna repercusión negativa. Olvida también, que el fracaso de todos los países pobres y subdesarrollados del planeta se explica porque, desde hace siglos, de múltiples maneras y por diferentes vías, han sido obligados en lo fundamental a olvidarse de sí mismos; a adoptar políticas económicas y sociales en contra de sus propios intereses y de su propia prosperidad y desarrollo; a entregar sus recursos naturales, sus mercados, su mano de obra y su soberanía para provecho de los países ricos, que hoy nos acusan y desprecian por ser lo que ellos mismos han hecho de nosotros. Así se explica que vea la pobreza de Centroamérica como algo inmanente a cada país y aislado del contexto mundial, no como parte integrante de la explotación universal a que estamos sometidos todos por el imperialismo rampante. Por eso raya en la ingenuidad infantil al invitar a ponerle fin al principal promotor y beneficiario de esa misma situación que, desde luego, no lo hará.
Pero se rumora, por parte de algunos medios, que vienen otras medidas internas que pondrán coto al capital mexicano y al extranjero invertido en el país. Sin embargo, insisto, el problema no es moral ni de valor personal, sino geopolítico y económico: poner en jaque al capitalismo mexicano es atentar contra la integridad mundial del sistema del cual somos un eslabón importante, y corremos el grave peligro de que este responda como lo que es, como un todo articulado y muy poderoso todavía. Atacarlo significa arriesgar la estabilidad y el futuro del país, por lo cual requiere de un cálculo fino, preciso y cuidadoso de la correlación nacional y mundial de fuerzas en que nos movemos. De lo contrario, corremos el riesgo de equivocarnos una vez más, como con la política migratoria; sólo que la respuesta, esta vez, puede ser aplastante y demoledora. Salvo que, al final, todo quede en buenas intenciones, como ocurrió con el intento de política migratoria; pero como dijo Dante Alighieri "de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno".
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